Por Paola Adduci. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual prevé un tratamiento de la información por fuera de estereotipos sexistas. En medio del debate sobre la adecuación que demanda la norma, el lenguaje machista no se discute: sigue vigente.
Si hay una forma de descubrir qué concepciones atraviesan a cada sujeto es leer algún escrito de su autoría o escuchar grabaciones. El ser humano es lo que dice y percibe a la sociedad y a sus integrantes de la manera que los nombra. Se podría decir que es una verdad indiscutible, más aún cuando una ley avala de manera legítima el poder de las palabras. Al menos es lo que intenta la Ley 26.522 de Servicios de Comunicación Audiovisual desde 2009. Esta semana, ocupó otra vez las primeras planas de los medios por un nuevo conflicto en torno al plan de adecuación de grupos monopólicos pero nada se discute sobre cómo sobrevive el machismo en la imagen y la palabra.
La normativa consagró un nuevo paradigma que concibe la comunicación como un derecho humano fundamental para el ejercicio de la ciudadanía. Para ello, se invita a que los medios de comunicación y sus trabajadores y trabajadoras repiensen su práctica profesional desde un enfoque con perspectiva de género.
A su vez, la Defensoría del Público, creada por la Ley de Medios, difundió diez claves que sintetizan las principales inquietudes sobre el tratamiento adecuado de la violencia de género en la comunicación audiovisual. Aunque no es una tarea fácil cuando el propio lenguaje determina a cada palabra desde el “género” para determinar también el artículo correspondiente. Así, se aprende que el mundo está hecho por ‘la’ o ‘el’, ‘las’ o ‘los’ y la falta de “concordancia” podía devenir en una mala nota, un castigo.
Pero si hay quienes pueden trascender esta barrera son las y los comunicadores. Alquimistas de las palabras, creadores de vocablos, neologismos y casos “gate”, tienen la responsabilidad de elegir cuidadosamente cada una de las palabras que utilizarán, su ubicación, cotexto – contexto.
No es precisamente lo que abunda en los medios masivos, que aduras penas pudieron dejar la tendencia de enmarcar a los femicidios como “crímenes pasionales”, en los que el agresor era “victima” de celos o ataques de ira. “Desde ese lugar se culpabiliza a la víctima como la causante de esas pasiones y, consecuentemente, se respalda la acción violenta del agresor, eximiéndolo de responsabilidad”: una de las diez observaciones que la Defensoría estableció como prioritarias.
El listado de tips para brindar noticias sobre cuestiones de género hace hincapié en la violencia en todas sus manifestaciones posibles. Sin embargo, los medios enfrascados en el sentido común, en donde la cultura patriarcal está cristalizada, no pueden aceptar más que la violencia física. A la hora de mencionar otras como la psicológica, sexual, económica, simbólica o doméstica son consideradas “coadyudantes” o previas de la violencia física, pero no son presentadas con el mismo peso. En sí, son subestimadas como evidencias de violencia de género.
En los casos de violencia institucional, laboral, contra la libertad reproductiva, obstétrica y hasta mediática, la única manera en que los medios acusan recibo es si fue ejercida en contra o por una personalidad del quehacer cultural, político o televisivo. Para las invisibilizadas de siempre, la pantalla se reserva sólo los casos con desenlaces trágicos, dónde debe existir un hecho explícito de violencia.
En el mundo de la imagen sólo se puede filmar moretones, cicatrices y sangre; los mismos comunicadores –y las comunicadoras- desestiman denuncias ante la falta de pruebas visibles. Cuando llegan estos casos, se clonan los comentarios del tipo “por qué no se hizo nada antes”, y los medios mutis por el foro.
Violencia mediática o mediatización de la violencia
Según la Defensoría, la violencia mediática se manifiesta en aquellos casos en que se difundan discursos estereotipados que promuevan la explotación, injurien, difamen, discriminen, deshonren, humillen o atenten contra la dignidad, así como patrones socioculturales que generen violencia o desigualdad. Se los considera exponente de la violencia simbólica dado que construyen representaciones que cosifican o estigmatizan a las personas.
Los casos en que las mujeres son representadas como objeto sexual de consumo o trofeo es moneda corriente en la televisión argentina. Enumerarlos sería una tarea casi imposible porque van desde los programas infantiles en los que se elogia a las princesas y si se portan mal “se ponen feas”, hasta los programas periodísticos “serios” que utilizan minutos al aires para analizar los dicho de Elisa Carrió contra Jessica Cirio: la cosificación y el sexismo son permanentes.
Pero obviamente se debe hacer foco en los magazine chimenteros de la tarde que basan su lógica existencial en la exaltación del cuerpo femenino como mercancía que rankea según los seguidores del Twitter, el nivel de bajeza verbal para insultar o acusar y la promiscuidad a la que se someten por un minuto de fama, las denominadas peyorativamente “vedetongas”.
La “venta” de esas jóvenes simula un remate en que el cuerpo casi desnudo debe ser acompañado por una enorme sonrisa, verborragia, acusaciones sin fundamentos y la exposición de la vida privada propia y ajena como un simple juego de supuesta seducción.
Si los programas televisivos parecen ofensivos, sólo basta ver algunos comerciales para dudar, en el mundo mediático, quién se lleva el primer premio de discriminación. No hay publicidad de bebidas alcohólicas que no exponga a la mujer como un “obsequio” dispuesto a todo, o a las madres como obsesivas compulsivas de la limpieza que sólo pueden demostrar su amor maternal con la blancura de las prendas de sus hijos.
El mayor peligro, por su poder de horadar la opinión pública, radica en los noticieros. Esa especie de mix de noticias relevantes que lejos de invitar a la reflexión combinan repetición de imágenes con música sugestivamente dramática o melancólica y una mirada seria de quien presenta la noticia: “Otra chica asesinada”, “Encontraron otro cuerpo”. La lista sigue.
No alcanza que la mujer o adolescente fuera asesinada, se necesita indagar si sufrió abuso sexual y detallar minuciosamente cada detalle. Si eso no es suficiente, se pueden sumar recreaciones virtuales de cómo sucedieron los hechos, aunque la justicia todavía no haya iniciado la investigación.
Como ingrediente indispensable están las voces de “vecinos”, un gentilicio que reúne a todo aquel que quiera opinar con la total impunidad. Merecen un párrafo aparte los testigos falsos del caso Ángeles Rawson, que llegaron a testificar ante la Justicia sin poder sostener sus dichos. La recomendación de la Defensoría es precisamente lo contario: no especular, no utilizar fuentes secundarias y sobre todo, no incitar al morbo como captador de raiting. Con Lola Chomnalez se trató de dejar de lado las imágenes sexistas, como fueron utilizadas en el caso Melina, por otras más angelicales. Las condiciones sociales de cada una marcaron la diferencia: una chica del suburbano, que frecuentaba ‘boliches’ versus una joven de ‘familia bien’. Las palabras que usan los medios no son inocentes, no era lo mismo una “menor buscona en mal ambiente” que una “adolescente inocente en ambiente sano”.
La Defensoría del Público enfatiza que “los detalles o aspectos que sólo contribuyen a espectacularizar el mensaje o ficcionalizar la noticia reproducen un tratamiento sensacionalista de la violencia de género orientado a capturar audiencia. Frivolizan y estetizan la información y no representan un aporte socialmente útil para cuestionar naturalizaciones arraigadas en el imaginario social”. Además, es fundamental preservar la integridad, dignidad y la imagen de la víctima de violencia de género, dispuesto en el artículo 3, inciso D de la norma 26.522.
La identidad de género también es ley
En Argentina, se sancionó en 2012 la Ley 26.743 que consagra el derecho a la identidad de género, que reconoce el derecho de autopercepción de la identidad, por lo que si la persona se considera mujer es “la” y si se considera varón es “el”. Es aconsejable consultarle a la persona cómo quiere ser nombrada. Es importante tener presente que sólo es relevante acentuar en la información la condición de persona “trans” cuando se problematiza la vulneración de derechos por formar parte de dichos colectivos o se visibilizan sus reclamos, caso contrario se incurre en estigmatización y, por lo tanto, en discriminación.
Tal vez en un futuro no muy lejano podamos plantearnos que simplemente existen seres humanos y humanas que deben contar con iguales derechos, seres a los que le pasan cosas y cuando esos hechos son noticiosos lo importante es que le pasó a alguien. No importa a quién, porque ese quién puede ser cualquiera.
Para desmontar los estereotipos discriminatorios sobre los que muchas veces no se es consciente, se sugiere un ejercicio muy simple: cambiar el género del planteo que se pretende realizar y evaluar el efecto de sentido que produce. No hay recetas para evitar tragedias, pero si recursos para comunicarlas responsablemente.
Algunos organismos públicos:
-LÍNEA 144 (para todo el país) Atención, contención e información sobre violencia de género.
-Atención Integral a las Víctimas de Violencia Doméstica del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. Teléfono: LINEA 137 (las 24 hs., en CABA) y 0800-222-3425 en todo el territorio Nacional.