El resultado de las elecciones permitió constatar algo que desde Marcha ya se había comentado luego de las PASO: la fórmula Fernández-Fernández contaba con un triunfo asegurado. Sin embargo, el 40% obtenido por el macrismo agitó un fantasma al que intentaremos atrapar, o al menos, dilucidar.
Por Ana Paula Marangoni | Foto: Diario La nueva Mañana
Luego de las PASO de este año, a contrapelo del blindaje de los y las periodistas aliadxs de Cambiemos y del resultado reñido que se anunciaba en las encuestas, la fórmula del Frente de Todos sorprendió con un sólido 47% de votos a nivel nacional, en detrimento del lejano 32% cambiemita. Si bien los números anunciaban un panorama irreversible, las elecciones generales depararon una nueva sorpresa: un subidón de 8 puntos para el oficialismo, junto al triunfo en las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Mendoza y San Luis, además de las victorias predecibles tanto en Córdoba como en C.A.B.A. Los resultados provinciales dibujaron una curiosa franja central a lo ancho del país que, a simple vista, coincide con sectores concentrados de la agricultura, en manos de terratenientes. Es decir, las provincias que no necesitan principalmente el apoyo económico del gobierno nacional para afrontar la crisis, debido al excedente de renta con el que cuentan. Un panorama muy distinto al del resto de las provincias.
¿Cómo se explica ese crecimiento del 8 % para el Frente Juntos por Cambio, en retirada presidencial? Si sumamos los porcentajes perdidos en los frentes restantes, las cuentas tampoco cierran. Con el 97% de las mesas escrutadas se observa el siguiente derrame: Consenso Federal (Lavagna) perdió aproximadamente 2 puntos; el Frente Nos (Juan José Gómez Centurión), un poco menos de un punto; Despertar (José Luis Espert) y FIT (Nicolás del Caño), aproximadamente, 0,70 cada uno. Todo eso sumado a los partidos políticos que no entraron en las elecciones generales, que en total suman cerca de 1 punto.
De esta cuenta, poco sirve verdaderamente. Porque entre las PASO y las generales, el padrón electoral se estima aumentó un 5% (de un 76,4 % en las PASO a un 80,8 % en las generales). Esto significa que votaron aproximadamente 700 mil personas más en las elecciones del 27 de octubre. A esto se suma que el porcentaje de votos en blanco, que en las PASO era de 3 puntos, en las elecciones generales no se incluye pero se vio reducido a un 1,5 %. Es decir, todos los valores se alteraron. En parte, por las pequeñas modificaciones para contabilizar los votos, pero, principalmente, porque se modificó el electorado.
De hecho, tanto Fernández como Macri aumentaron en caudal de votos, más allá de los porcentajes. Solo que, mientras el Frente de Todos sumó más de 250 mil votantes, Juntos por el Cambio aumentó en un poco más de 2 millones.
De la cuenta anterior, sin embargo, algo puede decirse. La oferta de partidos políticos que superaron el 1,5% requerido en las PASO demostró que había candidatos más conservadores que los de Cambiemos. Bastó con oír algunas declaraciones del tardío debate presidencial para constatarlo, sobre todo, a través de los dichos de Espert y Gómez Centurión. Mientras, Lavagna presentaba una alternativa con tintes similares al gobierno actual. Fernández condensó una alternativa de centro-izquierda en la que se denotaba la matriz del Estado de bienestar pero más moderado. Y Nicolás del Caño expresó la alternativa de los partidos tradicionales de izquierda.
De 6 candidatos, cuatro expresaban opciones netamente conservadoras, de centro-derecha o derecha, y con declaraciones explícitas de xenofobia o anti derechos. Esto último presenta una novedad, en parte, ya que Macri fue electo en 2015 con una campaña en la que se negaban muchas de las políticas que luego se implementaron. Por eso, votar al (afortunadamente) saliente gobierno en 2019, o a sus opositores de derecha, expresa una mayor radicalidad en el acuerdo sobre esta propuesta política. Esto se suma al plus agregado con Pichetto como vicepresidente en la fórmula, con el conjunto de declaraciones suyas durante campaña que se sumaron a las históricas, explícitamente racistas, xenófobas y de discriminación hacia los sectores populares. Es la reafirmación de un pensamiento que, no casualmente, pisa cada vez más fuerte en Latinoamérica desde los últimos 6 años. La derecha está cada vez más viva. Y las resistencias a los modelos neoliberales, también.
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Se puede analizar que quienes votaron a algunos de los 3 candidatos no oficialistas del ala derecha (Lavagna, Gómez Centurión o Espert), frente a la victoria anunciada de un gobierno peronista, decidieron inclinar la balanza mayoritariamente por Macri, a quien no habían votado en las PASO. Algo similar pudo haber ocurrido con el porcentaje de votantes en blanco, que pasaron de la apatía y la falta de representación, a una toma de partido (recordemos que los votos en blanco -más allá de los porcentajes- de una elección a otra, en números de votantes se vieron reducidos a la mitad) por alguna de las alternativas más competitivas. ¿Acaso muchos de esos votantes son quienes consideran que Macri fue un mal presidente, pero que detestan mucho más lo que representa el kirchnerismo-peronismo?
Todavía queda mencionar a esa cantidad de argentinos y argentinas que se ausentaron para las PASO, pero dijeron presente en octubre. ¿Expresa un conjunto de votantes más despolitizado? ¿Pensaban hacerlo de todas formas en las elecciones generales o el resultado de agosto los convocó a hacer una patriada por la República? Nunca es fácil (ni recomendable) sacar conclusiones unilaterales. Los comportamientos electorales continúan siendo una caja negra indescifrable, a pesar de la Big Data, los métodos Trump y el buchón internacional, Mark Zuckerberg.
Una futura ex legisladora explicó la derrota del macrismo en agosto con una sórdida frase: “hay amigos que están esquiando, por eso no vinieron a votar”. Ironías aparte, resulta curioso que finalmente, de alguna manera, esta profecía sí se cumplió, no tanto en términos literales, sino por lo que brutalmente expresa. Hay un voto al macrismo de estratos sociales altos, no tanto por lo que este gobierno realizó, sino más bien por el terror que genera la simple imagen de volver a ver a grasitas con las patas en la fuente. No los une el amor, los une el espanto por cualquier expresión ligada al populismo. Palabra desgastada hasta el absurdo que explica poco sobre muchos gobiernos, pero que permite expresar el odio de clase y el rechazo a políticas que promuevan -en menor o mayor medida-, la equidad social y la garantía de derechos por parte del Estado.
Que de 6 candidatos 4 expresen miradas de derecha, y varios de ellos lo hicieron abiertamente, es un dato preocupante. Que la llegada de un gobierno que promete una distribución más equitativa de la riqueza movilice masas de votantes, con o sin esquíes, lo es aún más.
El tiempo entre las PASO y las elecciones generales abrió un interludio que estaba, inevitablemente, destinado a la polarización. Tal vez convenga evaluar si las Primarias Abiertas tienen alguna utilidad más allá de las especulaciones partidarias, ya que termina perjudicando a los partidos más minoritarios (que no significa independiente, como en el caso de Gómez Centurión, financiado por grupos evangélicos y anti derechos). Las PASO se convirtieron en una encuesta abierta que pagamos todas, todos y todes (en este país, la única encuesta fidedigna), lo que habilita un campo de especulaciones en las y los votantes absolutamente artificial (muy pocos actúan del mismo modo cuando conocen el futuro, o al menos tienen pistas claras de lo que podría acontecer).
Como efecto de este experimento electoral, nos encontramos con un Congreso muy poco plural. La Cámara de Diputados será un espacio complejo para votar cualquier ley o propuesta, ya que el Frente de Todos obtendría 120 bancas y Cambiemos conservaría 119 (se consigue cuórum con 129 bancas), dejando apenas dos bancas para la izquierda (que no contará con la indispensable presencia de Myriam Bregman) y un grupo de bancas más para el peronismo disidente y otros grupos minoritarios. Mientras que, en Senadores, el Frente de Todos reuniría con exactitud las 37 bancas requeridas para el cuórum.
Quedará pendiente el análisis de los perfiles de quienes ocuparán el recinto, especialmente para debates que esperan volver a darse, como la legalización del aborto, y que supo generar divisiones hacia el interior de las fuerzas en la votación de 2018.
No sabemos exactamente dónde estaba ese 8%. Apenas podemos elaborar aproximaciones. Pero se hizo presente, y no podemos ignorarlo. El futuro es siempre incierto.
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