Por Pablo Tano
La exigencia hacia niñas y niños pródigos en el deporte genera presiones y exigencias extremas para edades tempranas. El deseo de madres y padres de que sean los mejores, la presión de las y los entrenadores, los juegos olímpicos como destino mayor. Una refelxión sobre el alto rendimiento deportivo y las secuelas en cabecitas y cuerpos exprimidos
No es un cuento chino. Tampoco una novela del premiado Mo Yan (Nobel de Literatura en 2012, autor de Sorgo Rojo y Las baladas del ajo, entre otras obras). Ni siquiera un guión del gran cineasta Ang Lee (director del laureado film El Tigre y el Dragón) o de Zhang Yimou (Sorgo Rojo y Hero). Pero podría serlo. La historia tiene todas las aristas para ser adaptarla a diferentes formatos audiovisuales. Por desgracia, claro. Pero existe aunque duela. Y negar la realidad es desconocer la cultura de un país. Y en China, ocurren maltratos a niños que, estimulados por sus padres, dejan de ser chicos con sueños de sociabilizar para convertirse en máquinas acrobáticas o niños bonsái.
Tienen tan sólo entre 5 y 9 años. Pueblan los Centros de Alto Rendimiento Deportivos en Beijing. Uno de ellos es la escuela de gimnasia de la ciudad de Shichahai, la parte vieja de la capital, donde el lago lleva su nombre y los lugares históricos seducen a cientos de miles de turistas. Allí, en ese contexto, los entrenadores usan varas para imponer el rigor y la exigencia en el caso de algunos declinen en el esfuerzo del intento de ser los mejores medallistas olímpicos.
Camino a Beijing 2008, este crudo y polémico escenario para lograr competir con los Estados Unidos –para los chinos, el único campo donde se los puede superar o igualar– fue una postal diaria para la cual el gobierno comunista invirtió mucho dinero para convertir el país en una gran potencia del deporte.
“Ganar la gloria para la patria”, “Haz a los soldados fuertes, alimenta al caballo. Cuando llegue la hora de la guerra, la victoria estará asegurada”, son algunas de las leyendas que decoraban y decoran las paredes de los gimnasios para que ningún seleccionador las olvidara y ni se le ocurriera ser benévolo en el sacrificio periódico que debían aplicar a los niños. La disciplina llevada a su máxima expresión.
“Cada estudiante es escogido teniendo en cuenta la calidad de sus cuerpos, las medidas de sus músculos y su capacidad de crecimiento. También estudiamos a sus padres. Si estos son demasiado altos o demasiado bajos, sus hijos no son admitidos”, cuenta Li Yuan, uno de los responsables de la escuela donde el Gobierno chino preparó y prepara a cientos de potenciales campeones.
Los entrenadores deciden a qué deporte se dedicará cada una de las pequeñas promesas: artes marciales, gimnasia, bádminton, voleibol, levantamiento de peso y tenis de mesa. Padres llegados desde todos los rincones del país traen a sus hijos hasta aquí con la certeza de que durante los próximos 10 años apenas podrán estar con ellos más de una vez a la semana. “Es el precio por ver a tu hijo entre los mejores y quizás ganando una medalla olímpica algún día”, dice convencido el señor Chen, cuya hija lleva tres años internada en el centro. “Cuando salga de aquí será toda una mujer”, añade.
La rutina de entrenamiento comienza a las 5 de la mañana. No hay tiempo para los juegos o la diversión. Realizan su ejercicio media hora después y toman el desayuno antes de irse a estudiar matemáticas, ciencias e historia hasta el mediodía. Entre la una y las seis entrenan sin un minuto de descanso. Cinco horas de práctica intensa. Un maltrato hasta para el cuerpo de un adulto. Seis veces a la semana se repite el trabajo. El domingo es el único día libre para estar con sus padres. Un régimen militar.
En China hay otras diez escuelas similares a las de Shichahai que no se destacan por su gran infraestructura, pero sí por una buena alimentación, impensada para el resto de la sociedad china. Para evitar la distracción, el ambiente es monótono como un día gris y plomizo. Como una cárcel u hospital.
Hasta el extremo
El caso de una niña maratonista de sólo ocho años, que corrió 3550 kilómetros en menos de dos meses, durante 55 días, generó mucha polémica en el país, pero como su padre fue uno de los impulsores, el plan estratégico no fue interrumpido. “Hago que el entrenamiento sea divertido para ella. No la obligo. Le encanta correr, mucha gente no nos entiende. Tanto si la gente se opone como si no, seguiremos adelante”, se defendía ante las críticas su papá, Zhang Jianmin.
La exigencia de su padre fue tal que la madre de la nena llegó a pedirle el divorcio por la manera en que presionaba a su hija e inculcaba entrenar desde los tres años. El propio progenitor reconoció que castigaba físicamente “de forma esporádica” a la pequeña con el argumento de que “los niños a veces requieren autodisciplina”.
El niño como medalla. El niño como trofeo. El niño como mercancía. El niño como símbolo de ser la única oportunidad para progresar. El niño como objeto de salvación económica para que sea el “número uno” en cualquier campo. En el país comunista las pensiones son tan bajas que los jubilados dependen de los ingresos de sus descendientes para sobrevivir. Y aquel que logra la tan obsesiva y complicada presea olímpica contará con un futuro mejor y, quizás, no volverá a trabajar en zonas rurales con su familia. Como si eso fuera un pecado. Romper con la tradición. Se ve que para la sociedad que ahora abraza el capitalismo, las ambiciones apuntan para ese norte.
Ya quedó en el pasado Beijing 2008. Y China logró su meta de superar a Estados Unidos en el medallero con 51 preseas doradas contra 36 (en gimnasia obtuvo 9 doradas sobre 14 posibles). En Londres la cosecha fue pobre porque la siembra no llegó a su pico de eficiencia. Ahora es el momento de los Juegos Olímpicos de Río 2016. Y tal vez, algunos de esos pequeños gimnastas que comenzaron su aislamiento hace más de 10 años y les “robaron” parte de su infancia por el sueño ambicioso y egoísta de unos pocos adultos, se abracen a la gloria en Brasil. Para ellos, esos pequeños corazones exigidos, esos diminutos músculos sobreestirados y esos recargados pulmones, quizás sea un instante de alivio y de comenzar una nueva vida. Para otros, el camino será desolador y frustrante.