Por Gonzalo Zanini
La broma infinita lo llevó a la fama, logrando que la publicación se encuentre entre los mejores cien textos de la literatura inglesa. Historias sobre el hombre cuya musa era la batalla constante con él mismo.
Pelearse con uno mismo puede ser nocivo y desesperante. A veces esas peleas pueden ser simples berrinches y en casos muy especiales, te permite ser escritor. David Foster Wallace dedicó toda su vida a la continua discusión consigo mismo. Loco no era. La conciencia que encerraba este brillante escritor en su cabeza ponía a sus conocimientos en una batalla filosófica desmesurada e histérica.
Sus pensamientos impulsivos y arrasadores tenían una inestabilidad volátil. Y Wallace supo decir una vez, como respuesta la hija de un amigo, que usaba su reconocido pañuelo para detener la explosión de su cabeza. Está claro que muchos fenómenos extraños ocurrían constantemente dentro de la cabeza de Wallace tratando siempre de romper con las estructuras cognitivas que lo rodeaba e ironizar las ideas dominantes y cotidianas de la sociedad contemporánea.
Nacido en 1962, en Nueva York, de padres docentes que lo fueron instruyendo en la filosofía y en la literatura, David Foster Wallace se graduó en 1985, en la universidad privada Amherst College, con una doble licenciatura en Lengua Inglesa y Filosofía y con la calificación más alta de su promoción.
Nos estamos refiriendo a un escritor que rechazó una beca de Harvard por la idea aún más atractiva para él de estudiar en la Universidad de Arizona, donde se licenció en Escritura Creativa. Y luego se mudó a su lugar en el mundo: Illinois. Hay que destacar que París fue para Baudelaire lo que Illinois para Wallace. No es una exageración, las grandes ciudades lo incomodaban. En Illinois tenía una vida pacífica y tranquila a la que siempre perteneció. Pero esa tranquilidad jamás pudo borrar los profundos tormentos que angustiaron a Foster Wallace hasta su suicidio en septiembre del 2008, teniendo cuarenta y seis años. Ese sacrificio inhumano de entender todo con su cristal tan particular lo condicionó a veintidós años de consumo de antidepresivos. Pero esos mismos tormentos, que forman parte de sus pensamientos en constante lucha, se fueron transformando en el material de todas sus creaciones, mostrando la decadencia capitalista, la incultura masiva, la brutalidad subliminal y otros padecimientos enfermizos y potenciados del siglo XXI.
Un salto hacia el “dream team” de los escritores
Y siguiendo la línea de aquellos escritores que tienen en su bibliografía al menos un enorme espécimen literario de mil páginas, citando entre otros a Víctor Hugo con Los miserables, Thomas Mann con La montaña Mágica, y hasta Stephen King con It, entre otros, Wallace se incorpora a esta categoría con su obra La broma infinita publicada en 1996. Este libro pondrá a David Foster Wallace entre los grandes escritores de la literatura norteamericana contemporánea con un prestigio bien merecido. La historia sucede en la ciudad ficticia Enfield, situada en una colina. El libro habla de las adicciones. De las infidelidades. De la dedicación al arte y al deporte como una entrega que lleva a un mundo caudaloso, competitivo y muchas veces decepcionante. De una película: La broma infinita. De un club de tenis. De un centro de rehabilitación. El escritor va enarbolando la estructura familiar en estos escenarios.
La broma infinita es un mapa desordenado pero fiel de la mente particular de Wallace. Entender la manera de pensar de este escritor es tomar como primera hazaña los diversos caminos sinuosos y confusos que llevan desprotegidos al lector a un mundo de reflexiones hilarantes pero complejas, con personajes cotidianos y memorables pero que guardan adentro suyo irritaciones y obsesiones que estallan atentando su psique. Los caminos que transitará el lector no serán pasivos ni sencillos sino más bien raros, en constante trasformación. Existe una elaboración de juegos de palabras, de piscología compleja, de ideas desmesuradas, de situaciones apocalípticas que en conjunto plantean una dimensión confusa e inentendible pero que tan solo con profundizar esos pasajes se revela una realidad inquietante.
Foster Wallace muestra en sus obras, en unas más que en otras, una prosa filosófica y taladrante que revela una sociedad americana cuya telón ilusorio cubre las macabras consecuencias de creer que una sociedad está diseñada para cumplir de manera perfecta los sueños de todo el mundo. Los libros Entrevistas breves con hombres repulsivos y Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Ensayos y opiniones muestran con mayor claridad y lucidez esas condiciones que tanto lo inquietaron. Estamos en estas obras ante un difuso periodismo postmodernista, con la misma responsabilidad de describir la realidad que un Truman Capote, pero con una ironía y una lupa propia del autor dentro de un realismo histérico destornillante.
Cuando se suicida un escritor suele aparecer como primera impresión una sensación de pena y se lo tilda muchas veces de incomprendido. Quizás en Foster Wallace la incomprensión se reflejaba más en sus escritos, mediante una prosa consistente y bien meditada, para nada espontanea, que en la forma de ser de Wallace, que demostraba una susceptibilidad a ser dañado por los demás dentro de un entorno que él mismo fabricaba bajo una vida austera pero con muchas luces emotivas. En este año (2016) se cumple veinte años de la publicación de La broma infinita. En su idioma original, la obra cuenta con 1 millón de palabras, ocupando generalmente 1.000 páginas o más en el libro y con 388 notas al pie. Quizás entender por completo a David Foster Wallace no sea la mejor forma de honrarlo debido a su prosa compleja. Pero sí hay que recordarlo como un escritor que trató de escapar de sí mismo y que vio la literatura como la mejor herramienta para hacerlo. Para poder desplegar, en una suerte de catarsis, todos los conflictos sociales y filosóficos que tenía consigo mismo en un batallón propio de una persona inigualable.