Por Patricio Klimezuk. Mucho se ha discutido en los últimos años en torno al proceso de industrialización que estaría viviendo el país desde la asunción de Néstor Kirchner. Sin embargo, desde las propias usinas oficiales comienzan a aparecer noticias que ubican a este debate en su punto justo.
El diario Página/12 publicó durante este tiempo dos noticias que llamaron la atención por el reconocimiento implícito que conlleva su puesta en circulación.
Ambas las firma el mismo colega, Javier Lewkowicz, y son muy interesantes no sólo por la información y por el conocimiento de la situación que brindan, sino también por las implicancias que tienen. La primera de ellas se dio a conocer el pasado 26 de diciembre y lleva por título: “La pieza floja del boom de la industria automotriz”. La segunda es reciente, del pasado jueves: “Cinco grandes cajas con las ofertas”.
La primera establece un panorama sobre la industria automotriz, reflejando que “el déficit comercial del sector autopartista en los nueve primeros meses del año fue de 6.086 millones de dólares, lo que representa el 60 por ciento del superávit total de la balanza comercial en el período”.
El autor de la nota asegura que eso es “a raíz de un nivel de integración de piezas y partes locales en los vehículos que no llega al 25 por ciento en la mayoría de los casos”, lo que implica que ante cada crecimiento en la fabricación de autos se produce un incremento en el déficit comercial.
En cuanto al origen de las importaciones, Brasil lidera con el 41,8 por ciento del total de las compras argentinas al exterior, seguido por China y Alemania, que vieron incrementar su importancia y se diferenciaron de esta manera de los Estados Unidos, que retrocedió.
Por su parte, la segunda nota informaba de la recepción por parte del Gobierno de ofertas de cinco consorcios privados para la construcción de las represas Presidente Néstor Kirchner y Gobernador Jorge Cepernic, que requieren una inversión de 5.000 millones de dólares.
A efectos de estas líneas, lo destacable es que todos los consorcios que presentaron una oferta se manejan de una manera similar: el país de origen del financiamiento es quien vende la tecnología. Lewkowicz comenta que “los pliegos exigen un mínimo del 30 por ciento de participación local pero no especifican sobre qué tareas, de modo que en este contexto lo más probable es que las firmas argentinas actúen en la parte de la obra civil, importante en la creación de empleo pero no desde el punto de vista del desarrollo industrial”.
Sin embargo, si eso llama la atención, más asombro produce la afirmación de que la industria nacional estaría capacitada para construir las represas “aunque no disponen de espalda financiera como sus competidoras”, lo que más allá de su veracidad vuelve a poner en primer plano la necesidad que tiene el país de contar con un banco que financie obras de envergadura, como suelen ser las de infraestructura básica. De hecho, uno de los consorcios ofertantes tiene financiamiento del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social de Brasil (BNDES), que según la página oficial de la entidad es desde el 21 de junio de 1971 (en plena dictadura militar) una empresa estatal de derecho privado.
En un trabajo para la revista “Batalla de Ideas”, el economista Guillermo Gigliani mensuraba el problema que de a poco empieza a colarse también en los análisis de los medios más cercanos al Gobierno nacional.
Allí, luego de reconocer que “en 2011, la producción sectorial duplicó el nivel obtenido en 2002 y el empleo creció”, Gigliani asegura que durante ese año “la tendencia imparable de las importaciones requeridas por la industria se manifestó como un verdadero peligro sobre el excedente comercial”, ni más ni menos que lo que Lewkowicz reconocía en una de sus notas, cuando advertía que un solo sector, el automotriz, consumía el 60% del superávit comercial.
Gigliani toma en consideración las Manufacturas de Origen Industrial (MOI) y calculando las exportaciones e importaciones en ese concepto, “el resultado negativo acumulado del sector ostenta dimensiones extraordinarias ya que, en 2003-2011 totalizó la suma de U$S163.814 millones”.
Es particularmente relevante que el mayor saldo negativo se dé precisamente en “Máquinas, aparatos y material eléctricos”, en donde se concentran los bienes de equipo y de consumo durable, de alto contenido tecnológico, lo que es una foto de la situación del sector industrial en la Argentina.
La conclusión, basándonos en las dos notas periodísticas y en el texto que traemos a colación, es que el sector industrial cayó en una encrucijada, con varios capítulos similares en la historia del país. Con todas las diferencias y complejidades del caso, una situación parecida se planteó a inicios de los 50 y el desarrollismo de fines de esa década fue un intento de solución vía el incremento notable de las inversiones extranjeras, lo que trajo aparejados otros problemas tales como la remisión de utilidades.
Durante estos casi diez años en los que se expandió, el sector no se diversificó en su producción ni cambio cualitativamente en cuanto a la incorporación de tecnología al proceso productivo lo que terminó generando una espiral entre las necesidades para continuar el crecimiento y lo que ese crecimiento genera en la balanza comercial.
En ese sentido, Gigliani señala que “el aparato industrial enfrenta un problema fundamental porque durante estos años reprodujo su matriz dependiente de insumos y maquinarias del exterior” y propone “poner en marcha inversiones que permitan transformar el tejido productivo existente”.