La derrota del macrismo en las urnas abre una serie de interrogantes que tendrán su respuesta a partir de la puja entre el gobierno entrante y las demandas populares. Un análisis de los resultados electorales y del escenario que se plantea en los próximos meses.
Por Marcos Duch | Foto de Pepe Mateos
El resultado de las elecciones nacionales del 27 de octubre marca el final del gobierno de Cambiemos (actualmente “Juntos por el Cambio”), iniciado cuatro años atrás. Este hecho es motivo de algarabía para enormes sectores populares de nuestro país. Y no es para menos: se trata de un castigo categórico a un modelo de valorización financiera, endeudamiento externo, devaluación e inflación sin límites, pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo, ajuste en el Estado y aumento de las tarifa. Todo ello condensado en el deterioro de las condiciones de vida de los y las trabajadoras y el empeoramiento de los índices de pobreza e indigencia.
En la base del masivo voto a las listas del Frente de Todos se encuentran motivaciones muy similares a las que llevaron a los pueblos chileno y ecuatoriano a las calles en sendos procesos que aún se hallan abiertos. Esto anticipa una discusión que estará presente a lo largo del mandato de Alberto Fernández: ¿qué cauces y salidas encontrarán las aspiraciones populares en el marco de un gobierno que accede al poder motorizado por ellas, pero que no plantea una ruptura profunda con el modelo de acumulación?
La pregunta no tiene una respuesta a priori. Se puede anticipar un escenario de lucha complejo, socialmente polarizado, en el cual los distintos niveles del gobierno y el Estado responderán a las presiones desde arriba y desde debajo de formas diferenciadas. Se insinúa un bloque en el poder que contendrá una mayor cantidad de contradicciones, que a su vez plantearán oportunidades para imponer nuestras demandas. Y es que, por extraño que suene, la ausencia de contradicciones profundas terminó siendo una de las fuentes de la debilidad de Cambiemos (cabe recordar que Macri fue el primer presidente que no logró obtener su reelección entre aquellos que lo intentaron). Se mostró como un gobierno demasiado unilateral, representante exclusivo de un sector cheto de la sociedad que perdió su capacidad de interpelar y dirigir a las capas subalternas.
A su vez, el Frente de Todos se enfrenta a varios dilemas: cómo administrar las aspiraciones populares mientras se negocia con el FMI y se busca contener a sectores diversos de las clases dominantes, que también exhiben contradicciones internas (por ejemplo, entre el sector PyME y capitales de mayor envergadura), o cómo navegar entre amplísimos sectores que lo votaron con la perspectiva de legalizar el aborto a la vez que se privilegia una relación con la estructura de la Iglesia. El tiempo y la lucha son los únicos que pueden contestar estos interrogantes.
Es importante mencionar brevemente dos elementos que surgen de los guarismos electorales y de la campaña. Se trata de coordenadas que hay que tener en cuenta para el despliegue de la lucha popular en los duros tiempos que se vienen.
En primer lugar, no perder de vista que la elección fue un triunfo categórico del Frente de Todos. A pesar de los intentos oficialistas previos por sembrar dudas en torno a los comicios y el resultado, la diferencia de ocho puntos entre la lista ganadora (tres puntos por encima del 45% que la consagra como próximo gobierno) y la segunda es una diferencia notable para una elección polarizada. Se trata de un muy buen resultado electoral, más aun teniendo en cuenta que hace apenas dos años el triunfo legislativo de Cambiemos parecía indicar una fortaleza difícil de erosionar en el corto plazo. Antes del 11 de agosto todo indicaba que se marchaba a un escenario de ballotage. Contradictoriamente, fue su pésimo desempeño en las PASO el que ahora le permite al gobierno exhibir los números de la elección general como un triunfo parcial, con el agregado de algo más de dos millones de votos (cosechado a expensas de las listas de Lavagna, Espert y Gómez Centurión, sumando también nuevos votantes que no habían concurrido previamente a las urnas). Resulta evidente que el macrismo logró hacer una síntesis entre la derechización de su discurso y la movilización de su base social.
Esto nos lleva al segundo aspecto, que sirve tanto para explicar esa transferencia de votos como para pensar la estrategia de las y los trabajadores hacia el futuro: Juntos por el Cambio queda colocado como una sólida oposición por derecha. Es imposible determinar cuál será el derrotero de la coalición que gobernará hasta el 10 de diciembre. Pero, parado sobre el 40% de los votos, el macrismo tendrá herramientas para conjurar la disolución de su espacio político e intentar mantener la hegemonía hacia su interior. Más importante aún: logró movilizar f0ísicamente a un sector reaccionario y numeroso de la sociedad.
Más allá de que el resultado definitivo le permite a Juntos por el Cambio ser la primera minoría en la nueva Cámara de Diputados, la activación del sector gorila de la sociedad es, quizás, el rasgo más importante: no sólo le da supervivencia superestructural al proyecto puro de las élites que Cambiemos siempre quiso representar, sino que también le confiere una encarnadura social para nada despreciable. Conviene evitar todo triunfalismo y no perder de vista esto. Más que nunca, los y las trabajadoras tendremos que imponer nuestras demandas en las calles. Y ello implica desconfiar de los llamados a la desmovilización, en particular cuando el próximo gobierno nos quiera convencer de que todos nuestros reclamos pueden resolverse puramente por la vía institucional.
Ecuador y Chile están marcando las coordenadas de la región. El conflicto social desborda los límites institucionales y pone a ambos gobiernos contra las cuerdas. El gobierno que asumirá en Argentina, en el mediano plazo, se moldeará según las presiones que reciba: la fina línea entre sostener un modelo de acumulación que hasta el momento no ha cuestionado y responder a las expectativas populares que despertó a partir de la catástrofe macrista deja el final abierto.
La derecha neoliberal parece haber entendido, de forma tardía, que en la disputa política la calle no se abandona. Nosotrxs también tenemos que tomar nota.