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    Home»Sin categoría»Libia: el nuevo escarnio público de EEUU
    Sin categoría

    Libia: el nuevo escarnio público de EEUU

    27 octubre, 20115 Mins Read
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    Por Leandro Albani. Misión cumplida. Una vez asesinado el enemigo, el Consejo de Seguridad de la ONU anunció el definitivo retiro de las fuerzas de la OTAN de territorio libio.

    El asesinato de Muammar Al Gaddafi, que supuestamente será investigado por sus propios ejecutores, según lo anunciaron, permitió observar la renovación de una modalidad de injerencia aplicada por Estados Unidos y las potencias europeas. Pese a los llamados internacionales para encontrar una salida pacífica al conflicto interno en Libia, los bombardeos arreciaron y la caza del nuevo “enemigo público número uno” se convirtió en un éxito en lo inmediato. El futuro libio ahora es incierto, aunque los esfuerzos para acabar por completo con los grupos de la resistencia permiten avizorar más muertes y un sinfín de artilugios que la Casa Blanca pondrá en marcha para asegurarse el petróleo y el control geopolítico del Magreb.

    Cuando a principios de este año comenzaron las revueltas en Libia exigiendo mayores libertades, el norte de África mostraba una situación convulsa y difícil de analizar. Países como Egipto, Túnez y Bahrein eran escenarios de masivas movilizaciones contra regimenes políticos que desde hacía décadas tenían el amparo de Occidente. Pero en Libia la complacencia de Washington no fue la misma. Mientras el presidente estadounidense Barack Obama declaraba que el mandatario egipcio Hosni Mubarak era un gran amigo de la Casa Blanca, la suerte de Gaddafi cayó por una pendiente.

    Hasta ese momento, Libia era uno de los principales países de África, con niveles de vida dignos del primer mundo. Un ejemplo de esto es la cantidad masiva de inmigrantes que vivían en el país, además de las inversiones de empresas extranjeras, principalmente de Europa y China. Otra muestra del avance económico libio quedó demostrada cuando, agudizado el conflicto interno, el gobierno chino ordenó la evacuación de casi cien mil operarios asiáticos de la industria del crudo.

    Si en los casos de Egipto, Túnez y Bahrein, el gobierno estadounidense y sus aliados europeos mantuvieron una tensa cautela (aunque las represiones en esos países todavía no han cesado), en Libia desplegaron una estrategia conocida: comenzar una guerra de agresión, pero dividiendo las responsabilidades, política preferida por el Partido Demócrata. Y esta iniciativa no se dejó esperar: el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) aprobó en marzo pasado una zona de exclusión aérea sobre el territorio libio, por lo cual los aviones de las Fuerzas Armadas de ese país no podrían operar. Esta medida fue cumplida en todo momento por el gobierno de Gaddafi, como también fueron permanentes los llamados al cese el fuego para canalizar un diálogo interno que permitiera resolver la crisis. Ni la mediación de la Unión Africana, respaldada por naciones como Venezuela o Irán, ni las posteriores denuncias de Rusia sobre las violaciones a la medida tomada por el Consejo de Seguridad fueron suficientes. Los grupos subversivos nacidos en la ciudad de Bengasi acrecentaron la ola de disturbios y acciones militares contra el Ejército y la población civil.

    Mientras tanto, la Otan avanzó con los ataques masivos, bajo el pretexto de destruir centros militares y de comando del Ejército libio. Al poco tiempo, medios alternativos como la Red Voltaire y la cobertura de la cadena Telesur, revelaban la destrucción de casas particulares, hospitales y escuelas en diferentes ciudades, incluida Trípoli. En ocho meses, la alianza militar efectuó cerca de diez mil ataques aéreos contra Libia, utilizando alrededor de 26 mil misiles. Luego del trabajo sucio, desde la Otan indicaron que este viernes confirmarán su “decisión preliminar” de poner fin a la misión militar en Libia el próximo 31 de octubre.

    Otra denuncia que se perdió entre la diplomacia y el poderío mediático fue la que apuntó a la presencia de células de Al Qaeda operando en la nación del norte de África. Aunque en los últimos tiempos Gaddafi se había convertido en un aliado de Occidente en la lucha contra el terrorismo, sus declaraciones sobre la existencia de combatientes de Al Qaeda en el país nunca fueron escuchadas. Meses atrás, el periodista francés Thierry Meyssan, que se encontraba en Trípoli como corresponsal, relató que el ingreso de la fuerzas subversivas a Trípoli estuvo coordinada por milicianos de esta organización. A esto se suma que los propios gobiernos de las naciones que impulsaron la invasión, reconocieron que agentes de inteligencia británicos, franceses y estadounidenses se encontraban en Libia entrenando a los grupos que luego se aglutinarían en el CNT. Los cientos de miles de civiles muertos por los bombardeos extranjeros y las mediaciones de Qatar para comercializar el petróleo bajo control de las fuerzas subversivas, en una clara violación a la soberanía del país, tampoco alcanzaron para que se detuviera el espiral de violencia y la cacería contra quienes rechazaban la invasión. Sobre este último punto, la propia ONU alertó sobre la escalada de violencia del CNT contra los inmigrantes subsaharianos, víctimas de persecuciones y torturas por ser considerados leales a Gaddafi.

    Con las imágenes de la captura del líder libio, que hace 42 años encabezó la Revolución Verde, Estados Unidos y sus aliados dan un nuevo escarnio público al mundo. Como sucedió con Saddam Hussein, la construcción del “enemigo” resultó efectiva, pese a que el conflicto libio tuvo posibilidades concretas de ser resuelto de una forma diferente. Por ahora, el futuro de Libia oscila entre más muertes de civiles y la consolidación de un régimen estructurado por Washington, París y Gran Bretaña. Aunque también es sabido que las tribus libias pueden convertir al país, con el correr del tiempo, en un nuevo Afganistán o Irak, donde los soldados extranjeros mueren diariamente, la estabilidad política es lejana y difusa, y el negocio de la guerra sigue traccionando a las alicaídas economías de Estados Unidos y Europa.

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