Por Roma Vaquero Diaz*.
Marcha repasa vida y obra de esta artista que fue un símbolo de la década de 1980 en Argentina.
“La necesidad del arte es como las demás funciones del organismo: comer, dormir y hacer el amor. Hoy los artistas mismos al lado de las masas trabajadoras viven el hambre del conocimiento, la pesadilla de una realidad atosigante y el orgasmo clandestino luchando por una vida más creativa sin miseria ni censura” (Volante firmado por PTA –Puro Taller de Arte- 1982)
León Ferrari le dijo alguna vez a Liliana Maresca que para hablar de su obra había que empezar a hablar por el principio. Y que el principio, el Edén, es el paraíso de la ignorancia y de la frigidez. Y que la obra de Liliana tiene lo que nos regaló Eva: conocimiento y deseo.
Liliana Maresca fue una artista argentina difícil de encasillar, con una necesidad existencial de producir y de crear en el encuentro con otros. Podríamos decir que su obra es política, colectiva, íntima y conceptual , pero tal vez no la estaríamos abarcando del todo. Podríamos decir entonces que fue una sacerdotisa de ceremonias que sólo creía en el arte como forma de vivir, de trabajar, de relacionarse; o que fue una mujer ávida y en búsqueda, o describirla simplemente como un volcán luego de la dictadura.
Maresca nació en Avellaneda el 8 de mayo de 1951. Fue a un colegio religioso y estuvo un año en un noviciado. Se casó, se aburrió, se separó. Estudió cerámica, pintura, escultura y tuvo una hija. Maresca no dejaba de buscarse y al no hallarse en ninguno de estos lugares, se dio nacimiento en el arte.
En 1981, transformó su casa de San Telmo en una comunidad de artistas, en un lugar de happenings, fiestas y reuniones, en la que participaban Alberto Laiseca, Marta Soriano, Enrique Symms y María Bernarda Hermida, entre otros. En ese momento, Maresca realizó objetos que incluyen materiales encontrados, intervenidos por su propia mano. Ensambló alambre tejido, trapos, chapas, plásticos, aluminio y madera. Al mismo tiempo, comenzó a interesarse por llevar adelante experiencias colectivas y fué encontrándose y juntando artistas, con los cuales construyó vínculo y construyó obra. También participó en acciones, realizó ambientaciones teatrales y escribió para la revista El Porteño.
Dentro de la ceremonia colectiva y multidisciplinaria, organizó dos eventos importantes en los cuales se ocupó de involucrar a muchos artistas: La Kermesse. El Paraíso de las bestias, en 1986, compuesta por juegos de kermesse y músicos en vivo; y La Conquista, en 1991, vinculado al 5° centenario de la conquista de América, en la cual participaron más de cien artistas y estuvo dedicada a Batato Barea.
Su cuerpo, la acción y los objetos buscaron la forma de amalgamarse a través de las obras. Junto a Marcos López, en 1983 realizó una serie de fotoperformance donde le da vida a sus objetos a través de poner en acción su propio cuerpo desnudo. Dos años después, junto a Ezequiel Furgiuele -con quien conformaba el Grupo Haga-, le regaló una bufanda a Buenos Aires con una performance que tomaba la calle. Con los retazos que tiraban los fabricantes del Once, el grupo armó un tejido que dejaron colgar por la ventana del primer piso de la galería Adriana Indik. Convocaron al público a que pidieran tres deseos y colocaran objetos. La obra se extendió por la calle Viamonte alcanzando un largo de cien metros. Ese mismo año, efectuó una instalación colectiva y performance en un lavadero automático bajo el lema “Algo está pasando… andá a Lavarte”.
En 1989, dos años después de recibir el diagnóstico de HIV, Maresca realizó una muestra individual, íntima, titulada No todo lo que brilla es oro. Ésta estaba compuesta por esculturas conformadas por ramas y raíces del Tigre, erosionadas por el agua y engarzadas en bronce, en la búsqueda de una transmutación de lo pequeño y de lo cotidiano, en algo bello. Esta misma mutación la llevó adelante en Recolecta, una instalación que realizó en el Centro Cultural Recoleta. La muestra presentaba cuatro carritos de cartonero en diferentes escalas y materiales. En un momento en el cual el país no podía producir ni generar riqueza, y que la nación estaba entregada a otros intereses, Maresca descubrió en el carrito de cartonero un símbolo nacional y decidió transformarlo alquímicamente, sacarlo de la basura para así volverlo plata y oro.
La guerra del Golfo Pérsico la lleva a la organizar la muestra Wotan – Vulcano, una instalación presentada en 1991 en el Centro Cultural Recoleta, compuesta por carcasas de féretros dispuestas sobre una alfombra persa roja, rodeadas por una construcción que semejaba una capilla dorada e iluminados con una lámpara de querosén.
Sus obras eran reflexiones acerca del mundo, de todo aquello que la impactaba, que debía modificarse y desviarse de la norma. Cuando la invitaron a participar con una escultura en la Facultad de Filosofía y Letras, Maresca encontró que las instituciones en ese momento eran espacios de ideas rígidas, estancadas, sin acción. Entonces realizó Ouroboros, una serpiente de 26 metros cuadrados que se devora a sí misma, compuesta de páginas de libros. A partir de la idea del médico y alquimista Paracelso -que quemó los libros académicos para explicar su ciencia en un idioma nuevo y accesible-, esta serpiente simbolizaba la muerte de la cultura. La consumación de esta obra fue el fuego. En una ceremonia privada se cumplió el destino efímero de la escultura.
En el Casal de Cataluña, en 1992, llevó a cabo Espacio Disponible. La instalación estaba compuesta por tres carteles que anuncian “ESPACIO DISPONIBLE. APTO TODO DESTINO. LILIANA MARESCA. 23-5457. DEL 3-12 AL 24-12-92”. Con esta obra, Liliana dejó un espacio vacante ya sea para poner en juicio las reglas del mercado o porque comenzaba a tomar conciencia de su próxima desaparición. Al año siguiente, en esta misma línea, realizó una fotoperformance publicada en la revista El Libertino. Catorce fotografías secuenciadas tomadas por Alejandro Kuropatwa, que la mostraban con una remera a rayas, un short blanco y un oso de peluche junto a un texto: MARESCA SE ENTREGA, TODO DESTINO, 304-5457.
Maresca cuestionaba el poder y realizaba alusiones explicitas sobre la realidad sociopolítica argentina. La instalación Imagen Pública – Altas Esferas, fue una de sus últimas obras. Compuesta por gigantografías de imágenes seleccionadas por Maresca del archivo fotográfico de Página/12, reunió a Jorge Videla, Emilio Massera, Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Domingo Cavallo, armando un collage escalofriante de la Argentina. La instalación se completaba con una intervención sonora de Daniel Curto, conformada por grabaciones de diversos discursos. Al finalizar la muestra, Maresca desmontó los paneles y los trasladó a la Reserva ecológica de Costanera Sur, ubicándolos a orillas del Río de la Plata para realizar una fotoperformance.
Frenesí, la retrospectiva de los últimos 10 años de su obra, se presentó el 4 de noviembre de 1994. A pesar de estar cada vez más débil, Maresca siguió opinando de cada detalle de la organización de la muestra. Como no pudo asistir, sus amigos filmaron un video para que ella pueda verla, además de regalarle una performance desarrollada en esa presentación.
Tras la inauguración de Frenesí, el estado de salud de Maresca se agravó, y pocos días después, el 13 de noviembre, la artista falleció en Buenos Aires.
*Profesora de arte. Performer