Por Yuderkys Espinosa
Qué show mediático el de Hollywood con sus megaestrellas tan políticamente correctas. Pero lo más triste, lo que sigue sin dejar de asombrarme, es tanta gente cercana cayendo en su relato.
Discúlpenme ser la agua fiesta de siempre, pero el discurso de Oprah donde equipara a la profesional, la policía/militar, la científica, la estrella de cine con la obrera super explotada o con la sirvienta negra o racializada -esa que, disculpe que se los recuerde, les lava la ropa, les cuida les niñes y les limpia la mugre- es de verdad deprimente, sino patético.
Entiendo que mis queridas feministas blancas burguesas se sientan emocionadas con semejante lealtad a la razón feminista por parte de una mujer negra -rica y negra debería decir: después de todo esta reproducción de los enunciados producidos por sus congéneres vale más cuando viene en voz de una negra de renombre.
Pero que quienes se nombran así mismas como feministas negras, antirracistas o descoloniales caigan en la trampa de ese discursito “de la misma opresión” que nos cae a todas las mujeres por igual o con diferencias tan pequeñas que parece que pueden ser dejadas a un lado para reconstruir ese “nosotras las mujeres oprimidas”, la verdad que sigue mostrando la dificultad de abandonar un tratamiento fragmentando de la dominación.
Este es el grave peligro de la política de identidad, creer que porque habla una mujer, una travesti, una lesbiana, una negra, hay que celebrar. Que hable una de nosotras, es importante, pero no es suficiente. Importa la que habla e importa el discurso que enuncia, importa la política a la que adhiere y a qué intereses sirven. Uno sin el otro no cambia nada, sigue sirviendo a lxs mismxs de siempre.
Lo siento Oprah pero no te creo, ni creo en todas estas divas que se emocionaron, pararon y levantaron ayer ante tu discurso. No creo en ninguna de estas mujeres con vida de derroche y riqueza que se vuelven políticas una vez al año en una ceremonia televisiva a donde siendo “parte de la tradición” lucen vestidos “preciosísimos” que valen más que la vida de la machi Francisca o que la de miles de personas (mujeres y varones) que mueren dia a dia para extraer las piedras preciosas que les acompañan. No me convencen que venga vestidas de negro ¡justo! a nombre de todas las mujeres.
Como dije una vez en un encuentro feminista en el Estado español en donde las blancas se emocionaban y aplaudían estrepitosamente a las feministas racializadas que se organizaron una mesa en un encuentro absolutamente blanco y donde resultamos ser “la diferencia” aceptada para lavar la culpa: que las blancas burguesas se emocionen con nuestros discursos es signo de que aún estamos presas de sus utopías y de sus sueños. El rechazo espontáneo a lo que decimos es el síntoma de que la tierra se remueve bajo sus pies, sólo de allí puede surgir algún cambio.
Escribo esto no porque espere algo más que lo que vimos ayer de ese escenario, sino porque me aterra que nosotras, las racializadas, las que sufrimos dia a dia las consecuencias de ese razonamiento feminista basado en la unidad de la opresión de las mujeres, caigamos en la trampa de la identificación con un discurso que, como diría la Silvia Rivera Cusicanqui, “oculta más que lo que muestra”.