Por Matías L. Marra. Historias de Corazón, un programa de cine de Telefé que introduce la muy sensible Virginia Lago, ha empezado a producir sus propios telefilmes, concebidos como unitarios. Surge una inquietud al verlos: la pervivencia del melodrama en su forma más tradicional, con todo lo que ello implica.
El melodrama es un género muy bastardeado a lo largo de la historia. Afirmar que el “dramón”, como se lo suele llamar despectivamente, es un género de mala calidad, es desconocerlo. En el cine, podemos encontrar a grandes exponentes como Douglas Sirk o, ya generando algo estrictamente rupturista, parte del cine de Pedro Almodóvar.
Sin ir tan lejos, en la televisión argentina, hace algo más de un año, la actriz Virginia Lago introduce películas para llorar en un set ambientado como el living de su casa, en un programa llamado Historias de corazón. Así, la cámara (el espectador) la sorprende mientras le sacaba los “bichitos” a las plantas, o directamente nos espera gentilmente sentada en su sillón, acompañada de una copita de café endulzado. Al terminar la película, el espectador en potencia llora, de tristeza o alegria, y Virginia también.
Recientemente, el programa ha empezado a producir sus propios telefilmes, concebidos como unitarios. Los telefilmes en cuestión, se caracterizan por una marcadísima sensiblería, propia del melodrama más tradicional y televisivo.
El primer episodio de Historias de corazón se llamó Tarjetas personales. Cuenta la historia de dos hermanas de unos cuarenta años, que nunca se quisieron. Una de ellas, la rubia, se muda a vivir a España, donde se desempeña como fotógrafa, muy exitosa. La otra, la morocha, se queda con los padres. El padre de ambas siempre tuvo como preferida a la rubia, relegándole el amor a la otra. Ante la muerte del padre, la hermana rubia vuelve a Buenos Aires, y las tensiones entre hermanas son nuevamente, y por última vez, sacadas a la luz.
El segundo episodio, en tanto, se llamó Recortes del alma. Narra la vida de una pareja de ancianos (la mujer interpretada por la misma Virginia Lago, haciendo de su personaje con el que introduce el programa) que vive muy felizmente en una casa típicamente de clase media. El hombre tiene un hijo que no ve hace 25 años, que ahora es una estrella exitosa del cine y el teatro. Ante un infarto del anciano, accedemos a la vida de estos personajes que Virginia Lago intenta unir.
Básicamente la estructura narrativa de estos telefilmes está bien. Todo detalle se justifica en una acción que va a determinar algo del futuro. Así, la torpeza de la hermana morocha en Tarjetas personales hace que rompa un portarretratos que deriva en que su hermana pueda acceder a su verdad.
Ambos capítulos (de los que ya se han exhibido cuatro más) tematizan el volver a pensar el pasado personal, y reconciliarse con él. Así podemos, incluso faltando varios minutos para el final, esperar un final. No es un final predecible, sino, justamente, esperado.
La diferencia radica en que, al pensarse como el melodrama tradicional, ligado a entender el relato como un consultorio sentimental en sí mismo, el espectador llora y se le revela en sí un final que lo alivia.
Sin embargo, el final de los melodramas tradicionales, bien ha sido señalado como anti-revolucionario. Antes que un llamado al espectador a que se concientice, esos finales lo achatan, lo contienen. El espectador llora un rato, se alivia, y luego el retorno a la realidad.
Además, el sujeto sexuado aparece en Historias de corazón representado como lo inmoral, y al final de ambos episodios ese sujeto se “estabiliza” en una persona.
En Historias de corazón hay una búsqueda orientada sólo a la narración de una historia. Así es como hay un descuido total de diálogos, que intenta hacer un juego entre lo dicho y lo que se percibe de ese decir, que se vela tanto que resulta vergonzante. Esto sumado a que los personajes sufren tanto que necesitan gritar mucho, exagerar sus movimientos, incluso llorar antes de que vengan las lágrimas. El descuido también se ve en las cámaras, en el diseño de arte y escenografía (a Virginia Lago casi se le cae un mantel), y ni hablemos de lo anti narrativo que resulta el vestuario.
Pero al espectador potencial de estos melodramas no le interesa para nada el error técnico. El espectador deposita sus pasiones y reflexiona sobre sí mismo, sobre su propio pasado. ¿Quién no tiene algo no resuelto en el pasado?
Roman Gubern reflexiona largamente sobre el melodrama como la tragedia griega actual. Si bien el melodrama tradicional es completamente ahistórico y no se hace ninguna pregunta sobre el ser estrictamente, la operación que realiza el espectador es similar. Quien se sentó en los primeros teatros reflexionaba con las representaciones de los dioses y héroes que también sufrían. A Orestes lo persiguen las Erinias, las diosas viejas de la venganza, tal como a los personajes de Historias de corazón su propio pasado. Pero las Erinias son transformadas en Euménidas, en diosas benevolentes. El pasado de los personajes de Virginia Lago, también.
No se horrorice nadie ante tal comparación.
Los primeros capítulos de Historias de Corazón están disponibles para ver en Youtube.