En conmemoración al 95 aniversario del natalicio de Rosario Castellanos, referente de las letras mexicanas.
Por Mariana Brito Olvera*
A veces, me gusta entretenerme mirando en internet fotografías de escritorxs, ponerle cuerpo al nombre que hasta ese momento sólo me remite a las páginas de un libro, buscar en la imagen alguna cosa que se me haya escapado en la palabra. En cierta medida, me siento como cuando algún fin de semana nostálgico nos sentábamos a ver los álbumes fotográficos con nuestra familia. En este caso, un álbum familiar literario.
Al mirar fotografías de Rosario Castellanos, la veo cambiar a través del tiempo. En las primeras vemos a una muchachita escuálida, que, poco a poco, va embarneciendo para dar paso a la mujer madura. Sus cejas, más pobladas de joven, se van adelgazando o adquiriendo la forma que la depilación marca. Su quijada también se va engrosando. Su pelo es un testigo de la moda de la época: a veces corto, a veces más largo, en los últimos tiempos lo lleva recogido y voluminoso en la parte de arriba, lo que nos remite al cardado de los años sesenta. Nunca la vimos envejecer. Murió a los 49 años, dejando tras de sí una amplia obra literaria y un legado importante para el movimiento feminista en México.
Hay una última cosa que quisiera remarcar de las fotos de Rosario. Pese a la variedad de imágenes, a las transformaciones que anuncian el paso del tiempo, hay algo que permanece: sus ojos, unos ojos grandísimos y almendrados, con largas pestañas, siempre bien abiertos, perceptibles incluso cuando sonríe. Su mirada es penetrante, profunda, algunas veces un poco melancólica, pero otras es una mirada que en cualquier momento está a punto de echarse a reír. Su estilo, agudo pero sin perder nunca el sentido del humor, pareciera ser una extensión de esa mirada. Cuando escuchamos testimonios de personas que la conocieron, generalmente mencionan estos dos rasgos de la autora: su visión crítica y su talante irónico.
Rosario Castellanos nació un 25 de mayo de 1925 en la Ciudad de México. Sin embargo, toda su infancia y una parte de su adolescencia transcurrió en Comitán, un pueblito perteneciente al estado de Chiapas, al sur del país. Esa etapa de su vida marcaría la visión que tendría acerca de las problemáticas de la comunidad indígena, pues Chiapas es un estado donde habitan numerosos pueblos originarios. Balún Canán (1957), Ciudad real (1960) y Oficio de tinieblas (1962) son algunos de los libros donde hay una presencia de la temática indígena. En uno de sus ensayos incluido en Juicios sumarios, donde la autora realiza un balance de sus distintas obras publicadas, evaluando desde la lejanía su propio quehacer literario, escribirá acerca de su libro de cuentos Ciudad Real:
[…] se logra levantar, en este libro, un inventario de los elementos que constituyen uno de los sectores de la realidad nacional mexicana: aquel en el que conviven los descendientes de los indígenas vencidos con los descendientes de los conquistadores europeos. Si los primeros han perdido la memoria de su grandeza, los otros han perdido los atributos de su fuerza y la decadencia en que todos se debaten es total.
Después de esos años, Castellanos volvería a la capital del país para realizar sus estudios preparatorios y después estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras, en la UNAM. Desde su tesis defendida en los años cincuenta ya estaba presente otro de los temas que marcarían su obra: el feminismo, la lucha de las mujeres por su liberación. Sobre cultura femenina fue el título del trabajo presentado para graduarse como maestra en Filosofía en dicha casa de estudios, donde años después sería profesora.
En “La mujer y su imagen”, uno de los ensayos recopilados en Mujer que sabe latín… (1973), la escritora va esbozando las diferentes imágenes que la cultura masculina ha proyectado sobre la mujer, que implican un deber ser tanto en el plano físico como en el ético y moral. Si bien demuestra que los planos de dominio se extienden en todos los ámbitos de vida de las mujeres, también afirma:
Con una fuerza a la que no doblega ninguna coerción; con una terquedad a la que no convence ningún alegato; con una persistencia que no disminuye ante ningún fracaso, la mujer rompe los modelos que la sociedad le propone y le impone para alcanzar su imagen auténtica y consumarse —y consumirse— en ella.
Y menciona ejemplos de escritoras o de personajes literarios femeninos con este actuar subversivo, fuera del canon: “Monjas que derriban las paredes de su celda como Sor Juana”, “doncellas que burlan a los guardianes de su castidad para asir el amor como Melibea”, “cada una a su manera y en sus circunstancias niega lo convencional, hace estremecerse los cimientos de los establecido, para de cabeza las jerarquías y logra la realización de lo auténtico”.
Es curioso que, aunque estas dos temáticas (las problemáticas de las mujeres e indígenas) tuvieron un gran relieve en su quehacer literario, Rosario Castellanos rehuyera de las caracterizaciones que clasificaban su obra como parte de la literatura indigenista y feminista, probablemente porque ese término estaba ligado a una narrativa de tesis, donde lxs personajes, más que vivir sus propios vaivenes en sus procesos de liberación, eran idealizadxs o presentadxs directamente como seres libres y sin dubitaciones.
Al contrario, lxs personajes de los cuentos o novelas de esta autora se muestran en sus contradicción, en sus luchas internas, en su búsqueda de respuesta ante una situación no deseada y, además, generalmente estas historias están atravesadas por el filtro del humor. Un buen ejemplo de esto es su cuento “Lección de cocina”, incluido en el libro Álbum de familia (1971). Ahí se esboza el conflicto de una recién casada que tiene que cocinar por primera vez para su marido. La situación se vuelve compleja porque la mujer no sabe cocinar y la cocción de un pedazo de carne se vuelve toda una peripecia, lo que ocasiona que la personaje se comience a preguntar cosas de fondo acerca de su matrimonio. No diremos qué pasa con el pedazo de carne, para no arruinar el texto a potenciales lectorxs, baste con decir que el conflicto no llega a resolverse y la recién casada se queda con numerosas preguntas más que con numerosas respuestas.
Rumbo al final de su vida, Rosario fungió como embajadora de México en Israel y trabajó como catedrática en la Universidad de Jerusalén. Ejerció su cargo desde 1971 hasta que, en agosto de 1974, falleció en Tel Aviv a causa de la descarga eléctrica provocada por una lámpara. Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres, en México.
Rosario Castellanos fue una escritora sumamente prolífica. Incursionó en la narrativa, poesía, ensayo y dramaturgia. Su mirada crítica y su humor, sus grandes ojos siempre bien abiertos y su sonrisa es lo que hoy nos queda.
Meditación en el umbral
No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas, contando
las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de la Nueva Inglaterra
y soñar, con la Biblia de los Dickinson,
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser
*Escritora. Licenciada en Letras Hispánicas por la UNAM. Coordina un taller anual sobre escritoras mexicanas, con un encuentro por mes, a través de La Libre virtual[1].
[1] https://lalibre.com.ar/2020/02/07/ciclo-de-lectura-escritoras-mexicanas/