Por Gonzalo Reartes.
Decía no ser artista, sin embargo el panorama cultural de argentina en su época no hubiese sido igual sin él. A 28 años de su muerte, algunas pinceladas sobre la vida artística, sí, artística del hombre de la voz inconfundible y de la música distinta.
“Yo no soy artista:
si fuese artista,
escribiría un libro”
Bueno, está bien. Partamos del supuesto que Luca no era un artista. Es un concepto difícil de analizar. Alguien escribe dos poemas, es un artista. Alguien toca la guitarra, es artista. Alguien hace un cover de Ricky Martin en versión cumbia cheta, es artista. Cuestión compleja. ¿Dónde están las bases que definen a un artista? ¿Existen? Luca era un hombre, con todas sus luces y todas sus sombras. Estaba loco, como tantos otros que hemos visto a lo largo de diversas notas presentadas en este año (Artaud, Miguel Abuelo, Bukowski, Korneta Suárez, etc.). Pues bien, digamos que Luca era un tipo que hacía lo que hacía, sin planificarlo mucho, sin meditarlo, y le salía bien. De todas formas, nadie puede negar el genio que habitaba (hasta quizás, a pesar suyo) en él.
Hasta la llegada de Luca a nuestro país, hay un antes y un después en la escena musical argentina. Pero no un antes y un después como Spinetta, Charly o Pappo. Un antes y un después palpable. ¿Cómo puede explicarse que un tano que fue pupilo en un exclusivísimo colegio de Escocia desembarcara en las sierras cordobesas y haya revolucionado todo? Intentaremos centrarnos no en aspectos biográficos, sino en lo relativo a la originalidad artística de Luca. El tipo venía diez años adelantado, está claro. La historia de Luca no es tal sin Sumo y viceversa. Interesante es desenmarañar cómo fueron llegando al enigmático italiano los integrantes de la banda. Daffunchio primero, Sokol después, Stephanie Nuttal, Arnedo (para tener en algunas presentaciones dos bajos, hasta que Nuttal volvió a Londres y Sokol pasó a la batería), Pettinato, Mollo y Troglio después, para reemplazar al Bocha.
“Me acuerdo de estar allá en las sierras sentados en la cama, frente a frente, con la guitarra, y él hablando en tano y yo en castellano, todo medio un desastre, pero igual nos entendíamos. Sintonizábamos, empezábamos a tocar, y era un viaje impresionante. Eran… como lecciones”, diría Daffunchio respecto de sus primeros encuentros con Luca. Y qué decir de la sorpresa que se llevó Arnedo al ver cómo funcionaba esa banda improvisada que pese a su desorganización, lo cautivó por su fuerza: “Me impresionó, era algo muy distinto a lo que se estaba haciendo en Buenos Aires. Germán y Alejandro casi no sabían tocar, tocaban como mirando para atrás, pero era mucho más fuerte lo que estaban haciendo globalmente que la forma en que tocaban, que era desafinada, desprolija. Esa mina pegándole a la batería como desesperada, y ese pelado adelante cantando, tomando latas de cerveza y tirándolas para atrás… me acuerdo que cuando terminó ese show yo quería más, y habían tocado como una hora y media”.
Y Luca, que venía huyendo de la rigidez europea, escapando de la heroína, escapando de un coma hepático, escapando de la cárcel, empezaba a echar raíces y a hacerse conocido, primero en los barrios del Oeste (Hurlingham, El Palomar, Morón, etc.), y luego en los escenarios, donde se movía con desfachatez, hasta al punto de llegar a desafiar a un pesado indiscutido como Pappo, como bien cuenta Carlos Polimeni en su libro “Luca, un ciego guiando a los ciegos”. El 20 de marzo de 1982, en el bar Mastropiero de Olivos, se topa con una patota rockera al salir a escena. Los fanáticos de Riff lo recibieron al grito de “Dale Pappo”, a lo que Luca respondió: “¿Pappo? ¿Quién es Pappo? Yo le juego una carrera tomando vodka hasta Rosario… a ver quién gana”. Es que su personalidad llevaba a todos a extrovertirse, todos podían tocar con soltura porque Luca atraía todas las miradas, absorbía toda la presión.
Sumo irrumpe en el underground. Un italiano que canta en inglés en la época de la guerra por las Malvinas, con una baterista que no habla ni una palabra de castellano. Y para colmo, su frontman parece estar absolutamente del tomate. Sale a cantar frente a públicos chetos con un colador de fideos en la cabeza y diciendo: “Sí, yo canto en inglés, pero soy italiano, men, y ¿quieren que les diga algo? Las Malvinas son italianas. ¿Saben por qué tengo un colador en la cabeza? Porque los italianos van a bombardear, pero con fideos. Tengo un colador para agarrar los fideos”. Luca absorbe toda la experiencia del hombre callejero, todo lo ve, todo lo habla, con colectiveros, malandras, borrachos, en las calles del Oeste, en los bares; todo lo transforma. Odia los clichés. Odia la gente que va por la vida haciéndose llamar artista, para él son gente que vive con la madre, que se juntan y lo único que hacen es hablar y tomar mucha merca. No, él no puede ser un artista. La esencia está en la calle, él lo sabía. La plata era un medio para que la plata no fuera un problema, nada más.
“Sumo hace rock. Acá ser moderno significa tener la batería electrónica, estar con el pelito cortado a la moda. ¡No! ¡Rock, man! ¡Queremos hacer rock! Y rock significa: rebeldes, feos, no todo prolijitos, la moda no importa. Nosotros somos rockeros. Yo no pienso que soy un artista como muchos músicos de acá. “El arte… El artista…”, y hablan todo así. ¿Qué artista? Vos sos un tarado con una guitarra. Dale con el rock. ¡Como los Rolling Stones! ¡Esos tipos que son unos viejos y siguen haciendo un rock que parte las piedras…! Ese es el espíritu del rock: rebeldes y reos”. Clarito. Rock. Luca se habrá muerto de risa cuando le dijeron apenas llegó a este país que acá el rock era Sui Generis, Spinetta Jade, León Giego y Virus. No. Puede haber talento (muchísimo) en algunos de esos casos. Pero nada de eso era rock. Siempre demostró simpatía por Riff y Pappo, pero Luca venía de ver miles de recitales de grupos que fueron pioneros del rock en Europa cuando aún eran under. Llegó con un cóctel más que interesante y variadísimo, compuesto por bandas como Dire Straits, Joy Division, Sex Pistols, Pink Floyd, David Bowie, Genesis. Y acá la gente todavía escuchaba a Mercedes Sosa. Eso postula Luca: el rock como forma de vida. Gente que hace las cosas del alma.
Desde el alma. Así era la personalidad de Luca y, en consecuencia, la dinámica de Sumo, en sus letras y en su música, sobre todo en sus inicios. Claro que a veces todo parecía estar a punto de irse de las manos. El exceso es una cualidad más del rock, aunque no su esencia. Arnedo recuerda una anécdota en el bar Einsten en 1983, cuando “Luca no se bancaba más el calor arriba del escenario, entonces cada dos por tres agarraba un vaso de vidrio, lo llenaba de agua y se iba mojando la pelada. Lo que no se había dado cuenta era que el vaso estaba roto, y que cada vez que se echaba agua se hacía un tajo con las puntas de vidrio. Cuando se dio cuenta era tarde: tenía la cara llena de sangre que le caía todo el tiempo sin parar, desde el cráneo. Por supuesto, siguió cantando hasta que terminó el show”. Va de la mano con lo que eran los recitales de Sumo. Luca colgado del techo, Luca borracho y agarrándose a trompadas con los espectadores, Luca apagando un incendio con ginebra.
Pero las luces eran efímeras, siempre terminaban apagándose. Y detrás de escena quedaba un hombre frágil, lleno de cicatrices, lleno de sombras. Luca buscó siempre mujeres que lo cuidaran (“porque la mujer es así, siempre cuida al hombre”), siempre intentó refugiarse en la compañía de los amigos, pero era un ser solitario por naturaleza. Se escapó de la heroína para refugiarse en la ginebra. El alcohol lo fue consumiendo, de a poco, destrozando su cuerpo. Se aferró a él hasta que ya no pudo dejarlo más. “Yo le hago apología a la ginebra, pero ahora ya no quiero más. Nunca pensé que fuera el elixir de la vida, más bien es el elixir de la muerte, y te vas dando cuenta dentro de tu cuerpo, te vas dando cuenta de que algo se está muriendo, se está extinguiendo”. Los de afuera no lo veían, los de adentro no sabían cómo ayudarlo, porque él no daba nunca muestras de dolor. “El sentido de la vida es el amor, el sexo, la amistad. Lo demás es pura historieta. Soy un tipo fuerte, me considero sólido y ése es mi sentido, este saberme así. Antes yo iba con el pelo largo y creía que iba a haber un mundo mejor y creía en el rock y en la poesía y en todo. Ahora todo eso terminó. Ahora simplemente hay que bancársela”.
Bancársela. Esa es la historia de Luca, de Sumo, del rock. No saber lo que se quiere, pero quererlo ya. La lucidez, la coherencia y la fuerza que tenía fueron demasiado para su pobre cuerpo. Pena da saber que sólo conocemos una parte de su obra. El verdadero tesoro lo guardan quienes conversaron con él en una plaza, en una esquina, en un bar. Esos marginados del conurbano que conocieron su naturaleza innata, su bondad, su risa. Pasan los años y la leyenda de Luca se agranda. Como hemos repasado en notas similares, son esos locos que jamás conocen la muerte verdadera: el olvido.