Por Nadia Fink / Foto por Jonatan Lazos para Cooperativa de Comunicación La Brújula
El 9 de enero pasado se cumplió un nuevo aniversario del asesinato de la Mecha en un enfrentamiento entre bandas narco en el Barrio Ludueña, de Rosario. Dialogamos con su hijo, Juan Ponce.
El sábado pasado fue inusual para los tres años en los que se vienen sosteniendo movilizaciones, acampes y reclamos de justicia por “La Mecha”. Y fue diferente porque aquel día en que asesinaron por la espalda a Mercedes, también era el cumpleaños de su nuera Gisela. La compañera de Juan Ponce y madre de sus hijos ya no compartió festejos ni comidas con amigos y familiares: todo fue ponerse en movimiento y que nadie se olvidara de lo sucedido. Así lo cuenta Juan: “Mecha ese día estaba organizando una fiesta sorpresa para ella”. Por eso esta vez decidieron descansar: “Nos dimos un tiempo también para reflexionar todo lo que es los tres años de lucha pero también nos volvimos a juntar todos los compañeros y compañeras acá en mi casa y se festejó con alegría el cumple de Gise, y así, también se la recordó de la mejor manera a la Mecha”, agrega Juan.
Y cuando cuenta que durante todo el año pusieron el cuerpo en la búsqueda de justicia se refiere también a la carpa que levantaron en las puertas de Tribunales el 9 de diciembre pasado para que la causa no se estancara. En ese momento, Ponce contaba a Marcha, presente en el acampe: “La causa se ha dividido en dos: intento de homicidio entre bandas y homicidio. El primero fue condenado con penas que son un papelón, en la cual nosotros como Comisión no pudimos ni apelar. Por ahora solamente Patricia Bilotta, la jueza de instrucción 10, procesó al único imputado por el homicidio de Mercedes, Héctor Daniel Riquelme, como ‘autor material de homicidio agravado’, pero sabemos que es más complejo que eso. El poder jurídico nos dejó fuera de la causa y por eso actualmente participamos como querellantes”.
El barrio fue su refugio
Mercedes era una militante social y cristiana que participó en el Centro Comunitario San Cayetano del Barrio Ludueña durante 20 años. A ese mismo barrio había llegado Mecha con sus hijos a cuestas luego de que rompió la relación con su esposo, alcohólico y violento, y llegó a la casa de una tía que le ofreció un techo y contención. Por eso Juan destaca la valentía de su madre y allí volvieron a empezar todos juntos: “Mecha logró organizar junto a otras madres para dar de comer a muchos chicos y chicas. San Cayetano donde ella estuvo más de 20 años ayudando y conviviendo con otras mamás para dar de comer a muchos chicos del barrio, empezó a hacer talleres de costura, de cocina, de teatro; teníamos una pequeña biblioteca, había varias computadoras que eran viejas”, recuerda Juan. Pero muchos de esos talleres y actividades quedaron detenidos junto con la vida de Delgado “porque las mamás tenían miedo de que estas personas fueran a tirar tiros a las casas de ella y, lamentablemente, terminaran con la vida de sus hijos e hijas. Y es muy doloroso también ver que esa banda narco no sólo mató a mi madre, también mató esperanzas e ilusiones a muchos chicos del barrio”.
Las barriadas populares rosarinas conviven con la solidaridad entre vecinos y vecinas, con las construcción de alternativas para la pibada a la plata fácil que les ofrecen las bandas narcos. Pero cuando se habla de inseguridad, lejos de la que pintan los medios hegemónicos, se habla del atropello que se comete contra los pibes a diario. “La policía muchas veces se pone agresiva hacia los mismos vecinos, ya que son muchos policías que hay acá en el barrio que diariamente golpean a los chicos, a nuestros jóvenes y los vecinos se vuelven locos. Entonces da la sensación de que no ha cambiado mucho desde el momento en donde asesinaron a mi madre: la mayoría de las veces los problemas se terminan solucionando a los tiros por parte de algunos vecinos”.
Pero hablábamos antes de lazos de solidaridad. Y Juan estuvo presente a cuatro años del asesinato el 1 de enero de 2012 por parte de una banda narco: el de Jere, Mono y Patóm, los tres militantes sociales de Barrio Moreno. Por eso acompañó a las y los familiares y contó sobre su presencia allí: “La relación que por ahí construimos entre otras víctimas es de modo en el apoyo, en poder superar este dolor que venimos sufriendo. Si bien somos muchas víctimas acá en Rosario también somos muy pocos los que llegamos a organizarnos para pedir justicia. Nosotros tuvimos la suerte de que mi madre fue una militante social durante gran parte de su vida, también fue cristiana y entonces de muy chicos venimos mamando esto de la construcción popular”. También menciona esos lazos que fueron tejiendo en el camino: “Es importante poder juntarnos, organizarnos con otras víctimas. Porque después está la otra gente que nunca llega a organizarse y sus causas mueren en los cajones de tribunales porque los familiares de tanto dolor terminan llorando en su casa”.
“Muchos chicos y chicas la querían como a una madre”
Cuenta Juan que eso lo entendió poco tiempo después de su asesinato: “Me siento re orgulloso de la madre que tuve y poder compartirla con muchos jóvenes en quienes la Mecha siempre está en sus bocas”.
Pero también está la evocación de esa otra Mercedes, su mamá: “Recuerdo de la mejor manera los domingos porque nos juntábamos en familia acá en mi casa a comer un pescado, a reírnos a decir cosas. Recuerdo el abrazo, el beso”.
Y mientras la comida entre familia y compañerada se termina, también cierra Juan: “Pensamos todo el tiempo que ella esta acá, que nos rodea, que es como el aire: todo el tiempo nos está acariciando. Sentimos su amor, eso es lo que recordamos”. Un amor que se propuso construir más allá de la violencia que habían ejercido sobre ella; un amor que se sembró para que otros y otras pudieran replicarlo. Un amor que seguirá clamando por justicia cada vez que el viento les sople la cara.