Por Ana Paula Marangoni. La desaparición de una joven despertó una ola de prejuicios que justificaron la violencia. Mientras se investiga cuál es su paradero, los medios y las estructuras machistas de la sociedad banalizan el sufrimiento. Total, era pobre, mujer y “atorranta”.
“No sabemos cómo se finalizará este caso. Sabemos que Melina, como miles, están condenadas por esta sociedad patriarcal, que cada vez menos tiene para ofrecer. Por esto creemos que no tenemos que dejar solos a los que están exigiendo justicia y exigir su aparición con vida ya. La decisión es política, si se quiere, se puede controlar hasta cuantos besos se dio Melina con otra persona. Insistimos, porque es mujer, es pobre y joven, no se hace.”[i]
El 13 de septiembre, el diario Clarín publicó una nota[ii] en la sección “Policiales” sobre Melina Romero, la joven de 17 años desaparecida desde el 23 de agosto a la salida de un boliche. El artículo, que reproduce todo tipo de estigmatizaciones acerca del origen humilde de Melina y de sus hábitos fue repudiado desde distintos ámbitos: redes sociales, docentes y medios alternativos.
El artículo incorpora datos de la vida íntima de la joven y los intercala con miradas y opiniones aparentemente periodísticas, a pesar de que la nota no está firmada. Sin embargo, lo más preocupante es el relato que se construye en la nota, en el que una chica que es menor de edad (¡y que todavía está desaparecida!) pasa de ser una víctima a convertirse en objeto de escándalo y difamación. Allí se construye un estereotipo de adolescente en el que se entremezclan de un modo perverso la misoginia y la marginación social.
Uno de los aspectos más llamativos de dicha nota es que (sea este dato real o no) la fuente principal de la información que se brinda no es ningún adulto, sino su hermano de 16 años. Otra de las fuentes es una amiga de ella, también menor de edad. Cuesta imaginar a un periodista entrevistando al hermano de Melina. ¿Lo hizo sin el consentimiento de la madre? ¿Llamó por teléfono? ¿Conversó con él en su casa, a la salida de la escuela, en alguna calle del barrio? Al parecer, el periodista anónimo no tuvo escrúpulos ni siquiera para ocultar que sonsacó información confidencial a chicos de 16 y 17 años cercanos a la víctima.
Luego de trazar el identikit de una adolescente “sin riendas”, el artículo concluye con un horrendo golpe bajo: la mención de una marcha de familiares y amigos reclamando justicia por esta joven, cuyo resultado fue un “caos vehicular”. Además de colocar tendenciosamente, con un solo trazo, el debate en torno a la protesta social, las descripciones contribuyen a la estigmatización del grupo y a su identificación como personas de un bajo estrato social.
Las argumentaciones esgrimidas, a veces solapada y otras explícitamente a lo largo del artículo, son ya de manual. Forman parte, por un lado, de los prejuicios que invisibilizaron siempre los crímenes cometidos hacia las mujeres. Pareciera que no importara la gravedad de que Melina aún no sea hallada. De acuerdo a la argumentación esbozada, cualquier desenlace posible tendría correlación con el modo de vida que, según el medio, Melina llevaba. Es el mismo argumento retrógrado que justifica la violencia o el ataque sexual hacia las mujeres por algo que aparentemente hicieron, como por ejemplo, vestirse provocativamente.
Por otro lado, los prejuicios hacia los jóvenes de clase baja son la otra línea argumentativa. Pareciera que todo lo que hace Melina contribuye a recrear una imagen de perdición: sus piercings, sus problemas familiares, sus salidas, sus estudios truncados o el hecho de que no trabaje. La vida de Melina, con sus aciertos y sus desaciertos, y que nadie tiene derecho a difamar, pasa a conformar una imagen temible y despreciable: la de pibes y pibas de descarte, cuyas historias irremediablemente siempre terminan mal.
Melina Romero es un vértice del trazo ejemplar delineado por los medios hegemónicos. Es el extremo opuesto de Ángeles Rawson, ambas vulneradas en su integridad, y ambas expuestas como modelos ejemplares: el buen y el mal ejemplo. Ángeles era de clase media, vivía en un barrio de la ciudad, era obediente, tenía una buena familia e iba a la escuela: no merecía lo que le sucedió. Melina vive en la provincia, es de clase baja, es desobediente, no estudia ni trabaja y tiene una familia disfuncional: ¿ni siquiera valdría por ella el reclamo de justicia?
Llama la atención que en un solo artículo de un diario, se falte, no ya a la ética, sino a la ley; específicamente, a dos leyes: la Ley 26.061, De protección Integral de los Derechos de las niñas, niños y adolescentes, y la Ley 26.485, De Protección integral a las mujeres. Sobre todo cuando se trata de uno de los diarios con mayor tirada de ejemplares en todo el país. La nota incurre en violencia mediática de género y difama información privada de una joven, sin que esto contribuya de ningún modo a su hallazgo. Más bien, incentiva el abandono de la causa.
Pero lo más alarmante, en todo caso, es que si un diario (y no cualquier diario) tiene el atrevimiento de publicar una nota con tan alto contenido discriminatorio es porque hay un público que comparte gratamente un sentido común, lo que hace pensable un horizonte de recepción para tales palabras. Resultaría inverosímil que dicho medio publicara notas que pusieran en peligro su popularidad entre un público lector. En definitiva, que pusieran en riesgo el éxito económico de su empresa.
Ese sentido común, ese hilo conductor que ordena la vida cotidiana de una sociedad, es la ideología. Esta nunca se piensa como ajena. Son las ideas, anónimas como la nota, que se perciben y defienden como propias. Son un conjunto de creencias que nos parecen irrefutables, y que el común de la gente se atreve a compartir sin apenas conocerse: “algo habrá hecho”; “iba a bailar provocativa”; “era vaga y atorranta”; “salía con hombres”; “su vida no tenía rumbo”.
Combatir la ideología que se nos impone implica desandar nuestro sentido común, y que una vez hecho, nos encontremos, en primer lugar, con medios de difamación absolutamente arbitrarios, y luego, con una adolescente que es una más entre tantas, a la que le gusta dormir, ir a bailar, ponerse linda. Que seguramente tiene sus conflictos, y por eso mismo sigue siendo una más entre tantas y tantos jóvenes a los que una y otra vez condenamos a la marginación. Desde un artículo, desde lo que opinamos, desde que nos corremos de nuestra responsabilidad de que tengan una vida plena y llena de posibilidades.
Mientras tanto, hay una piba desaparecida y unos cuantos culpables sueltos.
“Es que todos intentan tapar la responsabilidad que tienen los dirigentes políticos que sostienen este sistema donde, las mujeres tienen que ser “Educadas, limpias y afectas a la familia y su casa. Que cuiden a los niños, cocinen, laven la ropa, y tengan la casa siempre lista para el sacrificado hombre”. Mujeres que, “se visten de forma provocativa, y que por eso les pasa lo que les pasa”. Mujeres que “no son como las de antes”. Mujeres que “les gusta la joda, la noche, el caño, y aparecer en Tinelli -como máximo- y si no, estar en la bailanta”. Mujeres que no tendrían más derechos que los que esta sociedad les “otorga” como doble opresión. Es decir, una visión nefastamente machista que cosifica a la mujer. Y en el caso de Melina, además, la condenan por ser joven.”[iii]
[i] Carta de profesores y profesoras de Melina:http://laizquierdadiario.com/Carta-de-profesoras-y-profesores-de-Melina
[iii] Idem 1.