Por Tomás Astelarra
A pesar de que son escasos los matices entre los dos candidatos que llegan al balotaje, hay uno cuyas consecuencias sería imprudente minimizar. El avance de la derecha en el continente y el mundo, la figura del expresidente colombiano Álvaro Uribe Velez, y las posibilidades de una elección.
Hace un poco más de un año, en octubre, cuando comenzaban a calentarse las elecciones, el diario La Nación publicó una resonada reunión entre dos de los tres principales candidatos (Mauricio Macri y Sergio Massa) con el expresidente de Colombia, Álvaro Uribe Velez, invitado a la Argentina para participar del XII Congreso Internacional de la Federación Panamericana de Seguridad Privada.
Transformado en un baluarte de la derecha mundial y paladín de la “seguridad democrática”, votado por los mismos colombianos como el hombre del siglo en History Channel, la verdadera historia de Uribe demostraría una vez más que la realidad de los pueblos es muy distinta a la de la televisión.
Hijo de una familia acomodada y ganadera de Antioquia, la amistad de su padre con Pablo Escobar lo ubicó como presidente de la Aeronáutica Civil de Medellín, empresa área de esta ciudad de la que luego sería alcalde y gobernador. “Pablo solía decir: si no fuera por ese bendito Alvarito no podríamos haber volado a Miami a llevarle la droga a los gringos”, comentó alguna vez en una entrevista al diario El País, Virginia Vallejo, modelo, conductora televisiva y expareja del capo del cartel de Medellín.
Surgido como un candidato nuevo, lejano a los partidos tradicionales, independiente y resuelto a acabar con la guerra, las dos presidencias de Uribe (2002-2010) marcarían una de las peores catástrofes humanitarias del continente y el planeta en el siglo XXI. Según las Naciones Unidas, durante cada día de los primeros cuatro años del gobierno de Uribe, 8 personas fueron asesinadas. El total de asesinatos (11.292) es mayor al total de víctimas de los 17 años de dictadura de Pinochet en Chile.
Un informe de la Comisión Colombiana de Juristas determinó que el 62 por ciento de los casos habría sido responsabilidad del estado por tolerancia o apoyo a grupos paramilitares, y 12 por ciento, por acción directa de sus funcionarios. Según la Fiscalía General de la Nación se han hallado 500 fosas comunes de las 4 mil que los grupos paramilitares (que luego se demostró tenían aceitados vínculos con el presidente y los organismo de seguridad del estado) habrían cavado en 29 de los 32 departamentos que tiene Colombia. Con más de 6 millones de personas huyendo de sus tierras a causa de la violencia, durante el mandato de Uribe el país se convertiría en el segundo con mayor número de desplazados después de Sudán.
En diciembre de 2010, el jefe de gobierno porteño ya había nombrado a Uribe “Huésped de Honor”. “Es una esperanza para todos los latinoamericanos”, dijo Macri en aquella ocasión. “Es una ilusión en toda nuestra región, que necesita líderes sobresalientes”, devolvió los piropos el expresidente colombiano comentando acerca de la conformación de Cambiemos.
Paramilitares y crimen organizado
Claudia Julieta Duque es corresponsal del Equipo Nizkor en Colombia. Hace varios años lleva adelante un juicio al gobierno y sus organismos de seguridad por su complicidad con las amenazas paramilitares contra ella y su hija. Aclara: “Más que un paramilitarismo como el que se impuso en Colombia, creo que hay grupos que pertenecen al crimen organizado en su acepción más amplia, grupos con poder económico que se organizan y se centran en la figura de Uribe por su visibilidad. Convoca, tiene carisma y discurso. Debería estar en la cárcel pero en vez de eso está ganando prestigio y poder. Asesora a muchos gobiernos”.
Y agregó que “cada vez que Uribe hace estos viajes convoca a grupos reaccionarios, de la ultraderecha, que cuentan con el poder de los medios. Son muy peligrosos. Promueven campañas contra Cuba, Venezuela o Nicaragua y todos los gobiernos progresistas. Tienen derecho a expresar una opinión, pero promueven mentiras y engaños, y allí participan militares de los más rancios, o la fundación contra el terrorismo Uno América, que intentó tumbar a Evo Morales con fascistas y nazis de Santa Cruz de la Sierra y otras regiones”.
Finalmente, afirmó que “Colombia es un ejemplo en este sentido. Los militares y paramilitares colombianos se exportan a todo el mundo: Irak, Siria, Ucrania, Honduras, hay casos en Canadá y Estados Unidos de paramilitares asilados, los encuentras en los mercados, en las calles y haciendo sus tareas de inteligencia. La ultraderecha así cumple en operar en todo el mundo para que el terror se despliegue, para garantizar despojo y mantener poder y control que muchos no caemos en cuenta, porque nos preocupa ser exagerados y minimizamos que esta estrategia de terror no es tan global y no atendemos la resistencia en consecuencia”.
La posición del desarrollismo
No es que Scioli no se haya reunido con Macri en 2008, cuando Uribe aún era presidente. El gobernador de Buenos Aires planteó la necesidad de “evitar los daños del capitalismo salvaje en las economías nacionales” pero alabó “el programa de Seguridad Democrática que se desarrolla en Colombia y la decidida lucha contra las drogas”. No es que el kirchnerismo no haya contratado como asesor a Uribe pocos antes de poner en las calles a la Gendarmería Nacional. O que se haya dado asilo a Henry de Jesús López Londoño, alias “Mi Sangre”, uno de los paramilitares colombianos más famosos por su participación en el Bloque Capital de Bogotá y el asesinato del comediante Jaime Garzón. No es que el secretario de Seguridad, Sergio Berni, no se haya reunido con Uribe e incluso lo alabara.
Puede parecer un triste consuelo, pero al menos no lo hace en público. La pendiente de este avance del terrorismo global que desde Colombia se exporta a México, Honduras o Paraguay, siempre va a ser positiva y no depende de los gobiernos, sino de los pueblos, oponerse a ella. Pero la deriva de esta pendiente, la forma en que puede acrecentarse, definitivamente no es la misma entre un gobierno o un candidato que aunque de manera contradictoria y a veces falsa, abre espacios y paginas en los medios de comunicación a los movimientos sociales y otro que definitivamente los anula y vende esa inmaculada imagen que quizás en algunos años nos haga elegir a Mauricio Macri como el líder del siglo en History Channel.
Una política igualmente de derecha pero que no abre interrogantes ni espacios, sino que vuelca toda su estrategia a la represión, el desguace del Estado y una importante pantalla mediática que invisibiliza este accionar, como bien se ha demostrado en la ciudad de Buenos Aires. Así lo viene diciendo Alejandro Dolina: “Hay tradicionalmente un argumento político en la Argentina que consiste en decir que todos son iguales. Son iguales para el que no percibe los matices. Para mi sobrino que no sabe leer, el Quijote y el Caso Nueve Dedos son iguales. En cambio si alguien lo sabe leer, cuando mejor lea, más diferencias va a encontrar. Encontrar que todos los demás son iguales es un problema del que juzga, no que los demás sean iguales. No digo que todos sean buenos, a lo mejor son todos malos, pero no igualmente malos. Flaco favor le hace a la izquierda este razonamiento”.
De todas maneras la historia siempre ha demostrado que en los sucesivos avances del capitalismo y el terrorismo de estado, la mayoría de los muertos han aparecido en los barrios periféricos, las poblaciones campesinas, las comunidades indígenas, los movimientos de resistencia en los territorios… Quizás alguno entre los intelectuales de izquierda de clase media urbana.