Por Víctor Gómez. Una larga hilera de anécdotas se cuenta, para conformar aquello que se ha dado en llamar periodismo. Si sobre algo poco y nada se quiere decir, hablar mucho, es la conocida premisa. Junto a que sea ahora mismo y nunca más.
“Ladrón linchado en Rosario”, es una de las formas en como algunos/varios/unos cuantos medios de comunicación masivos titularon o encabezaron la noticia que contó sobre el asesinato de un joven, por parte de un grupo de vecinos, en esa localidad bañada por el Paraná, la música y el fútbol, entre otras cosas.
El hecho no es noticia, o lo es como tal durante un tiempo efímero, carente de un sentido profundo, solo apto para dar un golpe bajo y de efecto, movilizar y alejar a cualquiera del espacio donde este permitido pensar. Darse un espacio, justamente, que libere y expanda las ideas, no es un objetivo para el tan mentado sentido común, poseedor de mayorías, de donde salen los medios de comunicación y hacia donde se dirigen, en una vuelta obvia y eficaz, además de interminable.
El hecho, si resulta que puede ser noticiable, es distanciado o sacado de su contexto, con referencias parciales, por pereza o mala intención. No hay “porqués”, no hay consecuencias con sus causas en la búsqueda y su narración. Y entonces, casi que no hay búsqueda, y entonces, aquello de a-historizar es lo que sucede. Como a las personas –que en definitiva son lo sustantivo de los hechos- se priva de historia al cuento, a la misma historia, con datos sueltos que van en camino a renovar y sostener la mayor campaña de todos los tiempos, que está más allá de cualquier calendario electoral: hay ahí, en todas partes y lados, un otro o ellos amenazante y culpable.
Sea en el que comete el delito, como en el que no hace nada por prevenirlo, es en ellos donde se encuentra el origen y continuidad de todos los pesares y privaciones de la existencia. Eso, la responsabilidad se encuentra donde el dedo indica, y para ello, como afirma el sociólogo alemán Ulrich Beck, en su teoría sobre la noción de riesgo, “se construye una frontera demarcada entre un nosotros como víctima potencial y un ellos amenazante”. Porque sólo de modo muy tenue la responsabilidad aparece sugerida: cuando se admite alguna deuda colectiva por la situación social, al dejar desprotegidos a individuos que luego puede que sean probables fuentes de riesgos. Pero claro, esto de hacerse cargo, pensando en que cada uno sostiene un sistema que degrada y excluye, se daría con suerte -sin saber si la misma es mala o buena- en un mundo que, causalmente, se rigiera con parámetros, de movida, bien de otro tipo –y tipos-, más generosos y solidarios.
Los medios entonces, en sus formas y fondos, que de tan conocidos operan, instalan y naturalizan sobre las más diversas cuestiones, para que a la vez, esa misma operación, instalación y naturalización parezca o resulte de lo más normal del mundo. Derecho penal, baja de imputabilidad, migraciones, pobreza, educación, el Estado, la ausencia u omnipresencia del mismo, son algunos de los temas que fluctúan –y fluctuarán- en tiempos y espacios, de manera cíclica y repetida, en diarios, estudios de televisión y radio, en el ciberespacio, y en todas las posibilidades de mediación de la comunicación humana. Y aquí es donde se puede pensar, como lo más normal del mundo también -aunque resulte una rareza-, porque es ahora “el tema” y noticia lo que se ha dado en llamar linchamiento. Porque ahora y no todo el tiempo, se puede pensar y preguntar, cuando el asesinato de niños, adolescentes y jóvenes de sectores populares es constante cada día, por parte de públicos y privados, en sus versiones de hombres de a pie armados, policías de todo tipo, y empresas de seguridad, también de igual índole variada. El monopolio de la fuerza es de muchos, y el blanco predilecto –literal- de esa mayoría es el mismo pobrerío de siempre, justo tan blanco, cuando se los menciona como los mismos negros de mierda de otra vez siempre.
Una respuesta rápida seguramente clausura la posibilidad de llegar a varias otras más, y a las profundidades –ya por el recorrido casi laberíntico- que ellas pueden implicar. Se puede parecer esa devolución inmediata, a la idea voluntarista que indica que ciertos grupos no deben ser estigmatizados. Algo que es bastante sencillo de compartir, pero que de tan previsible –en ciertos niveles- se intuye como parcial, casi cercano a lo irreal, alejando, una vez más, el pensar alguna cosa en serio, y actuar en consecuencia.
Pero la vuelta que vuelve, y entonces sobre el ladrón linchado hay que decir que es persona, y sobre aquellos linchadores mencionar que también lo son, poniendo en cuestión a nuestra propia condición humana, capaz de lo mejor y de lo peor de la vida esta que se vive. Vida que se anda estropeando, jugada a una insaciable e inexorable acumulación y cuidado de bienes.
Los días, desde que la humanidad camina sobre un par de pies, son días de infinidad de palabras, sin viento que se las lleve, con todo lo bueno que tienen para crear y mejorar. Y los mismos días, en ese sinfín, de tantas y tales palabras, puede también que las apile listas para aplastar. En tal caso como el mismo sistema manda: ociosas y vacuas, en el mejor de los malos ejemplos, o dispuestas para cristalizar y matar, si aquella primera instancia no ha dado el resultado esperado.
Esto recién ha comenzado, desde algún principio de los tiempos, para quien sabe si alguna vez terminar. Mientras tanto, por eso mismo, como la noticia de cada día, continúa y continuará.