Por J.P. Krabbe. El director del diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca, Vicente Massot, declaró este martes ante la justicia como imputado por su participación en crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar. Está acusado, entre otros cargos, de ser coautor del homicidio de los obreros gráficos Enrique Heinrich y Miguel Ángel Loyola.
Heinrich y Loyola fueron secuestrados el 30 de junio de 1976 y encontrados el 4 de julio en La Cueva de los Leones, a pocos kilómetros de Bahía Blanca, acribillados por más de cincuenta balazos, con signos de torturas y maniatados por la espalda. Para 1975 ambos eran delegados gremiales en la empresa y, en reclamo de la aplicación de un convenio colectivo ya firmado por las partes pero incumplido por la patronal, fueron las caras visibles de un paro que durante tres semanas hizo que el diario no saliera a la calle. Vicente Massot, ya copropietario de la empresa, recibió en septiembre de ese año, según consta en un acta, el encargo de su madre de llevar adelante las negociaciones con los huelguistas. Dos meses después la Prefectura, actuando bajo la órbita de la Armada, elaboró un documento denominado “Estudio sobre el diario La Nueva Provincia (guerrilla sindical)”, que incluía una nómina del “personal a ser raleado de un medio de difusión fundamental”, en el cual Heinrich y Loyola figuraban a la cabeza.
El 24 de marzo de 1976, Vicente Massot y su madre recorrieron los talleres del diario con una bandera argentina desafiando a los obreros a que “vayan a reclamarle al sindicato” y repitiendo “a ver si hacen paro ahora”. Ese mismo día los dos delegados fueron citados al V Cuerpo de Ejército, donde se les advirtió, en lo que resultaría más una sentencia de muerte que una recomendación, que dejaran “de romper las pelotas, porque la mano viene brava”. La Nueva Provincia publicó la noticia del asesinato de Heinrich y Loyola en unas pocas líneas con el título “Son investigados dos homicidios”, y no volvió a mencionar el tema por 37 años, hasta que el avance de los Juicios por la Verdad no les dejó otra opción.
En una parte del documento elaborado por la Prefectura se puede leer que “el proceso de sabotaje fue ampliamente documentado por la empresa a los comandos militares y navales de la zona […] La función de este trabajo es consignar los datos que pudieran establecer con veracidad respecto al personal a ser raleado de un medio de difusión fundamental, tal cual lo marca la efectiva acción contrarrevolucionaria que tienda a sanear los medios preferidos por la revolución mundial para su labor de infiltración, subversión cultural y posterior victoria”.
El informe menciona al comisario Héctor Ramos, segundo jefe de la delegación local del Servicio de Informaciones de la Policía de Buenos Aires -SIPBA- y jefe de seguridad del diario, como pionero en la “labor de esclarecimiento” sobre el supuesto “sabotaje”. El diario también contaba entre sus filas a Personal Civil de Inteligencia, como el fotógrafo Gustavo Lobos y el “periodista” Jorge Soldini. El 20 de marzo de 1975 Montoneros asesina a Ramos, adjudicándose el hecho en un comunicado donde se lo definía como “el más eficiente torturador que conociera nuestra ciudad”. La Nueva Provincia le dedicó una amplia cobertura, omitiendo mencionar que era jefe de seguridad de la empresa, así como cualquier tipo de referencia al comunicado que emitiera Montoneros. Para fines de 1977 el diario informó el “total esclarecimiento” del caso, detallando nombres de los militantes que habían sido asesinados, varios de los cuales habían estado secuestrados antes en centros clandestinos.
“El diario del sur argentino”
Bahía Blanca tiene fama de fría, oscura, reaccionaria y conservadora. No nos interesa dilucidar aquí si es efectivamente así o no, ni por qué motivos podría serlo. Lo que resulta innegable es la fuerte presencia militar en la ciudad y la región, a partir de la presencia del Ejército, la Armada, el V Cuerpo, la Aviación, el Batallón de Comunicaciones, el Comando de Reunión de Información, el Hospital Militar, y la Base Militar Puerto Belgrano -la principal de Argentina-. En este contexto se inserta La Nueva Provincia. El diario que fuera fundado por Enrique Julio -abuelo de Diana Julio de Massot- el 1 de agosto de 1898, se convertiría en multimedio al comprar en 1958 la Radio LU2 y el Canal 9 Telenueva, de televisión abierta, en 1965 (vendido en el año 1998 al Grupo Telefe), a los que se sumaría varios años después la FM Ciudad 94.7. De tal forma ha logrado ejercer durante décadas, hasta la actualidad, un virtual monopolio informativo, detentando una fuerte influencia sobre toda la población.
Multimedio familiar de estrecha relación con el Ejército, que en aquellos oscuros años se refería al dictador Augusto Pinochet como un “caudillo y estadista” y que desde las páginas del diario llamaba constantemente a la delación “contra la subversión” y la “delincuencia apátrida y venal”. La relación de la empresa con los militares se encuentra comentada por el marino Adolfo Scilingo en su libro Por siempre nunca más. Allí narra sus encuentros con Federico Massot, así como que las reuniones nocturnas que Diana Julio de Massot solía tener en su despacho con el comandante de Operaciones Navales Luis María Mendía para coordinar ideas y acciones, junto con las visitas de Vicente Massot al director de la ESMA, Rubén Chamorro. Es bastante recordada la editorial en la que el diario reivindicara al -en aquel momento- recientemente fallecido dictador Emilio Massera, asignándole prácticamente la categoría de prócer por haber derrotado a la “subversión” y reivindicando la dictadura que encabezara junto a Rafael Videla.
Dios, Patria y Familia
La edición del diario del día del golpe resulta sumamente elocuente respecto del pensamiento de los sectores que representaba, y a quienes se dirigía, la familia Massot. En la editorial titulada “La Moderación con el Enemigo No es un Síntoma de Cordura” -el uso de mayúsculas era un recurso de estilo habitual-, puede leerse que “es hora de abandonar esta absurda y forzada mentalidad ‘legalista’” para intervenir en “la más sucia de las guerras, artera, asesina y no convencional” que “sólo se cortará de raíz cuando se resuelva combatirla en sus causas de manera frontal, tajante y sin concesiones, en todos los niveles, andariveles, estamentos y reductos”.
La nota de tapa no se queda atrás. Luego de recriminar al peronismo el no haber asumido “la responsabilidad histórica que demandaban estos años decisivos” y “sacudir a los apóstoles del disparate marxista”, “traicionando la esencia y la raíz de la Argentina histórica […] occidental y cristiana […] con vocación de Imperio”, dejando muy en claro que “la suerte de esta burda parodia, que sus defensores pretenden resguardar en nombre de las ‘instituciones democráticas’ nos tiene, por supuesto, sin cuidado”, se dirige a las Fuerzas levantadas en armas, a quienes les destina una advertencia y un plan de acción: “cabe la posibilidad del simple cuartelazo, incapaz, por respeto a las ‘instituciones’ falaces, de trascender la estéril senda del régimen […] Frente al marxismo disociador y al nefasto parlamentarismo que nos ha tocado parecer […] nada de diluir la sangre vertida en inocuos llamados de atención; nada de escurrirse por la tangente […] nada de rodeos cuando llegue el momento -y es del caso señalar que ha llegado- de abandonar el profesionalismo ascético y establecer la primera y fundamental distinción de una política revolucionaria: la del amigo-enemigo”.
La editorial no se ahorra identificar explícitamente quién es ese enemigo: “el aparato subversivo en todas sus facetas; el ‘sacerdocio’ tercermundista, que, desesperanzado de alcanzar el cielo, intenta transformar la tierra en un infierno bolchevique; la corrupción sindical, que ha rebajado al trabajo, convirtiéndolo en vil chantaje y holgananza; los partidos políticos; la usura de la ‘derecha’ económica y también la contracultura izquierdizante”, y qué hacer con él: “Al enemigo es menester destruirlo allí donde se encuentre, mas destruirlo sabiendo que sobre la sangre redentora debe alzarse la SEGUNDA REPÚBLICA”.
La tarea (auto)impuesta trascendía fronteras y cruzaba todos los planos de la vida social: “Es condición hacer de lado el hueco tercermundismo de los teólogos indigenistas, a efectos de ejercer una influencia cultural, política y económica en Hispanoamérica […] llevando por el mundo el mensaje que Occidente abandonara largo tiempo atrás”. “La educación debe ser una, pues no hay más que una sola moral. El nuestro es un país católico, que cree en la familia como primera célula de la sociedad, en la autoridad y el respeto a los antepasados, en sus gestas y en las jerarquías naturales”. La Nueva Provincia siempre supo muy bien cuál era su rol en esta misión: “Habida cuenta que la subversión es primordialmente cultural, la labor a desarrollar en el Ministerio correspondiente y en la Secretaría de Prensa y Difusión resultará decisiva”.
El llamamiento a llevar adelante con “sacrificio”, “sin débiles escrúpulos”, semejante gesta salvacionista, resultaba en una abigarrada mezcla de mesianismo, higienismo restauracionista y heroísmo sangriento: “A la violencia destructora y asesina es necesario responderle con una violencia ordenadora; una violencia que, soslayando condescendencias equívocas, no haga distingos al emplear su fuerza limpia contra las banderías opuestas […] levantando la bandera de guerra y empuñando, nuevamente, la tizona de combate”. El desafío estaba planteado, y no había vuelta atrás ni medias tintas: “Abdicar es traicionar. Si por cobardía […] la espada enmohece sin cumplir con su deber, que no haya gratitud ni conmiseración para los culpables […] ¡Si aceptáis el reto y restauráis la Patria, que Dios os lo premie; y si no, que os lo demande!”.