El ex periodista Lucas Carrasco fue condenado a 9 años de prisión. Llegó a juicio oral acusado de “abuso sexual con acceso carnal” por dos jóvenes que dieron sus relatos ante el Poder Judicial. Otro juicio que marcará una era de liberaciones feministas. Otro día de victoria colectiva y de una justicia que pretende reparar.
Por Laura Salomé Canteros / Foto: Rolando Andrade
El veredicto fue tomado por el Tribunal Oral en lo Criminal N° 9, conformado por la jueza Ana Dieta de Herrero, quien determinó que Lucas Carrasco es penalmente responsable del delito de “abuso sexual con acceso carnal” tras una jornada en la que se escuchó además el alegato de su defensa que intentó, en vano, desestimar la palabra de las querellantes.
La condena se conoció tras el relato de los dos que llegaron a juicio y que surgieron de un proceso de denuncia y acompañamiento colectivo en 2016 y que fue protagonizado por al menos 20 mujeres. El juicio había comenzado el miércoles 4 de septiembre desde las 9 en la calle Talcahuano.
Ana Dieta de Herrero también formó parte del Tribunal que condenó en julio pasado al ex músico Cristian Aldana, acusado de “abuso sexual agravado”. Lucas Carrasco llegó al juicio oral desmintiendo los hechos y alegó ser víctima de una persecución política; pero la declaración testimonial fue tan contundente para el TOC 9 y para el representante del MPF que así lo expresaron en sus alegatos. Los fundamentos de la condena se conocerán el 18 de septiembre.
La prueba principal fue la palabra de las pibas, pero también la contundencia de los informes que surgieron de las evaluaciones psicológicas y médicas, realizados por integrantes del Cuerpo Médico Forense.
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El periodista que se quedó sin palabras
Eran las 3 de la tarde del miércoles 11 de septiembre cuando Lucas Carrasco, visiblemente más cabizbajo que la vez anterior, hizo uso de sus últimas palabras antes del veredicto. Se dirigió a la jueza y afirmó: “lo que pasó en mi casa fue consentido”, refiriéndose al único relato que el poder judicial dejó en pie en su contra, el de Sofía Otero. “Yo estaba borracho”, amagó a declarar, “pude haberme equivocado en el trato, pero en todo momento fue consentido”. Habló menos de 5′.
Eran las 9.55 de la mañana del miércoles 4 de septiembre cuando un aletargado Lucas Carrasco, ex periodista, hizo uso de su palabra frente a la jueza. Habló de “esta chica Otero” y mencionó que “estuvo con muchas mujeres”, la mayoría “periodistas o actrices” y afirmó: “pude haber sido irrespetuoso, pero de ahí a ser una persona violenta”… Reconoció el hecho principal del que se lo acusa, aunque negó el delito. “Lo que sucedió fue en mi casa”, afirmó. Y eligió desbarrancar tomando la banquina de la persecución: “hay una cuestión política”, “tengo que soportar un compendio brutal de tergiversaciones”, “tuve las garantías para defenderme y entiendo que se me vea como alguien poderoso”, pero “todo lo que diga termina siendo tergiversado”.
Carrasco pareció recordar, aquella vez, nostálgico, los entornos de impunidad que garantizaron el ejercicio de sus abusos de poder e influencias. Épocas cuando era el alma de las tertulias militantes. “Quizá hubo algún destrato” pero “no soy una persona violenta”, dijo Carrasco, “ninguna de mis novias cree que podría ser un violador”. Habló solo 10 minutos. Y le costó. Luego, pidió, a través de su abogado, estar presente cuando declaren las dos de las más de veinte denunciantes que llegaron a juicio. En ese momento la incoherencia volvió al banquillo, pero fue destinado a escuchar los relatos de sus violencias en una sala contigua.
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De un alegato ganador
Se siente el clima de una era cuando las transformaciones que impulsa una sociedad logran alcanzar los espacios más conservadores. Desde los feminismos, muchas de las denuncias están destinadas a cuestionar el ejercicio de justicia; o mejor dicho, las decisiones políticas sesgadas que toman, en ocasiones, operadores/as del poder judicial en detrimento de personas violentadas por machos abusadores de poder. Revictimizando y ejerciendo violencia institucional.
Sin embargo, durante la primera jornada del juicio contra Lucas Carrasco realizado el pasado miércoles 4 de septiembre, tanto las elecciones de la jueza, Ana Dieta de Herrero, como del representante del Ministerio Público Fiscal (MPF), Ariel Yapur, como del abogado y la abogada de la querella -representantes de Sofía Otero-, Matías Busso y Natalia Dalessandro, intentaron saldar esa deuda histórica con mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries. En este sentido hubo un alegato ganador, el de la parte acusadora.
“El testimonio de Sofía no es uno más, es el de un víctima de violencia sexual”, afirmó Busso, apenas comenzado su alegato, y agregó con tono de gol: “El bien protegido es el de la libertad sexual”. Por su parte, Dalessandro emocionó contextualizando las leyes con perspectiva de género y derribando mitos en relación a la violación, ya que tras la búsqueda de condenas hay también un cambio cultural. “No podemos desconocer los estereotipos con los que cargamos las mujeres”, afirmó la abogada quien llamó a dejar la mirada neutral en delitos contra la integridad sexual ya que “todo abuso sexual configura un abuso de poder”, y tras enunciar las asimetrías, concluyó: “lo reparador es que esta conducta (la del acusado) no quede impune, porque venimos a decir que no nos callamos más”.
En diálogo con Marcha, el Matías Busso contó que “el proceso penal fue largo, se inició en 2016” y que Carrasco llegó al juicio con “un procesamiento, una restricción perimetral sobre las víctimas” y que incluyó “el cese de las agresiones vía redes sociales”, sobre todo contra Sofía. “La potencia de la denuncia es que es un caso claro de violación que tomó relevancia pública por el imputado, pero es contundente y llegó a juicio porque es una violación en el marco de una relación sexual consentida”. El abogado insistió en el marco de su alegato: “la denuncia y la condena es muy importante, no solo para Sofía, en términos de reparación, sino para todas porque lo que se está discutiendo es el consentimiento y el disponer libremente, para las mujeres, de sus cuerpos y sexualidad”. Por eso, “el potencial de esta historia, que Sofía se animó a denunciar, a poner en palabras para que no le suceda a ninguna más”.
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