Por Francisco Longa – @queseabisma
Tras el agotamiento de la “herencia recibida” como factor explicativo del rumbo del gobierno, Macri apela ahora a un viejo argumento, que también esgrimió el kirchnerismo: el clima destituyente.
Durante el primer año de mandato de Cambiemos, la referencia a la “herencia recibida” fue utilizado por el gobierno para explicar las medidas antipáticas que llevó a cabo. Por ejemplo, el aumento desmedido de tarifas en los servicios públicos: frente al supuesto desfinanciamiento de las empresas de energía que habría promovido el kirchnerismo y que nos llevó casi a la crisis energética, el tarifazo vendría a subsanar a largo plazo dicha negativa “herencia”. Lo más curioso es que el gobierno apeló a la herencia recibida inclusive al respecto de indicadores que su propia gestión empeoró; si bien es cierto que según el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Macri habría recibido una pesada herencia de un 29% de pobreza, no se explica cómo haber empeorado este guarismo en un 3% en apenas 15 meses de gobierno, también es responsabilidad de la herencia, y no de la actual gestión.
Pero hay que decir que el recurso de la “pesada herencia” no es nuevo, ni monopolio exclusivo de Cambiemos. Prácticamente todos los gobiernos presidenciales que asumieron luego de una gestión del signo político contrario al propio, acusaron a la herencia. Eugenia Mitchelstein, profesora de la Universidad de San Andrés y experta en comunicación, analizó el promedio de tiempo que los mandatarios/as dedicaron a hablar críticamente de las gestiones anteriores en los discursos de apertura de las sesiones legislativas, desde el retorno democrático de 1983. Allí muestra que casi todos los presidentes/as dedicaron un porcentaje de entre el 11 y el 30% a esta apelación, con casos como el de Eduardo Duhalde en 2002, que dedicó un 27%, y Néstor Kirchner en 2003 que lo hizo en un 11%. Pero si excluimos a Raúl Alfonsín, quien tal vez por suceder a un gobierno dictatorial requirió de un 31% de sus palabras a denostar al pasado régimen, Macri aparece en 2016 como el presidente que más tiempo utilizó en su discurso inaugural para criticar la herencia recibida; es decir que se trata de un viejo recurso, pero que Cambiemos reactualizó como ninguna otra gestión.
Pero tras un año de gobierno presidencial, el recurso parece haberse agotado o entrar en una fase de declive. En ese marco se explica que la propia María Eugenia Vidal haya declarado el pasado enero: “la pesada herencia pasó, me hago cargo de lo que hay hoy en la Provincia”. Aparentemente Cambiemos está tomando nota de que acusar incesantemente a los pasados gobiernos de todas las consecuencias negativas de las políticas tomadas por este gobierno, ya no surte efecto.
Un nuevo (viejo) relato asoma
Este escenario explica cómo, desde el gobierno y desde los grandes medios oficialistas, el relato de la herencia recibida se va extinguiendo a medida que una nueva narrativa emerge y busca imponerse: la del clima destituyente.
La semana del 6 de marzo, que reunió tres enormes movilizaciones en distintos días, sumado a las movilizaciones de la semana pasada que incluyeron acampes, cortes de calle y la realización de más de 300 ollas populares en todo el país en reclamo por la implementación de la ley de Emergencia Social, fueron el escenario perfecto para que las usinas mediáticas macristas reactualicen, por un lado, la narrativa represiva y por el otro la acusación de intenciones destituyentes.
Nuevamente, el concepto de “clima destituyente” no es cosecha propia del macrismo. Por el contrario, fue durante las jornadas de 2008 donde el autodenominado “Campo” se enfrentó al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner por la famosa resolución Nº 125, cuando Carta Abierta colocó en el debate público la alarma acerca de las intenciones destituyentes de muchos sectores que respaldaban a los productores rurales.
Lo curioso es que el actual gobierno engloba dentro de las intenciones destituyentes a un arco muy variado y heterogéneo de acciones colectivas de protesta, que van desde la exigencia por el cumplimiento de la ley de paritaria nacional docente, hasta el reclamo por el fin de los femicidios, pasando por la demanda por cuidar la industria nacional esgrimida por la CGT, y por el reclamo de los movimientos sociales por que se implemente la ley de Emergencia Social que los propios legisladores de Cambiemos votaron. Todo este cúmulo de demandas económicas, políticas y sociales, formaría parte de un plan siniestro orquestado desde el kirchnerismo y la izquierda para voltear al gobierno.
Esto es lo que sostuvieron tanto Marcos Peña como María Eugenia Vidal en recientes conferencias de prensa, donde fueron interpelados acerca del paro de la CGT en general, y de la demanda gremial docente en particular. Pero también los principales editorialistas de los mass media, como Joaquín Morales Solá, Luis Majul y otros del mismo talante insistieron en que, desde Baradel hasta los piqueteros, todos forman parte de una misma intentona desestabilizadora que tiene por objeto no lograr un mejor aumento salarial (por tomar el caso docente), sino desgastar y voltear a Macri.
En realidad, es probable que desde el propio gobierno sepan que la hipótesis desestabilizadora, aplicada a: docentes que no quieren ver depreciado su salario, cooperativistas que quieren que la asistencia del Estado llegue en forma efectiva, y dirigentes de la CGT –que están más cercanos a los brindis presidenciales de fin de año que a destitución alguna–, es descabellada, ridícula e insólita.
Pero entonces, si dicha narrativa no tienen ningún asidero en la realidad: ¿por qué el gobierno busca implementarla? Una posible respuesta puede venir desde el análisis del cálculo electoral, que lo lleva a reforzar la estrategia de la polarización.
En realidad, cuando el gobierno denuncia los supuestos planes desestabilizadores, lo que hace es reactivar un clivaje entre “ellos” y “nosotros”, tan propio de la polarización política que le fue criticada al kirchnerismo. Es consabido que para que en un relato la potencia de la figura de la víctima se pueda expandir, es necesario expandir a su vez la figura del victimario. O como fuera dicho durante la campaña de 2015, la imagen angelical de Vidal sólo pudo acrecentarse en relación con la imagen en “espejo invertido” de su competidor, Aníbal Fernández: lo más parecido a un personaje que provoca escozor.
Desde el actual relato destituyente, Roberto Baradel podría ocupar el lugar de Aníbal Fernández, y desde allí podría explicarse la diatriba descalificadora y personalizadora en Baradel de un reclamo docente que, además de ser justo por donde se lo mire, excede con creces al dirigente del SUTEBA.
Pero cuando el conflicto docente termine, ya no será Baradel sino cualquiera que pueda personificar el rol de “enemigo del cambio”, el que le servirá a Macri para reactualizar la llamada “grieta”. Pero entonces, ¿no era que el gobierno venía a unir a los argentinos?
Es probable que Cambiemos haya tomado nota de que la estrategia de polarizar, dividir y tratar de identificar a todo aquello que se lo opone como los “otros”, que se enfrentan al “nosotros”, sea electoralmente más redituable que la apelación vaga a una unidad nacional carente de programa y sustento.
Descalificar a los argentinos
Nuevamente, es posibles que la instalación del discurso destituyente no sea siquiera creída por los propios gobernantes. Lo problemático de todos modos no sería esto, sino que sea incorporada por el imaginario colectivo de nuestra sociedad.
Y es por ello que huelga insistir en que el clima de movilizaciones callejeras que se está viviendo, no solamente no atenta contra la democracia, sino que la fortalece. La democracia sustantiva se constituye a partir de la participación, el involucramiento y la transformación de las grandes masas de la población en sujetos activos de su propio destino común. Esa activación democrática se produce no solamente con la participación esporádica y limitada que implica el acto electoral, aunque por supuesto que la contiene.
Trabajadores/as formales, movimiento de mujeres, docentes, trabajadores/as cooperativistas, trabajadores/as precarizados/as, en fin: Argentina es, y nunca dejó de ser, un enorme laboratorio de experimentación política. Esto, lejos de representar un riesgo, “instituye” en forma continua y permanente normas, procedimientos y formas de actuar en común que ensanchan la vida democrática.
Lo que ocurre es que cuando desde los gobiernos se recortan derechos y se profundizan las desigualdades sociales, las expresiones activas de la democracia se constituyen como un dique de contención frente a esas políticas. Por ello, sería deseable que la incorporación de las demandas de la sociedad movilizada, sea vista por el gobierno como una oportunidad para mejorar los horizontes democráticos, y no como un cronograma de acciones desestabilizadoras. Salir de la paranoia desmesurada, y desactivar esta narrativa destituyente, es un buen aporte a la estabilidad democrática que podría hacer el gobierno nacional.