Por Marcelo Righetti
El espectacular crecimiento económico que viene experimentando China en las últimas décadas ha redundado en un fortalecimiento de su posición política y de su peso específico en la arena internacional. Aunque todavía muy medido en relación a grandes debates globales, excepto en aquellos en los que consideran que se inmiscuyen en cuestiones que atentan contra su soberanía (la situación en el Tibet, la violación a los derechos humanos en su territorio o la más reciente “revolución de los paraguas” en Hong Kong por nombrar sólo algunos), lentamente comienza a proyectar una configuración global que responda a las necesidades de su planificación del desarrollo.
En este sentido, la última gran apuesta del gigante asiático tiene que ver con dos megaproyectos encaminados a garantizar las vías de salida de sus producciones, así como el aprovisionamiento de materias primas y la capacidad de otorgar financiamiento para obras de infraestructura en aquellos territorios vitales para los imperativos de crecimiento chino. En concreto, se trata de la “Nueva ruta de la seda” y del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura (BAII). El primero de estos programas comprende dos iniciativas principales: la Franja económica de la Seda y la Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI.
La vía terrestre busca construir y fortalecer varios corredores que se extenderían desde la península de Indochina hasta Europa. Para llegar a lo que conocemos como Viejo Continente, se piensa en dos caminos. Por un lado, por Rusia y Bielorrusia y, por otro, por Irán y Turquía. Esta conexión longitudinal de Eurasia desde su extremo suroriental hasta el océano atlántico propone ser complementada por otros corredores terrestres que atravesarían de norte a sur, vinculando la provincia noroccidental china Xingjiang con las costas paquistaníes en el Mar Arábigo, y la también norteña región china de Yunnan con los puertos de la India, previo paso por Myanmar y Bangladesh.
La vertiente marítima incorporará a la tradicional ruta que se inicia en los puertos chinos en el Pacífico pasando por el Océano Índico hasta llegar al Mar Mediterráneo, líneas de comunicación desde puertos en Bangladesh, la India y Paquistán, al tiempo que suma una conexión en Kenia como escala intermedia. Mediante estas vías alternativas, se buscará reducir la dependencia al paso por el Estrecho de Malaca, punto neurálgico y altamente sensible, en donde cualquier tipo de problema implicaría un estrangulamiento para las exportaciones chinas.
Por su parte, se planifica que la centralidad dentro de Europa le corresponderá al puerto del Pireo en Grecia en tanto que punto de entrada al Mediterráneo. El avance del proceso de privatización que se impuso tras el acuerdo para realizar el tercer salvataje sobre la economía helena da pie al fortalecimiento de esta estrategia china de la Nueva Ruta de la Seda, a partir de que serán los capitales del gigante asiático, que se apropiaran de buena parte de los puertos griegos.
Por su parte, el BAII apunta, como una de sus vertientes más importantes, a desarrollar infraestructuras en aquellos países periféricos que carecen de ellas y que se encuentran dentro de la proyección de la revitalización de las Rutas de la Seda. Sin embargo, sus objetivos son más amplios que este plan, el cual cuenta con un fondo propio para este objetivo –el Fondo de la Ruta de la Seda- que está dotado de 40 mil millones de dólares. Esta institución financiera impulsada durante 2014 y que rápidamente sumo apoyos relevantes en casi toda Asia pero también en grandes Estados europeos (Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, España, Rusia, entre otros), se complementa con la iniciativa del Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS y se muestra como la postura que asume China para alternativizar la ya vetusta arquitectura financiera internacional dominada por Estados Unidos desde mediados de la década de 1950.
De esta manera, la potencia asiática generaría una transferencia de recursos desde la financiación de la deuda norteamericana (China es el mayor comprador de bonos del Tesoro de EEUU) hacia la financiación de proyectos que resulten necesarios para su planificación, en el sentido de fortalecer la diversificación de sus mercados de exportación.
Los objetivos reales
Estas políticas, que son presentadas como beneficiosas para el conjunto de países que participarían dentro de estos grandes planes, responden indiscutiblemente a razones propiamente chinas. Buscando continuar el camino del desarrollo económico iniciado con las primigenias reformas pro-mercado impulsadas por Deng Xiaoping a fines de los `70 y principios de los ´80, además de las ya mencionadas facilitación de nuevas vías a sus exportaciones y reducción de riesgos en la cadena logística, buscan atraer inversiones como forma de desarrollar zonas más atrasadas y de responder a ciertos movimientos separatistas como los de Xinjiang y el Tibet.
Otro elemento relevante que motiva estos programas es impulsar la internacionalización de las constructoras chinas. Tras la crisis desata en EEUU en 2007-2008, las autoridades de la Republica Popular decidieron realizar enormes inversiones en infraestructura con el objetivo de reactivar la economía. De esta manera, el sector de la construcción se consolidó como uno de los grandes impulsores del crecimiento económico. Sin embargo, en los últimos tiempos ha comenzado a sufrir una desaceleración producto de problemas de sobrecapacidad y al crecimiento de la deuda interna, resultados lógicos de este tipo de desarrollos financieros dentro del capitalismo. La búsqueda de solución también recorre este mismo sentido, proyectando a las constructoras hacia el extranjero mediante la realización de las obras de infraestructura que requiere el planeamiento chino en el exterior.
La tesis del “ascenso pacífico” pronunciada en 2003 por las autoridades chinas buscaba indicar a la comunidad internacional sus objetivos hacia el futuro, señalando que no iban a asumir la vía de expansión agresiva seguida por anteriores potencias emergentes, como fueron los casos de Alemania y Japón en la primera mitad del siglo XX. Bajo esta directiva, lo que se pretendía era que el crecimiento que vivía China redundara en beneficios para sus socios y vecinos dentro de lo que se conoce como juegos de suma positiva, en donde los actores al asociarse obtienen ganancias de esa convivencia.
Si bien esta lógica es posible si se parcializa el espectro, cuando se analiza la totalidad del panorama de poder global lo que se impone es un juego de suma cero, en donde lo que uno gana es porque el otro lo pierde. Para decirlo en términos más concretos, es posible que en el marco de los proyectos mencionados, tanto China como sus socios obtengan beneficios, cuestión que igualmente habría que poner en duda y el caso griego puede resultar interesante para analizar en ese sentido. Esta obtención de ganancias implicaría un aumento de su poder en el tablero de las relaciones de fuerza globales, el cual se conseguiría en detrimento de la posición de otros actores.
Llegado este punto, lo primero que se piensa es en la confrontación con Estados Unidos. El ascenso de China en la escena internacional está implicando, y lo va a seguir haciendo siempre y cuando continúe la tendencia actual, un deterioro del papel hegemónico del Imperio norteamericano. Pero esta situación no obliga a pensar que el enfrentamiento abierto resulta inexorable. El carácter belicoso que ha mostrado el actual hegemón dominante del sistema en toda su historia parecería confirmar las sospechas, pero la posibilidad de algún tipo de convivencia no puede ser descartada de plano.
Lo que por ahora nos muestran los acontecimientos es que la tensión entre Estados Unidos y China existe y se puede observar en definiciones políticas concretas. Las iniciativas de la administración Obama del Acuerdo Transpacífico de Asociación (TPP) y el Acuerdo Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP, ambos por sus siglas en inglés), apuntan hacia las mismas regiones del planeta que el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda. La concentración de los objetivos militares norteamericanos en el Pacífico parece ir en este mismo sentido.
El futuro mediato de la situación mundial resulta todavía inescrutable. Las contradicciones están latentes y continúan operando, sin embargo falta algún tiempo todavía para saber en qué sentido se resolverán y como se encontrará diseñado el mundo porvenir.