El anuncio de la fórmula Macri-Pichetto generó una nueva conmoción en medio de un clima pre electoral en el que se entremezcla la crisis social con la política. El efecto de shock que generó el descenso de Cristina Fernández a la vice presidencia, colocando al frente de la fórmula al impensado Alberto Fernández, desencadenó una cantidad de movimientos que, como piezas de ajedrez, condujeron al anuncio del actual presidente.
Por Redacción Marcha
La ancha avenida del medio, diezmada y minimizada por estos movimientos como por el acuerdo (previsto pero alargado innecesariamente) de Sergio Massa con los Fernández, quedó reducida a un pasaje sin nombre, en el que quedaron solitarios Lavagna y Urtubey, y del que Pichetto supo partir sin remordimientos.
No es una sorpresa que previamente a las elecciones (incluso a horas o minutos antes de que se presenten formalmente las alianzas) se produzcan desplazamientos impensados. Pero sin duda causó cierta conmoción que Cambiemos decidiera fortalecer su fórmula trayendo a su centro a un peronista histórico como Pichetto. La novedad terminó de implosionar la antigua grieta, restaurándola de un modo más cruel y explícito. La virtud de la fórmula radica en ser la propuesta más republicana, acaso en el sentido norteamericano de la palabra. Más a la derecha no parece haber nada.
Lo curioso es que la fórmula de los Fernández es un intento por diversificar y ampliar al núcleo duro del kirchnerismo, llevando el mensaje de apertura hacia votantes que no necesariamente tienen una visión de izquierda o progresista, pero que inevitablemente esperan otro derrotero en su economía cotidiana. Frente a esta estrategia de ampliar por centro, las primeras declaraciones del pre candidato a vicepresidente (que parece tener más fueros de los que se acostumbran para tal candidatura) pretenden impartir tranquilidad, no para las y los argentinos, sino para los representantes del Fondo Monetario Federal y los mercados trasnacionales.
Pichetto pareciera ser el “cerebro” que “Pinky” necesitaba para tranquilizar a los intereses norteamericanos, por qué no al círculo rojo, que no pudo evitar el derrumbe de la imagen de Mauricio Macri a pesar de haberle brindado un apoyo mediático al cien por ciento. Habla de acabar con el “pobrerismo” y con el “populismo autoritario”, frases que parecen insultar la voluntad mínima de ocuparse como Estado de quienes pagan la crisis con hambre. Con el cinismo al día de negar que una persona junta cartones para inventarse un trabajo donde no lo hay.
La candidatura del senador Pichetto adquiere además tintes bolsonaritas. Durante los últimos años, su figura se ha convertido en una de las principales abanderadas de la política xenófoba que desde el gobierno y algunos sectores de la oposición se promueve. Es el impulsor de proyectos de Ley que buscan el cobro de derechos básicos como salud y educación para migrantes en Argentina. En una ocasión Pichetto llamó a “reforzar la frontera”, porque la Argentina recibía “demasiados delincuentes” y llamó a “echar a patadas a todos los extranjeros que delincan”. Quizás su cita más conocida es cuando aseguró que Argentina se había convertido en un “ajuste social de Bolivia y ajuste delictivo de Perú”.
Que Pichetto se alineara de manera tan clara a la política antimigrantes y facilitara desde su bloque de diputados y diputadas las políticas de ajuste, es la muestra que su elección como candidato a la vicepresidencia para acompañar a Macri no es casual y no responde a una mera coyuntura. Sus discursos y apuestas calan profundamente en muchos sectores de la sociedad que hacen suya la idea del “enemigo interno”, sea este Mapuche, migrante, militante social, incluyendo sectores simpatizantes con el denominado, por parte del status quo, como “peronismo racional”. Estas expresiones, que en otro momento habrían sido censuradas, y que hoy tienen toda la protección y difusión mediática, nos ponen frente a la radicalización del proyecto de las derechas argentinas, sin caretas, con su rostro más verdadero.
El show del cierre de las candidaturas presidenciales sucede al mismo tiempo que se dirimen las elecciones provinciales. La especulación electoral no había quedado tan en evidencia como en este contexto, donde la mayoría de los resultados en las provincias le dieron el triunfo a los oficialismos provinciales de distinto signo, con un marcador abultado en contra del macrismo. Otras paradojas también atraviesan el presente, gobernadores electos que defienden el modelo que sostienen sus adversarios. Quizás el caso más emblemático es la situación de Entre Ríos, donde el gobernador reelecto Bordet, del Partido Justicialista, ganó a pesar de impulsar el veto al límite a las fumigaciones en el área de las escuelas rurales, convalidado por el poder judicial, en defensa de un modelo productivo que envenena y mata a sus propios electores y electoras.
El extractivismo, como modelo productivo integral de nuestra economía no parece estar puesto en cuestión por las principales alianzas, con excepción del FIT, que alcanzó una fórmula electoral en unidad, quedando sólo por fuera el Nuevo MAS.
Feminismos
Que la fórmula Macri-Pichetto fuera cuestionada ante la posibilidad de incorporar una mujer en la fórmula presidencial pone en evidencia el abismo que hay entre la demanda de los movimientos feministas y el oportunismo en el armado en las fórmulas. Mientras el feminismo reclama la igualdad de acceso de mujeres, lesbianas, travestis y trans a cargos de conducción en partidos, organizaciones sociales, gremios y otros espacios de construcción política; los armados demuestran que la incorporación de una mujer (por hablar de una identidad privilegiada en relación con otras disidencias) en una candidatura visible le limpia la cara a un modo de armado político que se dirime mayormente en pactos de “caballeros”.
Las figuras que emergieron en estas elecciones dan cuenta de que aún falta mucho para romper con una casta privilegiada de varones y para que se propongan a representantes de nuevas generaciones: Alberto Fernández, Mauricio Macri, Lavagna, Urtubey, Pichetto son ejemplos claros de lo que se enuncia. En las fórmulas presidenciales solo la del Nuevo Mas es encabezada por una mujer.
Las listas de legisladores se irán nutriendo de mujeres a partir de la renovación de la ley de cupo que aumentó del 33 al 50 por ciento.
Aún así, mientras el feminismo demostró ser el movimiento más masivo y vital en los últimos años, con una lógica solidaria y horizontal hasta ahora no vista en otros ámbitos, las estrategias electorales responden a esta demanda de igualdad de acceso y oportunidades con improvisaciones parciales y meramente superficiales.
El giro conservador de estas elecciones pone de manifiesto con mayor crudeza lo lejos que estamos de una auténtica paridad, a pesar de algunos avances.
Una derechización a tono con la región
Si bien mirar el sistema representativo a nivel nacional colabora a la hora de recortar un análisis político, el aporte geopolítico no puede dejarse de lado, menos en tiempos de transnacionalización del capital y globalización de las comunicaciones. Lo que se puede caracterizar como una crisis en el sistema representativo de los últimos diez años no es más que una reconfiguración de las formas de la llamada democracia burguesa. Y en ese sentido, en lo que respecta al continente americano, el golpe de estado en Honduras contra el gobierno de Mel Zelaya, justo hace 10 años, funcionó como una bisagra. Se trata de un acontecimiento poco mencionado en la historia reciente que no sólo fue el inicio del fin para los gobiernos progresistas y populares, sino también un instrumento que posibilitó nuevas formas de manipulación política. Este proceso continuó en el año 2012 en Paraguay, con el golpe a Fernando Lugo, seguido por el impeachment contra Dilma Rousseff en Brasil en el año 2016.
El panorama electoral de los últimos años se compone, entre otros, por Iván Duque en Colombia, Jair Bolsonaro en Brasil, Mauricio Macri en Argentina, Mario Abdo Benítez en Paraguay, Juan Orlando Hernández en Honduras; todos representantes de políticas conservadoras y neoliberales. Se trata, también, de presidentes que en la instancia electoral se enfrentaron a candidatos/as progresistas, ya sea la fórmula Petro-Robledo en Colombia o Fernando Haddad como el candidato del ex presidente Lula Da Silva, hasta el momento privado de su libertad por una causa armada, como ha sido comprobado recientemente. Con tintes más conservadores, pero funcionando como oposición a la derecha liberal más rancia, también se entienden las postulaciones de Daniel Scioli como el candidato de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner o de Salvador Nasralla en Honduras. Las excepciones las constituyen, a pesar de los múltiples ataques, los gobiernos de Nicolás Maduro y Evo Morales, como piezas de una arqueología que resisten a las permanentes erosiones. Sin olvidarnos, tampoco, del giro inesperado hacia la derecha del candidato de Rafael Correa en Ecuador, Lenin Moreno, empatizando con los nuevos tiempos conservadores.
En lo que va del año, el primer semestre vislumbra un escenario de aun mayor retracción. El triunfo de Nayib Bukele en El Salvador, quien contó en su equipo de campaña con asesores de la oposición venezolana, sirvió para sacar a otro gobierno de corte progresista en una región clave para Estados Unidos, como lo es el Triángulo Norte de Centroamérica. Bukele además sintetiza una nueva forma por parte de la derecha de hacer política con lógicas “millenials”, ganando popularidad a base de un trabajo fino de marketing digital y el uso de la big data. Algo que ya se ha visto en campañas como la de Bolsonaro o Macri, y en el “golpe de Estado” virtual protagonizado por Guaidó. Las redes sociales han ganado peso como herramienta predilecta de la derecha para difundir y reafirmar sentidos comunes que le son favorables.
Estos acontecimientos ponen de manifiesto lo que a muchos y muchas especialistas les ha gustado llamar como polarización, divisiones sociales profundas que desbordan las urnas y se perpetúan cotidianas. Es en ese sentido que el concepto “crisis de la democracia” entra cómodo desde las teorías posmodernas. Pero aun así las fichas se siguen acomodando en el tablero electoral sin cuestionar las reglas. Por eso, no hay nada de anti democrático en la llegada de un comediante a la presidencia de Guatemala ni de un Donald Trump -anticipado por Los Simpson- al gobierno de los Estados Unidos, y menos aún del surgimiento de partidos antisistemas en Europa, como recientemente se vio en las elecciones del Parlamento Europeo. Presidentes que polemizan en cuentas de twitter personales, la invasión de fake news y redes sociales que se saltean los tiempos de veda electoral, porcentajes e intenciones de votos que deambulan entre izquierdas y derechas en cortos plazos, el panfleteo electoral permanente de las iglesias en los distintos territorios, son algunas de las nuevas formas que hacen y definen a los sistemas representativos.
El límite de la gobernabilidad
El golpe conservador de la región resquebrajó el espejo de la gobernabilidad argentina sin estallarlo. Lo cierto es que un poco de presión podría hacer precipitar los vidrios y cortar a quien se encuentre a su paso. El sistema gravitacional del Capitalismo suele hacerlos caer hacia quienes están abajo en la pirámide. Gane quien gane en octubre (o noviembre), ¿cuál es el costo real, material y emocional de la deuda contraída con el Fondo? La discusión parece dirimirse entre dos grandes vías que prometen variaciones en el tono, en los tiempos o en las formas, pero no en los objetivos. La fragilidad de la economía argentina, atada a una deuda descomunal que evidenció lo débil que son las estructuras que nos sostienen como sociedad, capaces de desmoronarse en poco más tres años y medio, es central.
Con las elecciones a la vuelta de la esquina, y con una debilidad del macrismo que quedó evidenciada en la fórmula presidencial gorila-peronista del Pro, el oficialismo continúa a ciegas con el ajuste. Luego de obtener avances en la reforma de los convenios petroleros, de la televisión, lechero y algunas automotrices, las cámaras patronales apuntan al gremio de los bancarios, uno de los más sólidos y combativos durante el macrismo. La reforma laboral nunca se abandonó, solo se avanzó por partes. La destrucción de derechos laborales y previsionales nunca se descentró de la mira oficialista, por lo que un triunfo en los comicios de esa fuerza augura una profundización del modelo. De una derecha empresarial nada distinto se puede esperar y el ahorque encontrará un límite en la conflictividad creciente. La fortaleza de cada actor político determinará el resultado de ese proceso. Queda a la especulación cuánto estaría dispuesta a pagar la oposición, en caso de ganar, para garantizar la gobernabilidad.