Mientras en Argentina el nuevo Papa es conocido por su rol mediático conservador y sus relaciones con la última dictadura militar, en el mundo festejan la llegada de un pontífice más ‘progresista’ al Vaticano.
Sería redundante dedicar la enésima nota periodística a los antecedentes por lo menos ‘oscuros’ del nuevo Papa argentino. En las últimas horas, a través de medios y redes sociales se difundió una enorme cantidad de información en torno al pasado de Francisco, o “Bergo”, como lo llaman sus correligionarios de la derecha peronista.
Horacio Verbitsky y el fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales, Emilio Mignone, han dedicado años y kilómetros de tinta a demostrar la actuación de Bergoglio en los casos de desaparición forzada de curas villeros y catequistas. Así como son públicas las investigaciones que lo ligan directamente a la cúpula de la Guardia de Hierro, organización ultra conservadora peronista que lo disparó hacia los lugares de poder de la iglesia porteña.
Se trata de un personaje con interesantes paradojas: Un jesuita conservador, hábil y estratega, que tejió constantes relaciones con los movimientos sociales y las organizaciones de las villas desde la Catedral Metropolitana.
Y sólo para recordarlas, se pueden nombrar sus feroces declaraciones contra el matrimonio igualitario y la ley de géneros. Lo único con lo que no se metió en nuestro país fue con el aborto, pero al tener un gobierno que no intentó avanzar sobre ese tema, no hubo necesidad. Aunque sí rechazó abiertamente el fallo de la Corte Suprema sobre aborto no punible.
Sin embargo, es lícito preguntarse el por qué de la algarabía global en ciertos sectores progresistas de la Iglesia Católica ante la asunción de Bergoglio como nuevo papa. ¿Sabrán ellos del prontuario de Francisco? ¿Será que ante tanto conservadurismo y pederastia, festejan la victoria del mal menor?
Es evidente que en los ámbitos religiosos la designación de “Bergo” fue recibida como una señal de cambio. “En pasado fue criticado por su silencio ante la dictadura militar pero es considerado un reformador amigo de los pobres”, lo describen así casi todos los diarios italianos. El simbolismo detrás de la elección de un papa latinoamericano es sin duda muy fuerte. Se trata del tercer papa no italiano sobre los 266 que ha tenido en toda su historia la iglesia de Roma, y lo ‘exótico’ de provenir de un país del “Tercer Mundo” -aunque ya esta expresión carezca de sentido sigue teniendo peso en el imaginario europeo- es seguramente un punto a favor para ganarse la simpatía de millones de católicos cansados de los escandaluchos vaticanos.
Ya en la previa se rumoreaba en torno a la necesidad de la Santa Sede de demostrar una apertura hacia los latinoamericanos. Bergoglio había sonado también en 2005 para suceder a Juan Pablo II y la renovación tan pedida por las bases católicas también pasa por darle espacio a este continente plagado de desigualdades, en la íntima convicción de que un representante del clero sudamericano pueda aportar la visión de los humildes de la tierra.
Pero es evidente que la curia vaticana no piensa en esos términos. Como ya hemos escrito en Marcha, la disputa entre cardenales progresistas y conservadores es un resabio del pasado que poco peso mantiene a la hora de establecer la imagen que la Iglesia quiere difundir el en mundo. Analizando rápidamente los medios internacionales se puede deducir que la elección del arzobispo de Buenos Aires generó una gran expectativa. En todo el mundo circulan los videos del nuevo papa viajando en el subte de Buenos Aires y hablando de la pobreza en nuestro país. Las ‘grandes plumas’ del periodismo internacional ya le asignaron el apodo de ‘Papa de los pobres’ y hasta los gobiernos revolucionarios de Latinoamérica festejaron la designación de un hombre nacido en nuestro continente.
El candidato argentino de la curia romana, verdadero centro del poder del Vaticano, era Leonardo Sandri, cardenal radicado en Italia desde los 70 y que conoce de memoria los pasillos de la Santa Sede, sus internas y sus reglas. Ortodoxo y ex secretario privado de Juan Carlos Aramburu, arzobispo de Buenos Aires durante la dictadura, Sandri no tenía tanto recorrido por los pasillos de las villas porteñas como para levantar el entusiasmo de los fieles, como sí lo tenía el jesuita. Y Bergoglio además poseía la carta ganadora al pertenecer a la Compañía de Jesús, orden fundada en España en el siglo XVI, ampliamente difundida en América y nacida de la intelectualidad católica más encumbrada con una fuerte estructura jerárquica.
Aunque los jesuitas desconozcan su peso dentro de la congregación, ser el único cardenal ligado a esa orden fue seguramente uno de los factores de mayor peso en la elección. Porque la nueva cara de la Iglesia tiene que ir al paso con los tiempos. Así como los humildes latinoamericanos parecen haber encontrado una vía alternativa al liberalismo de la vieja Europa en crisis, el Vaticano debe demostrar una mayor apertura a los procesos en acto en el mundo. Y si la vieja Europa puede interceder en esos procesos en nuestro continente a través de un Papa latino, mejor todavía.
Querían un cura villero. Agarraron a Bergoglio.