Por Andrés Etchenike. Por un conflicto laboral Carlos Landívar asesinó a dos de sus jefes, a un compañero y se suicidó. Rápidamente, nuestra sociedad busca la forma de desentenderse del problema.
Habían pronosticado lluvias, pero sin embargo a esa hora del mediodía aún el tiempo se mostraba parcialmente nublado, como dicen los meteorólogos, dejando que el sol atraviese las nubes. Carlos Landívar venía caminando del quiosco al que iba todos los días y llegaba tranquilamente a la puerta de la fábrica en la que trabajaba como chapista cuando se encontró con Soledad, una vecina del barrio a quien le había estado haciendo unos arreglos en su casa tiempo atrás. Conversaron un buen rato, y como otras tantas veces le preguntó cómo andaban las cosas en su trabajo, sabiendo que Carlos tenía algunos problemas allí. Él le contó que no estaba bien pero acto seguido la sorprendió al regalarle la caja de Navidad que llevaba encima, con bebidas para brindar en las fiestas y un pan dulce para la mesa de su familia. Ella le agradeció y entonces le dijo “bueno, vamos a brindar esta noche”, a lo que él le contestó “no creo que me veas esta noche porque hoy voy a solucionar el problema”, mientras en la comisura de sus labios débilmente se dibujaba una suerte de sonrisa, que Soledad sólo comprendió unas horas después. Cada uno siguió con su día, pensando en las cosas que tenían por delante.
Dos horas después Carlos entró al edificio, y tranquilamente se dirigió a la parte superior del predio donde se encuentran las oficinas. Allí encaró a los dueños de la empresa y volvió a reclamar la plata que le adeudaban. La discusión subió de tono progresivamente hasta que Carlos sacó una pistola y le disparó a sus dos jefes y dueños de la empresa, Marcelo y Javier Bascoy, matándolos en el acto y también a Javier Echeverri, un empleado de la firma. Acto seguido comenzó a prender fuego el edificio y se suicidó. Al llegar la policía, pudo rescatar a un cuarto empleado que estaba imposibilitado de salir por el fuego.
Más tarde Soledad supo por el empleado del quiosco que a Carlos Landívar pensaban echarlo y que los dueños de la empresa le debían cerca de cien mil pesos, y ella atribuyó los crímenes a esas razones.
Bascoy Sociedad Anónima es una empresa familiar que se dedica al transporte de maquinarias ubicada en la zona norte del Gran Buenos Aires, en la localidad de Bancalari, partido de San Fernando. A su vez en el año 2002 José Bascoy, el padre de los dos asesinados, estuvo en las letras de molde de los medios de comunicación porque había estado secuestrado durante una semana y sólo fue liberado cuando la banda estuvo segura de que el rescate de quinientos mil dólares que exigía estaba fuera de las posibilidades de la familia, que adujo que la fábrica se encontraba en dificultades económicas. O al menos eso fue lo que trascendió en su momento.
Esta primera y apurada reconstrucción de los hechos está basada en los testimonios de los testigos y en las declaraciones policiales, desde luego con una cuota aportada por la imaginación. No busca la precisión del detalle sino más bien intentar poner al lector en el contexto de la situación vivida. Otras declaraciones ayudan también a componer un cuadro más completo de lo que pasó.
Uno de los nueve hijos de Landívar, entrevistado en directo para la televisión, aseguró que en su opinión su padre “se cansó hasta que dijo basta, no me pagan estos hijos de puta”. Además aseguró que su padre trabajaba “hasta los feriados” y agregó que “hizo lo que tuvo que hacer, tampoco lo iban a pisotear, a pasar por arriba”. El joven, que aseguró que no veía a su padre desde hacía dos años, afirmó que “si lo jodían, sí era muy agresivo”. Sus declaraciones causaron un lógico revuelo.
Por otro lado Soledad, la vecina que lo encontró antes de que se desaten los asesinatos, aseguró “no poder creer lo que pasó”, al nunca haber notado que sufriera problemas psicológicos.
Sin embargo Juan Landívar le dijo a la televisión que su hermano Carlos “tenía doble personalidad”, que “era una persona muy violenta y amenazaba con matarnos a todos” y que en consecuencia debía haber estado internado en un psiquiátrico. Juan contó que “en numerosas ocasiones llamó junto a su madre y la hermana al 911 para pedir asistencia, pero venía el patrullero y nos decían que como era familiar no podían hacer nada”. Carlos estaba medicado pero en su opinión debía ser internado y “eso es lo que tenía que hacer la policía y los médicos que lo examinaron; por comodidad lo mandaban a la casa, que se encargue la familia”.
En muchos de los grandes medios de comunicación la noticia estuvo precedida por palabras como “locura” u “horror”, que buscan aislar al resto de la sociedad de este tipo de episodios supuestamente excepcionales. Se trata de la idea de que las mayorías “sanas” o “normales” nunca cometerían este tipo de asesinatos, mientras que hombres como Landívar inevitablemente están trastornados o locos. Más allá de las particularidades psicológicas del caso, que bien pueden llegar a explicar en parte el desenlace trágico de los acontecimientos, la finalidad de esos enfoques periodísticos es promover la idea de que las causas de la violencia tienen que ver con problemas particulares del asesino, no con problemas sociales, con un conjunto de dimensiones de la vida cotidiana de una parte importante de nuestro pueblo. La solución lógica del problema pasa a ser aislar a los sujetos “peligrosos”.
Jornadas de trabajo extenuantes y mal pagas, prepotencia y desprecio patronal, flexibilización laboral, la vivencia permanente de la desigualdad social, un sistema público de salud mental deficiente que responde con pastillas ante las dificultades de los pacientes, unidades familiares desunidas donde se viven episodios de violencia, alcoholismo. Se trata de experiencias cotidianas para millones de argentinos y argentinas y a la vez de caldos de cultivo de todo tipo de reacciones sociales. En lugar del morbo por la sangre, este tipo de episodios deberían dar lugar a una reflexión sobre las condiciones en las que vivimos todos, para luego contribuir a transformarlas.