Por Noelia Leiva
Su lucha por suprimir los prejuicios de género en la Justicia, su lucha para que sus compañeras se reconozcan “dignas” para exigir sus derechos y su amor por Salta en una entrevista que Marcha realizó a la aspirante a la Casa Rosada en 2015.
En 2013 las redes sociales replicaron fotos de Lohana Berkins con su rostro iluminado por el sol que sirvieron para lanzar su candidatura a la Presidencia en 2015. Había una metáfora encerrada: salir a la luz, dejar de aceptarse como “la escoria de la sociedad”, como históricamente le obligaron al colectivo que representa. Aunque no hay una propuesta partidaria que la avale formalmente, ella sostiene que serviría “para ver qué pasa en la política si hay una jefa de Estado travesti”. Titular de la Oficina de Identidad de Género y Orientación Sexual que funciona en el ámbito judicial porteño, entiende que la comunidad travesti y trans ya no debe pedir permiso para estudiar o trabajar. “No soy el payasito de nadie”, instó.
-El año pasado circuló una campaña que la proponía como candidata a Presidenta ¿En qué consiste esa iniciativa?
-Para mí sería un desafío, un modo de generar una dialéctica en el mundo de la política para ver qué pasaría si hubiese una presidenta travesti. Veríamos cuánto avanzamos si, a la hora de imputarme una crítica, se basarían en mis gestiones o en su nudo travestofóbico. Más allá de la adscripción partidaria de cada quien, cuando atacan a la Presidenta lo hacen desde la misoginia, imaginate qué podría pasar conmigo.
-¿Cuáles serían los proyectos de su gobierno?
-En la comunidad estamos muy obsesivas con el tema del empleo, no sólo como petición al Estado, que está dando buenas respuestas como el apoyo a cooperativas, sino también a los privados. Nosotras podemos ser meseras, médicas, abogadas, diputadas, senadoras. Ese también es un desafío: que nuestra identidad de género no sea puesta como una minusvalía. Tengo tantas capacidades o discapacidades como cualquiera, no tiene que ver con mi travestismo. Basta de pensarnos como enfermas, infectadas, ladronas, poco confiables, que no nos podemos capacitar para estar en un puesto de decisión, que no podemos sostener un acuerdo.
-¿Lo conversó con algún espacio político?
-Siempre lo charlamos. No hubo una conversación concreta porque más lo tomo como desafío, como un modo de transgredir. Puedo hablar horas de mi situación de privilegio pero estaría siendo deshonesta con el 90 por ciento de mis compañeras que no viven lo mismo que yo, que tengo un empleo, un cargo, un sueldo. La lucha se trata de generar un sentido de la igualdad real, no su ficcionalidad. No me siento avergonzada de haber sido prostituta; todo lo que me pasó, me pasó. Pero si eso lo contextualizo creo que la idea de la lucha es generar una posibilidad. Por ejemplo, a mí el matrimonio igualitario no me interesa porque no me casaría con nadie, pero tengo el derecho de hacerlo si quisiera.
-¿Cuál es el rol de la Oficina que coordina?
-Está cuadrada dentro del Observatorio de Género que dirige Diana Maffia en la Ciudad de Buenos Aires. Trabaja los obstáculos que hay para el ingreso de nuestra comunidad al derecho o a la Justicia y revisa los prejuicios y creencias que traen los operadores y operadoras judiciales. También nos ocupamos de la educación vinculada a estos temas, por lo que tratamos de hacer publicaciones, dar clases y acercar material que dé cuenta de cómo se fueron modificando algunos derechos.
-¿Cómo se derriban los preconceptos que identifican?
-No es una cuestión matemática. Nosotras estamos estableciéndonos recién hace un año. Esas cosas no se pueden predecir pero el esfuerzo está, todavía no podemos hablar de resultado ni de la estrategia correcta. Del otro lado muchas veces se actúa por desconocimiento. Además, cuando tiene que ver con prejuicios y discriminación, los resortes cambian, no se sigue siempre un mismo patrón.
-¿Cómo describe al contexto político en el que se creó el área?
-Hay un Estado receptivo a nuestras históricas demandas. Vemos por primera vez cómo se construyen posibles soluciones. También nosotras como comunidad entendimos que politizarse era una de las estrategias válidas para satisfacer nuestras necesidades. Sirvieron, en términos de logros concretos, la Ley de Matrimonio Igualitario y la de Identidad de Género. Podemos hablar de tres etapas en nuestra lucha. La primera fue la de pedir por el derecho la educación, la salud, la vivienda y el trabajo. Después nos dimos cuenta de que eso ya estaba en la Constitución, entonces en la segunda etapa buscamos el acceso y la permanencia dentro de esos sistemas. Ahora estamos en la etapa de la exigibilidad de los derechos. Ya no te pido permanencia ni me interesa discutir, yo exijo ese derecho.
-En el territorio bonaerense hay militantes travestis y trans que reclaman el acceso integral a la salud ¿Está de acuerdo?
-Absolutamente. En el artículo 11 de la Ley de Identidad de Género está clarísimo que debe garantizarse. No entendemos por qué el ministro (de Salud de la Nación, Juan) Manzur no hace que a lo largo y lo ancho del país se respete la salud integral, entendida no sólo en términos de enfermedad sino de un cuerpo sano que quiere saber cómo prevenir. También se trata de empezar a conocer el propio cuerpo, para que deje de hacer los recorridos históricos de la ilegalidad y empiece a transitar los canales de la legalidad. Entonces, si hay un Estado que aprobó una ley con todo su arco político, una Presidenta que, como autoridad máxima habla constantemente de la inclusión, no entendemos por qué se niega.
-Las dificultades para acceder a la atención médica no sólo se da frente a intervenciones quirúrgicas complejas sino en la consulta cotidiana en las unidades sanitarias ¿Por qué sucede?
-En términos de derecho lo más difícil es el acceso en la órbita doméstica, tanto para las mujeres como para las travestis. Se ve también en algo de todos los días, como cuando te cortan la luz abusivamente. Hay una cuestión de desentendimiento y desconocimiento del derecho cotidiano. La gente no sabe que un montón derechos nos son negados a todos y todas por prejuicios de las personas.
-¿Cómo se evita ese avasallamiento?
-Con campañas, con un Estado proactivo, a partir de conocer lo que está escrito. En Cuba cuentan que había un gran debate porque una ley indicaba que todos los niños varones debían ir con el pelo muy corto. Un día una madre dijo que su hijo quería tenerlo largo. Empezaron a investigar y no existió nunca una ley aprobada que lo impidiera. Entonces, una cosa es la norma en sí misma y otra las leyes de costumbre, en general basadas en pretendidas cuestiones morales. Hay que empezar a desentramar eso en términos de derechos.
De “fenómenos” a sujetas de derecho
La lucha por la equidad aspira a ir más allá del discurso correcto de la inclusión: no es sumar a partir de ‘tolerar’ las diferencias, como si alguien ‘normal’ tuviera la piedad de aceptarlas, sino vivir en igualdad de oportunidades sin que la identidad de género sea un casillero a llenar para acceder a ellas. Mientras, en los programas del prime time y algunos noticieros, el colectivo de travestis y trans es todavía pieza ‘curiosa’ de la pantalla.
-Desde los medios aún se cataloga como un hecho fuera de lo habitual que una niña o un niño defina su identidad trans en los primeros años ¿Por qué cree que sucede?
-Porque hay partes de la sociedad que no dimensiona los cambios. La Ley de Identidad de Género beneficia a toda la sociedad. Que un niño o una niña tenga un conflicto a la hora de la construcción de su identidad y sexualidad permite interrogarse y poder dialogarlo. A mí antes me pedían el documento hasta para entrar al baño de la estación, ahora no. Entonces toda la sociedad puesta en eso trae el beneficio de interpelarse. Me parece algo muy bueno que nosotras no vivimos. Mi sobrina me contó que en su grupo de la universidad una compañera dijo que no se iba a llamar más Juan sino que iba a cambiar, y entonces fueron a la casa de mi hermana a probarse ropa para ir a bailar. Me lo contó como si hubiera sucedido cualquier otra cosa. Esa joven ya está viviendo otra vida. No sólo ella sino sus amigos y amigas, que tienen la posibilidad de convivir con la diferencia.
-¿Por qué si en la vida cotidiana se hace cada vez más fácil todavía hay reticencias mediáticas a incorporarlo?
-Es que los lugares históricos que nos dieron los medios de comunicación fueron el show business, las páginas policiales o el rubro 59. Cuando abrimos la oficina salió un recortecito en los diarios, pero si mañana me pescan con un hombre en mi oficina o robo algo, sería tapa. Siempre estamos vistas de manera bufonesca. Fijate cómo nos ridiculizan en el programa de (Marcelo) Tinelli o en el que hacen los cómicos que aprendieron con él en Canal 11 (por “Sin Codificar”).
-¿Las redes sociales ayudan a cambiar la mirada?
-Sí, totalmente. Vivimos en otra era. Nosotras usamos mucho Facebook. También hay nuevos modos de comunicación en el mundo trava; hay cada vez menos perfiles hechos solamente con fotos en pose, por ejemplo. No teníamos el hábito de leer o ver noticieros. Ahora muchas chicas lo hacen. Les contás de tus ideas, debatís. Hay cosas que nos pasaron por ignorancia, por eso la educación es el arma más poderosa.
-¿Internet permite ayudar a más compañeras?
-En eso somos cautas. Tenemos en claro que si se tiene un problema hay que ir a la Justicia. Ahora si la compañera dijo que fue y no le respondieron, ahí actuamos. Yo recomiendo que no vengan a Buenos Aires cuando tengan un problema en otro sitio sino que busquen resolverlo allá, que golpeen la puerta del hospital o del lugar que sea. Si quiere estudiar o atenderse, hay que informarse y exigir los derechos ahí. Hay que convencer donde está la pelea.
De Salta a Buenos Aires
-¿Cómo se viven estas problemáticas en su Salta natal, donde en octubre se realizará el Encuentro Nacional de Mujeres?
-Al que voy a ir, como todos los años. Allá se vive de la misma manera. El conservadurismo está en todos lados. La concentración del poder está acá pero los resortes son iguales en todos lados. Hay que tener en cuenta que la ley per sé no cambia nada. La que debe cambiar es la compañera. Las situaciones son las mismas, incluso, en América Latina. Por ejemplo, en Buenos Aires si voy por la calle y un policía me identifica como travesti, puede detenerme y acusarme de que ofrezco un servicio sexual. No se hace porque no es políticamente correcto pero no se hizo el esfuerzo de erradicarlo y generar una política distinta. Como en los hospitales, que no te quieren atender. ¿Por qué hay que ir con la ley bajo el brazo? Son resabios del totalitarismo. No podemos ignorar que hay una cuestión de recambio generacional: una travesti ahora ya nace con documento.
-¿Usted pudo charlar con personas de su entorno cuando decidió ser Lohana?
– No, mi historia fue mucho más triste. Ya pasó, es una etapa que se tiene que superar.
-¿Se hace necesario no volver a pensar en el pasado?
-No, es que soy activista más que nada, no quiero seguir construyendo un personaje. Además sí son cuestiones dolorosas. No niego nada, trato de ser una persona muy positiva. Tuve una infancia muy dura, nací en una provincia muy conservadora que, igual, visito todos los años y me parece maravillosa. Me encantaría terminar mis años en Salta.
-¿En Pocitos?
-Volvería a la ciudad, seguramente. A Pocitos voy porque están mis hermanos. Conservo mis mismas amistades de siempre. Voy a sus casas, me gusta hablar más de lo domestico, escuchar sus cosas, ser la misma persona. Nunca imaginé que viviría en Buenos aires pero las circunstancias se dieron así. Ahora ya no pero durante muchos años me sentí una exiliada.
-¿Por qué?
-Porque no entendía la cultura y las formas a pensar aunque era el mismo país e idioma. Ahora vive acá gente conocida de Salta así que algunas costumbres conservamos, como la forma de comer, de cocinar, de encontrarse.
-Hay muchas personas que admiran su lucha y que se encuentren en una situación similar a la de usted en sus primeros años ¿Qué les recomendaría?
-Que se sientan orgullosas de lo que son. Yo me siento plena, amo ser trava. No hay nada que me avergüence ni de mi pasado. Hay que exigir todos los derechos. Es así como vamos a lograr que la sociedad revierta su conservadurismo. Ya no somos las travestis de antes que vivíamos escondidas. Nos hicieron creer que éramos la escoria de la sociedad, pero eso ya pasó. Ya muchas pagamos un altísimo precio para que estas niñas travestis de hoy lo puedan valorar y vivir plenamente. Yo no soy payasito de nadie.