Por Romina Fernández*. Durante la dictadura de Onganía fueron intervenidas las universidades. El violento episodio de aquel 29 de julio de 1966 se conoció como la Noche de los Bastones largos.
“El deber de obediencia al gobierno surgido de la soberanía popular habrá dejado de tener vigencia absoluta si se produce al amparo de ideologías exóticas”. El autor de esta frase es el General Juan Carlos Onganía. La pronunció en agosto de 1964 en una conferencia en los Estados Unidos, cuando era Comandante en Jefe del Ejército.
Un año más tarde renuncia a su cargo y otro año después, el 28 de junio de 1966, protagoniza el Golpe de Estado que derroca a Arturo Illia y lo pone a él en la presidencia, al mando de la autodenominada “Revolución argentina”.
Tiene el objetivo de encargarse de esas “ideologías exóticas”
Por esos años, las aulas universitarias eran espacios de debate y creación. Semillero de militancia. El estudiantado se sentía capaz y responsable de generar un cambio.
Durante el gobierno de Arturo Frondizi, las universidades logran concretar los principios de la Reforma de 1918: autonomía y creación de un gobierno tripartito formado por estudiantes, docentes y graduados. Con la asunción de Illia, este proceso continúa en crecimiento. Las casas de estudio se modernizan, se abren las carreras de Psicología y Sociología, se invierte en investigaciones. La universidad tiene como premisa abrirse de la cajita intelectual, servir al pueblo, generar producción nacional. La facultad de Ciencias Exactas fue pionera en este proceso.
Con el arribo del General Juan Carlos Onganía, el proceso de apertura y democratización se ve amenazado. Onganía veía a la universidad como un campo enemigo, una fábrica de rebeldes, comunistas y desestabilizadores del orden. El nuevo gobierno disolvió el congreso y la corte suprema de justicia, inició una campaña de censura con el fundamento de que se esparcía una creciente ideología marxista y comunista que atentaba contra los principios de la Revolución argentina. Se prohibieron películas, espacios de encuentro y se cerraron revistas. Le siguieron la clausura de unidades básicas y la prohibición de toda militancia y actividad política.
Las universidades se volvieron foco de la vigilancia. Casi como anunciando lo que se venía, el Consejo superior de la Universidad hizo público un comunicado donde repudiaba el Golpe. Hace un llamado a defender la autonomía universitaria, a no reconocer otro gobierno universitario que el que libremente se había elegido y a comprometerse a mantener vivo el espíritu que haga posible el restablecimiento de la democracia.
La tarde del 29 de julio de 1966, el gobierno dio a conocer el decreto-ley 16.912 que anunciaba poner fin a la autonomía universitaria, prohibía cualquier tipo de actividad política en la facultad, anulaba el modelo de gobierno tripartito, y dictaminaba que las universidades pasaban a depender del Ministerio del Interior. El decreto incluía un mensaje a los rectores y decanos que en un lapso de 48 horas debían responder si aceptaban ser delegados del gobierno o renunciaban a su cargo. La respuesta fue unánime, ninguno acepto ser títere de la dictadura. Frente a este panorama, se decide permanecer en las facultades.
En Filosofía y letras y en Exactas, las puertas estaban cerradas y los estudiantes dentro. Corrían los rumores de que de un momento a otro, los uniformados se harían presentes. La consigna era resistir hasta donde se pudiera.
Mucho palo, palito
La foto que quedará en la historia muestra a un grupo de hombres y mujeres golpeados, algunos ensangrentados, en fila, con sus manos en la nuca, a los ojos de los uniformados y sus bastones en mano.
La noche del viernes 29 de julio de 1966, desde las aulas de la Facultad de Ciencias Exactas se escuchan motores. Son los camiones de la Guardia de Infantería policial dirigida por el General Mario Fonseca. En menos de un segundo, la manzana de las luces se llena de carros y policías armados. Minutos después, los gases lacrimógenos nublan la vista de todos. Hay desesperación y corridas. Más de cien efectivos policiales están adentro de la Universidad. Tienen la orden de matar a palos a los universitarios y desalojarlos del edificio. Pegarles por comunistas, por judíos y por rebeldes. Reparten palo para cada estudiante y docente que se cruzan en el camino. Los someten al “túnel”, un pasillo de doble fila donde los obligan a pasar mientras le siguen dando bastonazos. No hay diálogo ni explicaciones, solo palos. Compañeros docentes y estudiantes resultaron gravemente heridos. Cerca de 200 fueron detenidos y llevados a la comisaria.
Sobre la avenida independencia, en la Faculta de Filosofía y Letras, otro par de efectivos de infantería rompen la barricada estudiantil e ingresan a la universidad. Golpes, insultos, gritos.
Esa noche pasaría a la historia como la Noche de los bastones largos. Bastones para los cuerpos y para las ideologías. El mensaje fue claro.
Con las universidades intervenidas, el nuevo rector pasó a ser el abogado Luis Bonet, amigo del Almirante Rojas y de la autodenominada Revolución argentina. Bonet deja explícito que en las casas de estudio ya no hay margen para pronunciamientos políticos y que ante cualquier intento o muestra de desorden, las fuerzas policiales estaban autorizadas a intervenir.
Más mil docentes tomaron la triste decisión de renunciar y muchos de ellos partieron al exilio a continuar sus investigaciones en otros países. Se vivió una importante fuga de capital intelectual. Hombres y mujeres que no volverían más o lo harían dentro de muchos años.
Las facultades permanecieron cerradas por un tiempo. Las clases suspendidas. Muchos de los programas y centros de investigación que se habían abierto fueron desmantelados y cerrados.
La noche del 29 significó un gran golpe para el movimiento estudiantil. Las universidades pasaban a ser una sede estatal más de la dictadura. La intervención fue cada vez más intensa.
Se venían tiempos todavía más duros. Pasarían más de diez años para que las universidades puedan recuperar su autonomía.
Durante el gobierno de Onganía, el movimiento estudiantil fue fuertemente reprimido, y quizás eso fue lo que lo consolidó como un actor político fundamental. El estudiantado salió a las calles y se alió con la clase trabajadora. En el 69 esta alianza tendría su máxima expresión en el Cordobazo.
También se vuelve blanco de la derecha militar que gobernó el país los años siguientes. Un gran porcentaje de detenidos desaparecidos durante la última dictadura cívico militar fueron estudiantes y docentes que comenzaron a asomar en la militancia por aquellos años.
48 años después de la Noche de los Lápices, seguimos firmemente convencidos de que las universidades deben ser espacios de debate, construcción y lucha, con las mentes y los pies en el aula y en las calles.
*Integrante del Colectivo Alegre Rebeldía