Por Javier Pineda Olcay
Nueve personas negras fueron asesinadas en la ciudad de Charleston, Carolina del Sur, por el joven Dylan Roof, quien justificó su actuar en la “supremacía blanca”. El FBI no lo consideró un crimen con motivos políticos. El sueño americano prohibido, para los que no son blancos.
El domingo 21 de junio, por la noche, más de 20 mil personas se congregaban y hacían sonar las campanas de la ciudad de Charlestone, en recuerdo a las nueve personas asesinadas por Dylan Roof la semana anterior en la Iglesia Emanuel African Methodist Episcopal.
El día anterior a la manifestación, el director del FBI, James Comey, declaraba que dicha masacre no podía considerarse como un acto terrorista, pues un atentado terrorista tenía por objeto causar miedo en la población y se constituía como un acto político, en cambio, este caso no revestiría tales cualidades.
Toda persona debería tener derecho a un debido proceso (incluida la no aplicación de la llamada “Patriot Act”). Pero los dichos del director del FBI no son menores.
Como decía Anthea Butler, profesora de la Universidad de Pennsylvania, en una columna publicada en el Washington Post, si un hombre de color dispara se le llama “terrorista” o “matón”. Sin embargo, si un blanco dispara se le llama “enfermo mental”. Este punto demuestra lo estructural que es el racismo en el mundo y particularmente en Estados Unidos. Una masacre que deja nueve personas negras muertas es vista simplemente como un hecho aislado y de “violencia doméstica” y no como una práctica política naturalizada.
Por estos días, el FBI y la policía estadounidense encontraron un manifiesto que correspondería a Dylan Roof, el cual no sólo representa su locura sino que es el mensaje de varias organizaciones que proclaman la “supremacía blanca”. Dicho manifiesto podría ser perfectamente el programa de organizaciones como el Council of Conservative Citizens, el cual financia a innumerables candidatos republicanos y resulta ser la heredera del White Citizens Council, organización que luchó contra los movimientos por los derechos civiles en los años 60.
Este caso no es “anormal”. Kevin Gray, activista por los derechos humanos y organizador de su comunidad en Columbia, Estado de Carolina del Sur, sostiene1 que en este Estado es común ver a personas enarbolando la bandera de la Confederación, la cual simboliza la defensa de la esclavitud y la segregación racial. Inclusive, esta bandera flamea frente al Capitolio estatal, como muestra de la herencia de South Carolina.
Y la ciudad donde ocurrió la masacre tampoco fue algo azaroso. El autor de la masacre sostuvo que eligió dicha ciudad porque “es la ciudad más histórica de su estado y en un tiempo tuvo la mayor proporción de población negra respecto a la población blanca”. Asimismo, Charlestone desde el siglo XIX había sido un polo de organización de la población de color, en esos tiempos esclavizada. El historiador Howard Zinn, en su libro “La otra historia de los Estados Unidos”, fecha en 1822 el primer intento de revuelta de esclavos en dicha ciudad, conocida como la “Conspiración de Denmark Vesey”, la cual fue frustrada, lo que conllevó el ahorcamiento de 35 esclavos que participaron en el intento de rebelión por su emancipación.
Es importante recalcar que Dylann Roof no es un sicópata aislado. Es producto de un sistema basado en la discriminación y la segregación, en el cual no sólo los afroamericanos son poblaciones afectadas. A estas se suman los musulmanes, latinos y asiáticos: en general, todos aquellos que no son blancos. La masacre de Charlestone viene a engrosar el largo listado de personas negras muertas en estos últimos meses, como los jóvenes afroamericanos Antonio Martin en el condado de San Luis, Michael Brown en Ferguson, el niño Tamir Rice y tantos otros más que han sido asesinados por policías blancos.
En la construcción de estos sicópatas, los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad, pues criminalizan a las personas vulnerables y naturalizan (o ignoran) los abusos. Ejemplo de esto es Donald Trump, millonario empresario de TV, al cual su racismo lo llevó hasta a cuestionar la nacionalidad del presidente Barack Obama y ahora se presenta como candidato a las primarias presidenciales del Partido Republicano. Su primera propuesta programática: construir una gran muralla en la frontera con México y hacérsela pagar a los mexicanos.
La segregación y discriminación mata. Pero no sólo mata, si no que genera una relación estructural de dominación, que tiene expresiones raciales, de género y de clase. El discurso de supremacía blanca es servil al sistema económico norteamericano: este sistema necesita de personas marginadas y en situación de ilegalidad que desarrollen el trabajo que los trabajadores norteamericanos blancos no están dispuestos a realizar por el mismo salario y bajo las mismas condiciones. El sueño americano para las poblaciones afroamericanas se manifiesta así como esclavitud sin grilletes y emancipación sin libertad.
1 Entrevista en Democracy Now, 22 de junio de 2015.