Por Noelia Leiva. Hace casi diez años, en la provincia de Buenos Aires rige la norma 12. 665, conocida como “Ley de talles”. No sólo no se cumple a rajatabla sino que el imperio de la delgadez todavía comanda las vidrieras.
“¿Qué talle sos?”, pregunta la vendedora con naturalidad. En esas tres palabras hay una trampa: la medida de la ropa puede convertirse en lo que define a las personas. Es que la moda no admite rollitos pero sí se permite generar estigmas que las personas asumen como válidos. Cuando la vidriera que persigue modelos 90-60-90 es la que marca las conductas, hasta la salud se ve afectada. Por encima de ello, la pelea que muchas personas encarnan contra su propio cuerpo, por aceptar el discurso machista de lo “anormal”.
Enero, la playa, la canción del verano, la noche. El momento estival del año puede volverse espacio de recreación, sobre todo para los y las jóvenes. El imperativo del mercado se traduce en prendas textiles de moda, con poca tela. Aunque en el territorio bonaerense la Ley 12.665 –que se aprobó en 2001 y se reglamentó hace casi diez años- exige que haya stock de prendas femeninas desde el talle 38 al 48, muchos comercios siguen siendo cómplices de los estereotipos
El por qué de la legislación responde a “la defensa del consumidor” y “la protección a la salud”, sostenida en “la libertad de elección, en condiciones de trato digno y equitativo” a partir del manejo de “información adecuada”, explica la disposición 880 que reglamenta la norma y señala al Ministerio de la Producción bonaerense como su autoridad de aplicación. Sin embargo, hay algo que no se analiza: el origen de la delgadez obligatoria, mandato direccionado hacia las mujeres.
En la vida real, la norma no se aplica. Cuando la imagen que las consumidoras ven no es la que anhelan y no encuentran prendas que las conforme en los negocios, “sienten culpa y se autoexcluyen”, denuncia Maiten Strazzaboschi, presidenta de la Fundación Mujeres en Igualdad, una de las pioneras en defender la oferta variada de talles. Según ese colectivo, el 75 por ciento de las marcas no respetan la ley. Como consecuencia, “muchas usuarias sienten que deberían adaptarse y pierden de vista el criterio de lo saludable. La cantidad de dietas que se hacen, las cirugías estéticas en niñas o adolescentes y los trastornos alimenticios dan cuenta de eso”, subrayó.
“Todavía se vende ropa de talles ‘ideales’, es grave porque está culturalmente aceptado”, cuestionó, a su turno, Osvaldo Bassano, presidente de la Asociación en Defensa de los Derechos de Usuarios y Consumidores (Adduc). La problemática se hace más difícil de controlar porque “no hay estadísticas” sobre los niveles de producción y “los comerciantes aducen que no les entregan” variedad de tamaños, aunque, en realidad, “falta un verdadero compromiso ya que la importancia de facturación suplanta al cumplimiento de la ley”, evaluó.
Del otro lado de la vereda se sitúa la ‘verdad’ de los productores y los vendedores, que aseguran que el material ‘ocioso’ que se produce porque es ‘poca’ la demanda de los talles más grandes se convierte en pérdidas económicas. Mientras la inversión de los oferentes se pelea con la demanda (¿es realmente baja?), el producto de ese juego puede calar hondo, de la mano de lo que, en la era de la comunicación, se difunde como el modelo de mujer. En riesgo está, en verdad, la concepción que las jóvenes y adultas construyen de sí mismas y de su imagen.
Frente a “frases tan instaladas como ‘¿qué talle sos?’ o ‘no entro en este pantalón’ vale la pena preguntarse si se es un talle o por qué la chica tiene que entrar en un pantalón y no es el pantalón el que tiene que entrarle a ella”, cuestionó Strazzaboschi. Resulta sencillo pero, ¿cómo salir de la lógica del patriarcado que, como un mítico ‘cambiapieles,’ se disfraza de tendencias del verano?
El precio de lo aceptado como bello puede ser demasiado alto. Para cambiarlo hay que desnaturalizar lo corriente. Barajar y dar de nuevo.
El cuerpo del poder
“El cuerpo es un terreno de proyectos donde importa el mostrarse. Las adolescentes, que se encuentran en el proceso de afirmación de su identidad, lo ponen en el lugar del éxito”, analiza la psicóloga social Marta Boimel, integrante de la Asociación Latinoamericana de Magistrados, Funcionarios, Profesionales y Operadores de Niñez, Adolescencia y Familia. Entonces, lo que ingresa por los ojos será lo que ubique a las personas en un grupo, les dé poder o popularidad.
“Argentina ocupa el segundo lugar en trastornos alimenticios. La bulimia y la anorexia son enfermedades reconocidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y también son formas de violencia de género porque el 90 por ciento de quienes conviven con ellas son mujeres”, denuncia la también sexóloga educativa. La reducción de posibilidades de vestirse con el estilo deseado “impacta en la subjetividad” de las jóvenes, que de por sí atraviesan una “crisis del factor interno”.
En esa etapa crucial, la presencia de su grupo de pertenencia “es esencial” pero también puede jugar negativamente si se trata de un contexto de autentificación de los estereotipos fijados por la sociedad para ese sector etáreo, lo que subraya las consecuencias de que las jóvenes ‘amigas de Ana y Mía’ -como se autodenominan quienes conviven con la anorexia y la bulimia, respectivamente- se reúnan. En muchos casos, intercambian recomendaciones para profundizar ese trastorno sin que los adultos o las adultas de su entorno lo adviertan.
“La Ley de Talles no se cumple, hay multas pero se necesitan fuertes decisiones políticas para revertirlo porque además de las inspecciones deben promoverse cambios de valores y actitudes”, instó Boimel. Los espacios de encuentro actuales, como la escuela y las redes sociales, se convierten en herramientas fundamentales para que lo legítimo sea el cuerpo saludable. Y, sobre todo, realmente libre.