Por Claudia Korol
Un 15 de enero pero de 1919, Rosa Luxemburgo fue asesinada. El recuerdo y el presente a través de unas palabras: “Mujeres apasionadas, rebeldes frente a la sociedad en la que vivieron y forjaron sus luchas, pero también frente a los mandatos de sus partidos e incluso de sus compañeros revolucionarios”.
“La revolución es magnífica. ¡Todo lo demás es un disparate!”. 1905
Escribo estas notas cuando se está cumpliendo un siglo de la Revolución Rusa, una obra colectiva conmovedora, desbordante e impetuosa, que marcó el siglo 20, tanto por la vitalidad de su realización -que confirmó a los ojos de los pueblos que es posible salirse del desorden mundial capitalista y crear una nueva manera de organizar las relaciones sociales, políticas, económicas, culturales, en una perspectiva socialista-, como por su degradación y derrumbe -que nos enseñó que las obras humanas no siguen un curso progresivo, determinado objetiva e inequívocamente por leyes invisibles, y que si la marea humana y las organizaciones revolucionarias que la impulsan se detienen o extravían el camino, podemos sufrir gigantescas derrotas-.
Escribo estas notas pensando especialmente en las mujeres revolucionarias silenciadas, invisibilizadas, negadas, combatidas, o reconocidas -desconocidas- en la segunda línea de la historia. Mujeres que entregaron todo su aliento, su alma, su cuerpo, su vida, para empujar a las variadas revoluciones anticapitalistas, anticoloniales, antipatriarcales sucedidas desde entonces, con el objetivo de que las mismas llegaran más allá de los límites de un pensamiento positivista, determinista, mecánico, dogmático, cosificador de las relaciones sociales e interpersonales, y más allá de los límites políticos, burocráticos, de las sociedades basadas en el control y el mando. Mujeres apasionadas, rebeldes frente a la sociedad en la que vivieron y forjaron sus luchas, pero también frente a los mandatos de sus partidos e incluso de sus compañeros revolucionarios.
Pensar en esas mujeres –Clara Zetkin, Alexandra Kollontai, Rosa Luxemburgo, entre otras compañeras que abrieron caminos para todas en los comienzos del siglo 20-, nos exige conocer críticamente sus aportes a la difusión de las ideas sobre la necesidad de la “revolución”, en un mundo donde lo que se imponía era el disparate inhumano del fascismo, sus contribuciones a los debates sobre el “socialismo” como propuesta civilizatoria y humanista ante el crecimiento de la crueldad y la barbarie capitalista (“socialismo o barbarie” proclamó Rosa), su teoría y práctica del internacionalismo, en un tiempo en que se expandía un nacionalismo estrecho, guerrerista y racista, su activismo en la defensa de la paz ante la guerra imperialista, cuando muchas de las organizaciones que se decían socialistas claudicaron y terminaron avalando las políticas de guerra.
A partir de este diálogo con nuestras ancestras, podemos sentir la íntima relación de las mujeres socialistas, de las feministas, de las protagonistas de las revoluciones del siglo XX y el siglo XXI, con la vida misma. No estamos hablando de un “determinismo biológico”, sino de una experiencia profunda, en la que la participación de las mujeres en la política está marcado no por cálculos de costo-beneficio tan propios de la política de mercado, ni por el deseo de una “carrera política” que compita con otras “profesiones liberales” posibles, sino del impulso de proyectar el ejercicio de creación de la vida, más allá de la biografía personal.
Conocer cada una de sus vidas, y las relaciones amorosas entre ellas, es comprender que adelantaron con su ejemplo el pensamiento feminista de que “lo personal es político”, rompiendo los modelos establecidos y esperados de comportamiento, los mandatos culturales y políticos de ese tiempo. En esa perspectiva, nos acercamos a la experiencia de Rosa Luxemburgo, no como mujer al margen de la historia, sino como parte de un cuerpo colectivo enamorado y revolucionario en el que ese conjunto de mujeres talló su experiencia.
“O vamos hacia el socialismo, o regresamos a la barbarie”. 1916
Rosa fue una mujer valiente, libertaria, firme, tierna, que entregó su vida a luchar por la revolución, con alegría, entusiasmo, con deseo de cambiar al mundo. No “dio su vida” en el momento en el que enfrentó con entereza el crimen con el que la socialdemocracia quiso acallarla. La dio cada día desde el momento en que se comprometió con la lucha revolucionaria, en la Polonia en la que nació, el 5 de marzo de 1871, el mismo año en el que se levantaba la
Comuna de París.
Rosa fue protagonista de varias revoluciones, Nos referimos no sólo a las que contabiliza la historia: las dos revoluciones rusas (1905 y 1917), y la revolución alemana (1918-1919), sino también a sus revoluciones personales, y a las revoluciones del pensamiento que promovió como mujer práctica y teórica a la vez. Rosa desafió al dogmatismo, defendiendo al marxismo de esa amenaza de sedación de las pasiones y de la acción revolucionaria. Rosa desafió al machismo dentro de los muchos partidos en los que intervino de manera destacada (Proletariat, en Polonia, el Partido Socialista Polaco –PSP-, la Social-Democracia del Reino de Polonia –SDKP- rebautizado después como Social-Democracia del Reino de Polonia y Lituania –SDKPiL-, el Partido Social Demócrata de Alemania –SPD-, el Grupo Espartaco, el Partido Comunista Alemán –PCA-, y en su interacción con el Partido Bolchevique (POSDR) de Lenin, y la Internacional Comunista. Nacida en Zamosc, Polonia, Rosa trascendió su lugar de origen en su experiencia revolucionaria, migrante, moviéndose con la brújula dirigida siempre hacia los lugares donde veía germinar brotes de revoluciones, haciendo del internacionalismo una raíz y la única frontera. Como mujer judía que vivió desde pequeña los progroms y el racismo, se emparentó con la denuncia de todos los modos de opresión y de violencia, sin hacer sin embargo de la identidad un cerco para sus modos de pensar el mundo y de sentirse en él.
Rosa Luxemburgo estudió economía en la Universidad de Zurich, por ser la única que en ese tiempo permitía el estudio a las mujeres, aunque prefería estudiar botánica y construyó de manera autodidacta un herbario donde daba cuenta de su observación y encuentro en la naturaleza. Rosa hizo aportes a la teoría económica marxista, en sus estudios sobre la acumulación del capital, e hizo aportes insuficientemente estudiados a la pedagogía revolucionaria, en sus clases en la escuela de formación del PSD.
Rosa entregaba generosamente su tiempo a la revolución, aunque disfrutaba de cada minuto “ganado” para dialogar con los pájaros, para pintar en un campo, para soñar con un hijo –negado por su compañero Leo Jogiches con el argumento de la entrega completa a la revolución-, para vivir varios amores, para cultivar intensas amistades. Rosa, que vivió con ímpetu el amor hacia Jogiches, no aceptó sin embargo el chantaje emocional con el que pretendió subordinarla a sus criterios e intereses, y se atrevió a enamorarse una y otra vez, rompiendo las convenciones sobre “la familia” presentes en las direcciones partidarias, osando inclusive amar a Kostia Zetkin, el hijo de su amiga Clara, 23 años más joven que ella. Un escándalo para un socialismo conservador, en el que la familia era un factor de disciplinamiento altamente patriarcal. Rosa Luxemburgo, la mujer de las muchas revoluciones, revolucionó a las organizaciones que creaba y a las que llegaba, alborotando su propia vida y la de quienes la rodeaban, sin renunciar al deseo ni a la felicidad.
José Carlos Mariátegui, marxista originario de Nuestra América, que desde su experiencia del Perú indoamericano tenía conciencia del lugar del mito y de las pasiones en la creación revolucionaria de los pueblos, escribió en clave de despedida a Rosa, frente a los muchos ataques que recibía por su irreverencia antidogmática: “¿Y en Rosa Luxemburgo acaso no se unimisman a toda hora la combatiente y la artista? ¿Quién entre los profesores de Henry De Man admira, vive con más plenitud e intensidad de idea y creación? Vendrá un tiempo en que, a despecho de los engreídos catedráticos que acaparan hoy la representación oficial de la cultura, la asombrosa mujer que escribió desde la prisión esas maravillosas cartas a Luisa Kautsky, despertará la misma devoción y encontrará el mismo reconocimiento que una Teresa de Avila. Espíritu más filosófico y moderno que toda la caterva pedante que la ignora –activo y contemplativo al mismo tiempo- puso en el poema trágico de su existencia el heroísmo, la belleza, la agonía y el gozo, que no enseña ninguna escuela de la sabiduría”.
Con esa Rosa dialogamos, un siglo después de que la socialdemocracia alemana diera la orden de asesinarla, como anuncio de los “tiempos oscuros” que seguirían, marcados por el ascenso del fascismo.
“Libertad solamente para los partidarios del gobierno, solamente para los miembros de un partido –por más numerosos que sean, no es libertad. Libertad es siempre libertad de quien piensa de modo diferente”.
¿Por que sentimos necesario recordar a Rosa Luxemburgo, después de tantas muertes, después de tantos cuerpos arrojados a los ríos y a los canales, después de tantas desapariciones que nos hicieron y nos hacen, en la búsqueda por desaparecer nuestros sueños y nuestras luchas?
¿Por qué es necesario pensar a Rosa, con un siglo y un océano de distancia entre sus revoluciones y las nuestras? ¿Cómo hacer de su memoria no un ritual, no una efemérides, no un gesto testimonial, sino un grito desgarrador, movilizante, que nos haga temblar de rabia y de deseo de continuar esa lucha, aprendiendo de las duras lecciones que vamos recibiendo? Un aspecto transgresor de su pensamiento, es que Rosa no hizo de las contradicciones políticas juegos de palabras dicotómicas, que disociaran las posibilidades de la lucha socialista. Frente a los debates sobre reforma o revolución, ella afirmó: reformas y revolución. Frente a los debates sobre lucha parlamentaria o lucha insurreccional, ella afirmó: lucha parlamentaria y lucha insurreccional. En los debates sobre la organización política: partido de cuadros y de masas. Al mismo tiempo supo que en esas tensiones habría que jugar el partido fundamental en un lugar preciso: el de la revolución socialista. Nunca pensó que el juego fuera sencillo ni que la victoria fuera inmediata. Sabía que derrotas y victorias son parte de nuestro andar. Jugando en el terreno propicio de las revoluciones, no temió la polémica -por más reconocidos que fueran sus interlocutores-. Defender la revolución no es adular a sus profetas y líderes, sino dialogar con ellos/as, pensar los límites, afirmar sus aciertos, y atreverse a explorar otras posibilidades, si se siente que la lucha revolucionaria va quedando atrapada en una encerrona política o ideológica.
Por estas y varias razones más, entre las que no es menor su audacia para pensar críticamente las amenazas que la Revolución Rusa llevaba en sus propias lógicas fundacionales, socialistas y feministas tenemos en Rosa a una compañera que aún camina entre nosotras. Cojea al caminar desde sus cinco años, pero no se le nota el dolor cuando nos incita a superar los obstáculos y a desafiar los tiempos oscuros, a no conformarnos con las palabras de orden.
En el escrito que hizo un día antes de ser asesinada, respirando la derrota brutal de la revolución espartaquista decía: “¡El orden reina en Varsovia!”, “¡El orden reina en París!”, “¡El orden reina en Berlín!”, esto es lo que proclaman los guardianes del “orden” cada medio siglo de un centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos “vencedores” no se percatan de que un “orden” que periódicamente ha de ser mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin”. Los mandamases del orden odiaban la figura pequeñita de Rosa Luxemburgo. Temían a su palabra y a su acción, a su energía y a su coraje. Por eso tenían que completar el orden de Berlín, con su asesinato y el de su compañero, Karl Liebnecht. Los continuadores del esclavo Espartaco, seguían rebelándose abiertamente contra la esclavitud. Y el ejemplo era y sigue siendo peligroso. Decía en el mismo escrito: “En Alemania hemos tenido, a lo largo de cuatro decenios, sonoras “victorias” parlamentarias, íbamos precisamente de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue, cuando llegó el día de la gran prueba histórica, cuando llegó el 4 de agosto de 1914, una aniquiladora derrota política y moral, un naufragio inaudito, una bancarrota sin precedentes. Las revoluciones, por el contrario, no nos han aportado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevitables han ido acumulando una tras otra la necesaria garantía de que alcanzaremos la victoria final en el futuro. ¡Pero con una condición! Es necesario indagar en qué condiciones se han producido en cada caso las derrotas. La derrota, ¿ha sobrevenido porque la energía combativa de las masas se ha estrellado contra las barreras de unas condiciones históricas inmaduras o se ha debido a la tibieza, a la indecisión, a la debilidad interna que ha acabado paralizando la acción revolucionaria?”
Indagar las condiciones de la derrota, los errores de la acción revolucionaria, eso coloca a Rosa un paso adelante…. frente a quienes temen a la crítica y a la autocrítica como al juicio final. Pero es la condición, decía, para que puedan haber futuras victorias, mirar críticamente a la realidad y a nuestras acciones como parte de la misma.
Vuelvo al texto de Rosa: “¿Qué podemos decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco? ¿Ha sido una derrota causada por el ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra acción? ¡Las dos cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción entre la intervención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masas berlinesas y la indecisión, las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido uno de los datos peculiares del más reciente episodio. La dirección ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que se basa la victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura, ellas han hecho de esta “derrota” una pieza más de esa serie de derrotas históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional. Y por eso, del tronco de esta “derrota” florecerá la victoria futura”.
Imagino a Rosa abriendo el corazón para escribir estas palabras que la cuestionaban en primer lugar. “La dirección ha fracasado”. Después de todas las prisiones, después de sentir su cuerpo entumecido en los calabozos en los que pasó una gran parte de su vida. Después del dolor que le provocó la claudicación de la dirección de su partido votando en el parlamento los créditos de guerra. Después de sumarse a la revolución y de ser derrotada en ella. Después de rechazar la propuesta de sus compañeros de irse de Berlin, para cuidar su vida, Rosa miraba la derrota y escribía febrilmente sus primeras conclusiones. Pasaba de la pedagogía a la política y de la política a la pedagogía, como quien danza en todos los escenarios.
Sus últimas palabras, antes de ser asesinada fueron éstas, con las que terminó el escrito. “¡El orden reina en Berlín!” ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya “se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto” y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”.
Pienso que Rosa fue, es y será, mientras haya mujeres que hagamos de nuestras vidas un camino para que transiten los sueños de los pueblos, mientras haya mujeres que sigamos soñando y cambiando nuestras relaciones personales, y desafiemos las relaciones sociales de producción y reproducción de la vida, junto a los compañeros, que sepan serlo a la par, ni adelante ni atrás, caminando juntos.
Rosa es y será, y seremos con ella, finalmente, si logramos ante la adversidad, mantener la alegría, el buen humor, el encanto por la vida.
Siento que Rosa se burla con ternura de nuestros propios modos de celebrarla, cuando caemos en homenajes solemnes. A su compañera y amiga Mathilde, Rosa escribió desde la cárcel de Wronke: “Oh, Mathilde, ¿cuándo estaré de nuevo en Sudende contigo y Mimí (su gata), leyendo Goethe para las dos? Pero hoy quiero recitar de corazón un poema que me vino a la cabeza esta noche, sabrá Dios por qué. Es un poema de Conrad Ferdinan Meyer, el querido suizo (…) “estoy arrepentido, lo confieso compungido, de no haber sido tres veces más audaz”. Esta conclusión tú vas a ponerla en mi sepulcro… ¿Lo tomaste en serio Mathilde? ¡Qué! Tienes que reír de eso. En mi tumba, como en mi vida, no habrá frases grandilocuentes. Sobre la piedra de mi tumba deben aparecer apenas dos sílabas: zvi, zvi. Es el canto de los (pájaros) carboneros. Yo lo imito tan bien, que ellos vienen corriendo”.
El orden reina en Argentina, Rosa. Así dicen los escribas del poder mundial. Pero aquí estamos. Las mujeres. Los pueblos. Las revoluciones pendientes.
Fuimos, somos, y seremos. Desde nuestros cuerpos agredidos y desaparecidos, regresamos a todos los juegos de la vida y de la libertad.