Por Florencia Daiban. En plena city, entre las oficinas y el tránsito abrumador se presenta Matorral, del artista plástico Juan Andrés Videla. Se trata de una serie de pinturas que busca la introspectiva cultural para detenerse en el “aquí y ahora”.
“Voy a pintar un cuadro. Y mientras lo intento voy soltando el cuadro y al pintor que intenta pintarlo. Es la única manera de poder pintar. La más verdadera. Sin pintor y sin cuadro”.
Juan Andrés Videla 2014.
Esta muestra, situada en el espacio de La línea piensa en el Centro Cultural Borges, se abstrae de su contexto geográfico explícito y de la velocidad de lo cotidiano, para llevarnos a un más allá de la pintura. Nos aleja de los soportes descartables e indiferentes, propios de una mirada terrenal del mundo contemporáneo, para plantear una búsqueda introspectiva cultural. Nos obliga a detenernos ante lo que pasa inadvertido; vuelve relevante algo que antes no lo era. Ese detenerse es una vuelta a la vida, al “aquí y ahora” trascendental, aunque parezca intrascendente, aunque a menudo lo pasemos por alto.
Los óleos de Juan Andrés Videla (último ganador del “Gran Premio de Honor Dibujo” que otorga el Salón Nacional de Artes Visuales) persiguen el anhelo de la acción en sí mismo y logran la plenitud en el “acto” plástico. Su línea camina en libertad. Está conectada con el soporte, con los materiales, con sus propias vibraciones, con la consistencia del pigmento, con los colores y con la energía presente en el momento de hacer. Su obra sobrevive el dualismo sujeto-objeto y trasciende la dicotomía arte contemporáneo-arte clásico centrándose en la huella del ser del artista.
En Matorral, una serie de óleos en blanco y negro pintados sobre placa invitan a recorrer los costados de los caminos que generalmente pasamos por alto; aquí nos detenemos ante ellos. “La relevancia que pueden tener los matorrales, no está en los matorrales sino en esa posibilidad de parar. Y esa posibilidad de parar no depende del objeto. La circunstancia más anodina, más anónima y más inadvertida, se puede convertir en un momento de otra índole, más rico. Y eso para mí es fantástico: saber que no depende del objeto. Depende del punto de vista que uno establece frente al objeto y el modo en que uno se relaciona con él. Cuando eso se extiende a la vida misma es una sensación extraña de cierta libertad”, dice Videla.
Esta no es únicamente una filosofía de la pintura, sino también una forma de vida. Una forma distinta de conocer la “realidad” si es que existe como tal. No importa cuál es la realidad, sino la vivencia que tenemos de ella. Estas pinturas sobre lo normalmente desechable muestran que lo que importa no es el matorral, o el árbol que encontramos allí representado. Es que las imágenes de Videla no son sólo representación. Lo importante es el grado de conexión que allí se establece. “La vivencia directa de la impresión que causan esas ramas te libera del concepto del matorral. Te libera incluso de pensar que querés hacer una pintura bella. Porque lo que rige es la intensidad de la vivencia”, comenta el pintor. El acto de pintar, y el acto de contemplar se vuelven vivencias compartidas y el objeto deja de importar como tal. Ya no vemos matorrales sino una pintura de un matorral. Videla recoge el relleno de los paisajes tradicionales para centrar en ellos su mirada del mundo. Una mirada en la que no importa el objeto en sí, sino nuestro vínculo con él.
Las pinturas no se conforman con un afán descriptivo sino que se interiorizan dentro de la propia naturaleza y van más allá. Nos introducen dentro de ese mundo simbólico, en la profundidad de cada árbol permitiéndonos captar sus propios ritmos y, si se quiere, su espiritualidad. Si el espectador se deja llevar, podrá él también, al igual que el artista, trascender la separación física que tiene con el objeto y ligarse profundamente a él. Hasta el 24 de agosto se puede ir a dar un paseo por el paisaje salvaje de este gran artista en Viamonte y San Martín, vale la pena.
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