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    Límites de la industrialización sin cambio estructural

    4 septiembre, 20134 Mins Read
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    Límites de la industrialización sin cambio estructural

    Por Mariano Treacy*. El pasado 2 de septiembre se festejó el día de la industria. El gobierno había afirmado en 2012 que la reindustrialización fue una decisión soberana del proyecto político para servir a los grandes intereses nacionales. Este año, los industriales señalaron que la pérdida de competitividad del sector debe ser puesta en la agenda de manera urgente, aunque (todavía) no se apunte a la devaluación.

    Sin lugar a dudas, tras la salida de la convertibilidad y el cambio de los precios relativos más importantes de la economía como el tipo de cambio y los costos laborales, se asistió a un proceso de una sostenida expansión industrial sin precedentes en la Argentina desde el decenio 1964-1974.

    Entre 2002 y 2012, el PBI Industrial se incrementó un 106% mientras que el PBI Total lo hizo un 99%, hecho que le permitió al sector industrial recuperar participación. Asimismo, entre 2002 y 2012, se crearon numerosas empresas manufactureras y se reabrieron muchas de las que habían cerrado sus puertas durante la década anterior, sobre todo en la gama de pequeñas y medianas. En este contexto, el empleo del sector industrial se incrementó a un ritmo anual promedio de 4,8% generando alrededor de 3 millones de puestos de trabajo, entre registrados y no registrados.

    Esta acelerada expansión industrial se sustentó en sus comienzos en el aprovechamiento del elevado nivel de capacidad instalada ociosa y del desempleo existente tras el estallido económico y social del 2001. A partir de entonces, mediante la política del Tipo de Cambio Real Competitivo y Estable (TCRCE), las tasas de interés reales negativas, con los costos salariales y de los servicios públicos que en términos históricos se mantuvieron bajos, se generaron los incentivos para que la actividad se traslade a la producción de bienes, representando ciertamente una ruptura con décadas anteriores.

    Sin embargo, más allá de la política del “dólar alto” y de la cuestionada y costosa continuidad de los regímenes de promoción industrial vigentes desde la etapa sustitutiva, como el de la industria automotriz y el del “polo tecnológico” de Tierra del Fuego, y a pesar de la retórica oficial, no se avanzó hacia un proyecto integral y “soberano” de planificación del desarrollo industrial. Esta situación se reflejó, en un contexto mundial de elevada demanda de commodities agrícolas e industriales y un alza sustantiva de sus precios, en la profundización del perfil productivo centrado en la industrialización y exportación de recursos naturales y de commodities fabriles como los productos químicos, la siderurgia y el aluminio.

    Estos sectores, dotados de “ventajas comparativas”, tienen la desventaja de tener poca capacidad de agregado de valor, de utilización del conocimiento y de generación y apropiación de cambios tecnológicos. Adicionalmente, junto a las elevadas tasas de rentabilidad que mostraron y por tratarse de mercados oligopólicos, favorecieron la profundización del proceso de extranjerización, concentración y centralización del capital.

    Esta reconfiguración del entramado industrial, fuertemente dependiente de la “competitividad precio” derivada del nivel cambiario, los bajos costos laborales y de los servicios públicos, se vio perjudicada con el proceso inflacionario que se viene experimentando desde el 2007. Desde entonces, la producción industrial fue perdiendo competitividad.

    Héctor Méndez, titular de la Unión Industrial Argentina, planteó este tema en la celebración del día de la industria, apuntando a diagnosticar la pérdida de competitividad en el aumento en los costos industriales, entre los que resaltan los costos logísticos, energéticos, salariales, de insumos importados y de materias primas. Asimismo, señaló como una dificultad para el sector el crecimiento de las demoras en reembolsos impositivos y de las trabas a la importación.

    En este contexto donde los industriales perciben un aumento de los costos laborales que atenta contra su competitividad y los trabajadores del sector no logran mejorar su poder adquisitivo en términos reales ni igualar los incrementos del salario a los de la productividad, se presenta nuevamente un “techo” histórico para las aspiraciones de los trabajadores donde incluso se percibe un empeoramiento en la distribución funcional del ingreso.

    El modelo industrial actual nos permite entonces hablar de una relativa revitalización de un proceso de crecimiento económico con una expansión del mercado interno y una relativa sustitución de importaciones. Pero esto, en la actualidad, se impulsa en un contexto donde los sectores dinámicos de la economía están fuertemente concentrados y extranjerizados, cumpliendo un rol subordinado en el modelo de acumulación que es asignado en gran medida de forma exógena por proceso de valorización del capital a escala mundial. Este proceso impone fuertes limitaciones a la hora de superar los bajos techos del poder adquisitivo de los salarios medios y del elevado nivel de precarización laboral, cuestionando seriamente las perspectivas del aparente pacto social que no esconde más que el conflicto de clase característico de este modo de producción.  

     

    * Economista

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