Por Hugo Huberman*. El estereotipo de que la violencia hacia las mujeres era exclusividad de las clases populares empieza a perderse. Pero en la pantalla chica el morbo es constante. Basta de asesinatos patriarcales.
Dos historias de jóvenes mujeres para que el mercado siga funcionando, dos jóvenes mujeres muertas por ser mujeres y jóvenes que ponen en crisis la boba idea que la violencia hacia mujeres jóvenes y niñas habita sólo en los hogares sin recursos. El grupo etario que va desde los 15 a los 29 años es un grupo de alto riesgo y morbilidad, producto del adulto-centrismo con que se lo aborda y la falta de conciencia colectiva sobre sus niveles de vulnerabilidad, casi fantasmales.
La vulneración de derechos continua con que los medios de comunicación abordan sus muertes es impactante, descarada y vil; se convierte en una herramienta más de los adultos y adultas para controlar, punir y reforzar su poder y dominio entre miles de jóvenes que están creciendo en un mundo que los y las invisibiliza, que los televisa nada más que cuando son cadáveres.
Dos historias contadas hasta el hartazgo, donde las víctimas vuelven a ser victimizadas y vueltas a matar una y mil veces por la cantidad de barbaridades que por segundo nutren las pantallas de la morbosidad y la obscenidad, empecinadas en tocar bordes limítrofes. Porque se sugiere de manera implícita que algo habrán hecho para ser asesinadas.
Si hay un destino común que pone a mujeres jóvenes al borde del sistema es sólo por eso, por ser mujeres y jóvenes. Se naturaliza que la violencia hacia mujeres, jóvenes, niños y niñas es parte de la basura que la alfombra mediática no nombra, que no está dispuesta a develar y que muestra con finales ya sabidos para vender y venderse a una cultura que compra y demanda eso: sólo eso finales, no principios.
Principios que debemos registrar si queremos cambiar los finales que nos exponen, casi como profecía cumplida, de ser mujer y joven en casi todos los países de nuestra América Latina. Así, la violencia es estructurada por lo social y, a la vez, es estructurante de lo social. A decir de Zizek, la violencia es “el trastorno radical de las relaciones sociales básicas”.[i] Es un hecho que aprendemos, y aprehendemos, la violencia en nuestra convivencia cotidiana.
Luego en otro párrafo afirma: “El horror sobrecogedor de los actos violentos y la empatía con las víctimas funcionan sin excepción como un señuelo que nos impide pensar. Un análisis conceptual desapasionado de la tipología de la violencia debe por definición ignorar su impacto traumático“[ii] Allá vamos con las cámaras recogiendo escenas, intimando a quienes merecen respeto y silencios. El señuelo funciona, pero no podemos tapar con una mano la vista del sol.
También hay que decir que América Latina y el Caribe, la tasa de femicidios de niñas de 0 a 17 años para 2002 fue de 2,21 por 100 mil, mientras que la de los varones del mismo grupo de edad fue de 8,11 por 100 mil, lo que la convierte en cuatro veces mayor y la más alta del mundo. (OMS, 2006; Naciones Unidas, 2007). Seguimos espantados y espantadas, y por ello sin hacer nada efectivo, nada que vaya más allá de la opinión en las redes sociales políticamente correcta.
Ignorar que sí estamos sumergidos en una violencia continua que restringe derechos de muchos y muchas es dejar el tema dentro de la caja boba y sus francotiradores. Saben lo que hacen: inmovilizar, ser parte de esa violencia para poderla perpetuar.
Sólo las afirmaciones precisas de cuerpo y alma sobre que no queremos más violencia en nuestros futuros serán parte del des-encantamiento propuesto, ser parte de acciones conjuntas que nos permitan nombrar mas allá de los dichos sociales todas las formas de violencias que nuestros jóvenes sufren y reproducen. Sí, de eso no se habla ni se nombra, porque necesariamente nos saca del trauma y nos expone a la posibilidad de hacer algo con ellos y ellas para resolverlo.
Estamos lejos de estas decisiones. Seguimos el lamento mohicano que enluta y paraliza, como si fuera un destino humano, o lo ponemos como figuritas intercambiables en ciertos “locos” sueltos, imposibles de controlar.
No hay sueltos ni figuritas para intercambiar, hay un “todos y todas” grande como cada uno de nosotros y nosotras, que se sufre pero no se construye. Es hora de despertar, es hora de hacer con otros, entre otros, y construir una afirmación social hacia la no violencia y las convivencias íntegras, con diferencias humanas, pero sin dejar a nadie en el camino como migas de pan.
Son nosotros y nosotras Lola y Ángeles, aunque ya no estén. No por ellas solamente sino por las y los que quedamos. Quien sienta o piense lo contrario esta mirando otro canal.
[i] Zizek, S. (2009). Sobre la Violencia: Seis Reflexiones Marginales. Buenos Aires, Paidos.
[ii] Zizek, S. (2009). Sobre la Violencia: Seis Reflexiones Marginales. Buenos Aires, Paidos
(*)Coordinador de la Campaña Lazo Blanco de Argentina y Uruguay (www.lazoblanco.org) y director del Instituto de Género Josep Vicent Marques.