Por Ricardo Frascara.
Los acontecimientos intensos se suceden con tal velocidad en nuestras canchas que el luto por la muerte de Emanuel Ortega se opacó por la tragedia moral, ética y civil que ennegreció un presente futbolístico conflictivo, desarraigado de la historia deportiva de la Argentina y envuelto en capas de criminalidad. La leve sanción a Boca y la vergonzosa reacción de su presidente.
El viernes, un viejo amigo, ex compañero de redacción, me preguntó a través de la red: “¿Qué diría Don Félix si hubiera tenido que cubrir esta vergüenza y humillación nacional?”. Hasta ese momento yo no quería escribir sobre el tema, me parecía demasiado profundo y serio como para tratarlo en pocas líneas. Pero surgió esa pregunta que me trajo a la figura de mi padre, periodista deportivo durante más de 30 años, y eso me sentó imperiosamente frente al teclado. Aquí ahora dejo correr mis dedos.
¿Qué decir para abarcar este impacto oprobioso, que lastima al jugador, al fútbol, al país y al aficionado? En la barranca cada vez más pronunciada en la que corre desde hace tiempo el fútbol argentino, hemos llegado a una estación, a una terraza, quizá la última, antes de precipitarnos contra el fondo, contra la roca pelada. Estuve triste todo el viernes, por la muerte ridículamente trágica de Emanuel Ortega, estrellado contra un muro pegado a la cancha como lo hace un gorrión contra una ventana, y luego abatido por el espectáculo tenebroso de la cancha de Boca, de cualquier cancha, de todas las canchas de nuestra tierra.
Esta noche negra tiene nombres centrales y un coro estruendoso de cientos de hombres que socavan los cimientos del deporte, de la cultura, de la convivencia, de las tradiciones. Por eso, qué diría no sólo mi padre, sino todo el pelotón de periodistas que afrontaron la tarea iniciática de exponer ante el pueblo el fútbol incipiente, que me animo a señalar como hito fundamental de su difusión popular en 1925, la gira fantástica de Boca Juniors por Europa. ¿Qué dirían Manuel Seoane, goleador que exaltaron los europeos, o Américo Tesoriere, arquero extraordinario en los palos de aquella azul y oro? Centenares de futbolistas que enaltecieron las camisetas con todos los colores del fútbol argentino desde aquellos años y durante las siguientes décadas, en nuestras canchas, en las de América del Sur, en las de Europa… ¿qué dirían?
Estamos dejando el fútbol en manos de bandas de delincuentes –no son otra cosa– sin freno de ninguna especie. Peor, llevan adelante una escalada constante de violencia amparados por la connivencia con la policía, una ronda de políticos que utiliza sus servicios, y abocados al negocio de la droga y robos de toda especie. ¿Tengo que repetir que las barrabravas son el cáncer del fútbol? Las denuncias que ha hecho el periodismo sobre este sector increíble de mafiosos y sus actividades apañadas por el poder se amontonan en carpetas y archivos ante la pasividad de las autoridades. El ministro de Seguridad, Sergio Berni, esa misma noche, se ufanó del sistema de seguridad montado en la Boca con 1.200 policías, calles cortadas desde horas atrás, cacheo de cada espectador en la entrada. Pero ni uno entre ese millar de policías vio un cartel escrito a mano pegado al alambrado frente a la barra de Boca: “Si nos cagan otra vez, nadie sale de la Boca”. A esta altura todos sabemos que no se resuelve con más y más policías. Es algo más drástico lo que se necesita. Necesitamos un poder que frene a las barras. La gente decente, las familias que van a las canchas, los espectadores de TV, los niños que crecen iluminados por los colores brillantes de las camisetas, los viejos nostálgicos, los jóvenes estudiantes, los herederos de la pelota, todos ellos conforman la sociedad futbolística. Es necesario que el poder los mire. Hay que desterrar del fútbol a las alimañas.
Epílogo
Ni el benigno castigo de la Conmebol (El partido perdido, cuatro partidos internacionales a puertas cerradas, cuatro encuentros de visitante sin su público y pagar una multa de 200 mil dólares; pero podrá disputar sin problema la próxima Copa Libertadores y no habrá suspensión para la Bombonera), ni la visión de lo que sucedió en su propia cancha, ni la necesidad de poner un límite al poder barrabrava, ni el clamor de la prensa, ni la letra de los reglamentos, ni el sentido común de cualquier hombre o mujer, ni el ejemplo para nuestros hijos y nietos, ni una gota de pesar por lo sucedido a los jugadores de River, su adversario histórico, no su enemigo, nada de esto impidió al presidente de Boca Juniors, Daniel Angelici, expresar, al salir de la sede de la Conmebol en Asunción: “No estoy de acuerdo con el fallo, se deberían haber jugado los 45 minutos restantes. Vamos a hacer la apelación. Creo que los partidos se ganan en el campo de juego y no en el tribunal”. Esto es minimizar un acto criminal, es dejarle la puerta entreabierta a la maldad, que siempre innova en nuestras canchas.