Por Fernando Stratta. La polarización política dio lugar al surgimiento de distintos reagrupamientos de intelectuales. “Cultura Compañera” viene a poner en discusión las formas anquilosadas para comprender la labor y la viabilidad de una nueva generación intelectual.
Si tuviéramos que pensar la Argentina de las décadas recientes, seguramente estos últimos años hayan marcado un tenue resurgir del debate intelectual en nuestro país, o al menos su mayor visibilización.
A partir del conflicto por las retenciones a la renta extraordinaria del agro, algunos intelectuales se vieron en la necesidad de “tomar posición” frente a una coyuntura en la que presumían se dirimían intereses mayores. Carta Abierta fue entonces el correlato del progresismo realmente existente, que buscó actualizar supuestas contradicciones entre el país agrario y semicolonial, y la nación moderna. Para el nacional-populismo la certeza del Estado como momento privilegiado de la articulación social conduce al menosprecio de las potencialidades emancipatorias que anidan en lo popular.
Por su parte, la unificación del Frente de Izquierda de los Trabajadores –un dato positivo frente a la fragmentación– y sus buenos resultados relativos en la contienda electoral, dieron impulso a la Asamblea de Intelectuales del FIT, un espacio directamente vinculado a la izquierda partidaria que tuvo por virtud sostenerse en el tiempo.
En los primeros días de 2012, a través del documento “Plataforma para la recuperación del pensamiento crítico” un conjunto de intelectuales salió al corte de las bases que sustentan el modelo de despojo profundizado por el proyecto neodesarrollista en nuestro país, buscando escapar “al efecto impositivo del discurso hegemónico”.
No obstante, lo que está en juego en esta coyuntura es algo mucho más profundo que el surgimiento de diferentes agrupamientos de trabajadores de la cultura. En efecto, los diferentes posicionamientos y debates ponen en evidencia la necesidad de volver a discutir el rol de los intelectuales en la sociedad. La vocación por el declaracionismo no parece responder enteramente a las actuales condiciones en que se dan las luchas de nuestro pueblo.
Si, como sostiene Omar Acha, después de la crisis de 2001-2002 asistimos como posibilidad al nacimiento de una nueva generación intelectual, ésta no terminará de engendrarse hasta integrarse críticamente a una nueva cultura política, heredera en buena medida de la rebelión popular de hace una década. Sin embargo, refractaria a los caminos fáciles del posibilismo, esta nueva generación intelectual corre el riesgo de extinguirse si no logra coagular en un proyecto colectivo.
Esto implica actualizar los formatos perimidos en que se concibe el trabajo intelectual. Es necesaria una concepción que no escinda la labor intelectual y artística de los movimientos y organizaciones populares, como también abjurar de consideraciones que ubican a los intelectuales como un grupo particular con funciones direccionadoras.
En esta clave, el próximo sábado un conjunto de trabajadores de la cultura darán impulso al primer plenario de Cultura Compañera, un espacio que se propone articular a colectivos e individuos vinculados al arte, las ideas y la comunicación. Esta apuesta, que se reconoce como parte de la izquierda independiente, apunta a generar instancias de cooperación entre las múltiples energías creativas e intelectuales forjadas al calor de las resistencias de los movimientos sociales durante los últimos años.
Hay condiciones para construir este proyecto porque existen a lo largo de todo el país un amplio repertorio de experiencias y trabajos que se encauzan en la reconstrucción de una cultura de izquierda. No es este el primero ni el único paso dado en pos de su construcción. Dependerá una vez más de poner el cuerpo para darle carnadura.