El viernes estuvimos esperando varias horas la palabra del gobierno (nacional, provincial y de CABA) para saber cómo seguimos con el ASPO y la pandemia COVID-19. Ahora ya lo sabemos, vamos hasta el 17 de julio con una cuarentena más estricta.
Por Lisandro Silva Mariños*
Tras escuchar la conferencia de prensa me ha surgido una gran impotencia. No esperen leer una cataratas de críticas o exigencias sanitarias-económicas sobre que debería hacer el gobierno (para eso merecemos una nota a aparte), o teorías conspiranoides que mezclan a Soros, con el 5G y los antivacunas, en un digno terreplanismo de la política que se reúne todos los sábados en el obelisco contra la cuarentena.
Lo que ha dado mucha impotencia (y bronca también) fue que a la hora de mencionar a diferentes actores sociales que vienen haciendo un esfuerzo para dar pelea contra la pandemia, se ha invisibilizado, y en efecto, desvalorizado y no reconociendo, a les trabajadores de la economía popular, quienes en las barriadas y villas son la primera línea contra el COVID-19. Se mencionó y revalorizó el esfuerzo del personal de la salud, las llamadas fuerzas de seguridad, limpieza y hasta empresarios, pero del sector que en su territorio deja hasta la vida, nada.
¿Pudieron ver el decreto que menciona las 24 actividades esenciales al cual volvemos desde el 1° de julio? Ahí dice que todes tenemos que abstenernos de circular e ir al trabajo. Pero exceptúa a ciertas actividades entre las cuales están las “personas afectadas a la atención de comedores escolares, comunitarios y merenderos”. ¿Y saben qué? En el orden de actividades, ocupan el octavo lugar, ya que sin lugar a duda hay una jerarquía que va desde los trabajadores de salud, las fuerzas armadas, autoridades del poder ejecutivo, judicial y legislativo, pasando por los afectados a comedores, hasta llegar al veinticuatro, que nombre a los que trasportan dinero en camiones de caudales y rellenan los cajeros de bancos.
¿Quién iba a decir que en la emergencia, son más esenciales las compañeras migrantes que paran la olla, antes que otros cientos de trabajos que pensamos “productivos”? Quizás sea porque hasta hoy lo que entendemos por trabajo- o lo que nos quieren hacer entender- sea un puñado de ocupaciones que no reflejan el sinfín de tareas no remuneradas (y otras muy mal remuneradas y precarizadas) que a cotidiano realizan fundamentalmente mujeres.
Es sobre estas personas que hoy son esenciales, se le ha construido la categoría insultante de planeros. Y no lo hace solo la derecha y sus medios de comunicación, ya que hay veces que en las propias filas del gobierno abonan a ese concepto, cuando por ejemplo el ministro Arroyo dice que el objetivo de su ministerio es que la gente “pase del plan al trabajo”. ¿Acaso ya no trabajan esos miles de laburantes a los cuales se les paga por una tarea complementaria? ¿No es eso el Salario Social Complementario que hoy no llega a los $9.000?
Según el propio ministro, hoy 11 millones de personas comen en comedores populares, los cuales están abiertos de 7 a 15 hs. Es decir que un 25% de nuestra población, come de lo que cocinan (entre otros sectores) les trabajadores de la economía popular a los que algunos tienen el tupé de llamarlos planeros.
Pero volviendo. Más y más impotencia generó escuchar cuando se le agradeció a “Rodríguez Larreta por hacer el Operativo Detectar en las villas de capital”. ¿Saben por qué? Porque las y los trabajadores de la economía popular no sólo cocinan (haciendo malabares con lo que tienen), y distribuyen raciones en los comedores y ¡hasta llevan puerta por puerta las viandas a adultos mayores y personas aisladas!, sino que también han puesto el cuerpo para hacer los operativos DETECTAR. Se han formado como promotores y promotoras de salud durante años, y son quienes toman la temperatura corporal, detectan casos sospechosos, acompañan a personas a ser hisopadas, y hasta se encargan de aislar a contactos estrechos. No figura en ninguna estadística oficial, pero el 70% de los casos que se registran en las villas de CABA los han relevado las organizaciones sociales en su territorio.
Todo esto lo hacen arriesgando su vida. Basta con mirar el ejemplo de Ramona Medina, integrante de la organización La Garganta Poderosa en la Villa 31 de CABA; Víctor Giracoy, referente del comedor “Estrella de Belén” en el Barrio Mugica (CABA); Carmen Canaviri y Agustín Navarro, coordinadores de comedores de la organización Barrios de Pie; y Rossio Roxana Choque, del Frente de Organizaciones en Lucha, de la villa 1-11-14.
La pandemia nos está dejando muchos balances que entran en la frase ya trillada de que “el mundo no va a ser el mismo después del COVID-19”. Pero hoy nos dan la oportunidad de poner sobre la mesa estas tareas que no son reconocidas, las cuales han sido esenciales para la reproducción cotidiana de la vida, e incluso han salvado la existencia de muches.
Por último, una alerta.
El reconocimiento no puede quedar en el heroísmo, el sacrificio y la valentía de quienes desarrollan estas tareas. Tampoco en que en las próximas conferencias de prensa se los nombre. No alcanza con eso, ni con foros de debate, encuentros virtuales o reuniones de funcionarios para escuchar a las organizaciones sociales. Se necesitan medidas concretas para dar un valor real a eso que hoy se llaman actividades esenciales. Y a fin de cuentas hablamos de remuneraciones, de ingresos que saquen a estas personas de la línea de pobreza e indigencia, para alcanzar algo tan elemental como poder comprar una canasta básica de alimentos, al tiempo que son reconocidos derechos plenos como trabajadores. Entonces ni medidas simbólicas, ni bonos extraordinarios, ni refuerzos alimentarios, sino que ingresos pues hablamos de trabajadores que han demostrado su utilidad social ligada al territorio.
Pero la cosa no termina ahí, ya que reducirse a pedir un ingreso puede soslayar la necesidad de avanzar en la puesta en marcha de una política real y masiva de infraestructura pública para tener un piso de vida digna en los barrios populares de la Argentina. El virus golpeó ahí, donde el hacinamiento es moneda corriente, y el agua llega a cuenta gotas. Ingresos, derechos laborales e infraestructura. Tres (de muchas otras reivindicaciones) que permitirían decir que lo esencial no es invisible al Estado.
*Docente e investigador UNDAV-CONICET