Foto: Dina Goldstein, de la serie "Fallen Princesses".
Por Hugo Huberman*. Lo que el patriarcado marca se hereda. Las mujeres, si trabajan, deben ser también madres y esposas. A los varones ser “proveedores” los exime de las tareas domésticas o de crianza. Hacia una nueva paternidad.
Maternidad y paternidad son facilitadores necesarios, formadores de personalidades en desarrollo. Niños y niñas son parte de las inter-actuaciones humanas en las que son criados y criadas. Todo chico o chica es producto de un complejo sistema muy diversificado de relaciones sociales, de significados, muy diferentes, hasta contradictorios.
Un niño o niña es, ante todo, un hijo o hija original y constitutivamente. El sociólogo ecuatoriano José Sanchez Praga denomina “capital filial” a la cantidad, intensidad y diversidad de relaciones socio-familiares, al capital de pertenencias que el niño o la niña dispone. Cuenta en un doble sentido: a quien y quienes vive el niño o niña como figura significativa y con qué pertenencias personales puede contar.
Maternidad y ser mujer aún flamean como mitos fundacionales de nuestras culturas vinculadas al deber ser más que a un consenso de derechos conjuntos. Mientras la paternidad se considera una experiencia importante para la vida de un hombre, ya que se consigue una cierta madurez y realización (por ejemplo: “algo muy importante en mi vida”, una “opción personal”, “aprendizaje”, “futuro”, “elección”, “cambios en la relación de pareja”), la no paternidad se evalúa como una experiencia mediante la cual no se podrá alcanzar la plena realización ni un futuro cargado de aprendizajes (por ejemplo: “irrealizado”, “no tener hijos para preocuparse de uno mismo”, “sin futuro” y “pérdida de la esencia de la vida”).
Diversos estudios muestran que en la mayoría de los hombres está presente la percepción de que su papel de proveedor los exime de buena parte de las tareas domésticas, de crianza o cuidado de personas dependientes. Las paternidades son vividas como actuaciones de provisión de bienes materiales y trascendencia en la perpetuación de los lazos sanguíneos.
De acuerdo a estudios realizados en diversos países como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Perú, la posición de los hombres no es homogénea y es posible identificar diferencias en el grado de aceptación de la idea del trabajo remunerado de las mujeres. De acuerdo con la socióloga argentina Eleonor Faur un primer grupo está conformado por hombres jóvenes de mayor nivel educativo. Ellos reconocen que el trabajo es un derecho de la mujer y que abre posibilidades de mayor equidad entre los géneros. Sin embargo, frente a situaciones críticas, como la enfermedad de hijos, hijas o padres, no hay dudas: son las mujeres quienes deben afrontar la situación.
Un segundo grupo acepta pragmáticamente el trabajo femenino, debido a la necesidad de la familia de contar con un ingreso adicional. Sin embargo, estos hombres muestran una cierta incomodidad frente a la conciliación y sus eventuales roles en el cuidado de la familia, ya que consideran que hay una serie de tareas que son de exclusiva responsabilidad de las mujeres.
El tercer grupo está conformado por varones que se oponen explícitamente al trabajo de las mujeres y consideran que es incompatible con la crianza de hijas e hijos y el cuidado de la familia. El empleo de ellas es percibido como un cuestionamiento al papel del hombre, en tanto proveedor, e incompatible con el bienestar de la familia. Aparece la idea de la “ausencia” de la mujer: lo que deja de ofrecer a la familia aparece aquí como más importante que lo que aporta producto del ingreso laboral.
Es de destacar que, en general, en ninguno de los grupos ellos perciben la necesidad de compatibilizar su propio trabajo productivo con la participación en tareas del hogar, como sí se espera de las mujeres.
En suma, en la medida que estas construcciones culturales persistan se dará por sentado que son las mujeres quienes deben conciliar sus papeles de ama de casa y de madre y cuidadora, junto con su rol de trabajadora remunerada. Así, se olvida que el devenir de las nuevas generaciones y el cuidado de las personas dependientes es una responsabilidad compartida por todos: la sociedad, los gobiernos, las organizaciones sociales, los hombres y las mujeres.
Lo “natural”, otra trampa patriarcal
La educadora peruana Norma Fuller propone algunas dimensiones de la paternidad. La “natural”, que es la última prueba de virilidad y capacidad de fecundar a una mujer; la “doméstica”, que mantiene a una familia y a una pareja unidas; la “pública”, que apela a proveer a la familia de recursos materiales y simbólicos obtenidos en la esfera laboral, vincular a los hijos con el dominio público. También hay una “trascendental”, la de perpetuar el apellido y asegura la trascendencia a través de la descendencia.
En cambio, las dimensiones de la maternidad incluyen la “natural” como designio biológico de ser madre; la “privada”, en tanto encargada del ámbito de lo privado familiar, cotidiano y del hogar; la “pública”, preparadora de los ciudadanos que como lugar primero de socialización mantiene, transmite y reproduce los valores y roles sociales. Hay una última, la “abnegada”, entregada por entero a la familia y a los hijos o hijas, a costa de relegar hasta el olvido su individualidad
Esta oposición es tremendamente dañina ya que no sólo genera derechos y destinos desiguales para hombres y mujeres, sino también lógicas de funcionamiento distintas y, por lo tanto, mundos diferentes y opuestos.
La filósofa húngara Agnes Heller llamó “el hogar de las emociones” a todas las acciones domésticas y de cuidados de la mujer, que son excluidas de consideraciones morales y políticas al ser destinados al lugar de la naturaleza. Hay una incorporación precisa de lo natural como obvio, venido del más allá, como no posible de poner en crisis ni en juego reflexivo.
Al hombre se le ha asignado el mundo público, la creación y la producción. Esto es parte del problema. Lo que lo hace más grave aún es que aquellos aspectos considerados de la mujer son menos valorados socialmente que aquellos considerados del hombre.
Ocurre entonces que incluso a las mujeres les parecen más importantes las cosas de ellos, y cuando se les pregunta en qué trabajan suelen contestar “no trabajo, estoy en la casa”, sin valorar la crianza como una labor y un aporte significativo a la familia y a la sociedad.
Definir y definirse
Sin duda, hablar de este tema genera contradicciones. Algunos opinan que hay cambios importantes: las mujeres ya no están encerradas en la casa y los hombres asumen más a los niños que antes. Sin embargo, la contradicción parece ser la tónica.
La coexistencia de viejos y nuevos referentes socioculturales que definen los roles de género parece caracterizar la práctica cotidiana y la representación que las familias y sus integrantes tienen de sí mismos. Se vio que el uso del tiempo y de los espacios son evidencias significativas en la construcción de los roles y actuaciones de cada uno o una hacia lo interno de las familias.
Así, se entiende que el análisis de la paternidad se construya desde distintos puntos de vista, como el de Gutmann, quien propone estudiar la constitución de la identidad masculina desde “lo que los hombres dicen y hacen para ser hombres y no solo en lo que “los hombres dicen y hacen”, lo que derivaría en comprender las paternidades desde su aspecto simbólicamente operativo. Es decir: por un lado la acción exterior, por el otro el valor simbólico que se le da a esa acción.
Es este sistema que tironea fuerte entre “lo que soy” y “lo que dicen que soy” y, por ende, “lo que debería ser”, el que pone en riesgo “mi autoridad única como hombre/padre” y “me deja huérfano frente a la necesidad de democratizar la vida familiar”.
“Si no soy la autoridad máxima, ¿quién soy en esta casa?”. La intimidad es el eje menos visibilizado del patriarcado y el más sufrido por mujeres. Y a las mujeres, ¿cómo les va con esto?
En la encuesta Images que se realizó en Chile, México y Brasil, se puede resaltar, en cuanto a la participación de los padres hombres en el cuidado diario de hijas o hijos de 0 a 4 años, que se aprecian discrepancias importantes entre los reportes de hombres y mujeres. Jugar con sus niños o niñas es la actividad que los hombres declararon efectuar más frecuentemente. A su vez, la actividad que menos hacen es la de cocinar. Los varones que acompañaron alguna vez a su pareja a las visitas prenatales son más en México, seguido por Chile y finalmente Brasil.
Para Lazo Blanco y la Campaña Latinoamericana de Paternidades Men Care “Vos sos mi papá”, paternar implica tres dimensiones: la “presencia activa”, en todo sentido, en calidad y cantidad de tiempo compartida; “emoción por estar allí”, donde hijos e hijas crecen; y “cuidado”, no como control, sino como conocimiento profundo de las necesidades y experiencia vital del otro u otra. Sin esa tríada, dejamos nuestros hijos e hijas librados a sus suertes, o atados a las discriminaciones que sufren sus madres solo por ser mujeres.
(*)Coordinador de Campaña Lazo Blanco de Argentina y Uruguay (www.lazoblanco.org) y director del Instituto de Género Josep Vicent Marques.