Por Ana Paula Marangoni
Llovió incesantemente durante todo al día. Parecía que las tormentas sumaban un factor de incertidumbre a los resultados. De hecho, a las seis de la tarde se difundía la información de que muchas escuelas continuaban abiertas, y aún se votaba a causa del clima. Por eso a las diez de la noche a ningún candidato se le ocurrió salir a dar su discurso en su bunker, y muchos de ellos a las once todavía no tenían certezas.
El domingo fue un día que, como todos los electorales, atravesó simultáneamente (y no secretamente, para impartir correcciones a Julio Alak, ministro de Justicia) a todos los ciudadanos. Desde los más a los menos politizados, al menos la incomodidad de trasladarse para votar generó una movilización. Algunos habrán aprovechado la elección para luego dar lugar al ritual de almuerzo dominical, donde dependiendo de las posiciones políticas de los comensales, las discusiones habrán sido más asertivas, calmas o acaloradas. Luego de fiscalizar frenéticamente o dormir una siesta avalada por el color gris del día, a la noche no hubo quien no prendiera la televisión o cambiara de canal para comenzar a conocer los resultados.
¿Qué sorpresas nos deparó el día? En el caso de las candidaturas presidenciales, no se alteró el orden, aunque se relativizó la debilidad o fortaleza de cada fuerza. Entre la tríada predecible, nos encontramos con un Massa más digno, un Macri en un segundo puesto clavado, y un Scioli vencedor, pero sin el epíteto heroico de arrasante. Le alcanzó para ser proclamado por los juglares de turno como categórico, adjetivo que le queda bien, en tanto su ambigüedad confunde a quien lo oye, sonando bien inmediatamente pero sin implicar una excesiva victoria. Categórico ratifica la victoria, aunque sin mentir ni exagerar. Después de todo, ¿qué es algo categórico? Según la Real Academia Española, lo que se afirma sin restricción ni condición. Prácticamente, una redundancia. Fue el primero, y de eso no caben dudas a nadie.
Tal vez la espera dilató confirmaciones, o al menos las generó en cámara lenta. Hacia las once de la noche, horario límite para hacer esperar a los militantes de cada bunker, todo era aproximado, y eso bajó las intensidades. Todos eran algo por la mitad. La inclemencia había literalmente empañado los resultados y no solo impidió el traslado de los votantes, sino que finalmente, sumado al sistema precario de boleta en papel, complicó por completo el escrutinio.
La cámara lenta de los resultados y la escasez de mesas escrutadas al finalizar la jornada provocó cierto frenesí, al convertir en un observatorio público el lento recuento de votos, que indicaba cómo los números acercaban y alejaban posiciones con el paso de las horas. Incluso, a las tres de la madrugada, el escrutinio parcial mostró a Macri apenas a cuatro puntos de Scioli, lo que fue alentado por titulares de La Nación que, para la mañana siguiente, ya se habían desvanecido. Había sido apenas el buen sueño de algunos, y la alucinación pesadillesca de otros.
La elección presidencial fue apenas relativizada, sin alterar los resultados pronosticados. Acaso sorprendió (aunque no tanto) encontrar a Altamira en el podio de perdedores, y, si bien se preveía el triunfo de Macri por sobre el radical Sanz, tal vez se esperaban de este último números menos humillantes. Las elecciones provinciales, por el contrario, se llevaron la parte jugosa del asunto. Aníbal Fernández finalmente se impuso en la interna del FPV, a pesar del bombardeo mediático de la semana anterior, aunque por una cantidad ínfima de puntos, lo que le dio a la interna un carácter de espectáculo, en el que el rating minuto a minuto determinaría quién se iba de la casa. Las valijas las hizo Domínguez, a quien su campaña de ultra-peronista potenciada por su vice tal vez le quitó algunos atractivos.
La gran revelación fue la de Eugenia Vidal, o “Mariu”, quien con ese bondadoso apodo y con una imagen de hada buena cosechó 30 puntos en el territorio más peronista sin siquiera haber sido intendenta, y con una reciente carrera política desde el citadino PRO. Valdrá analizar qué significa el voto PRO en el territorio bonaerense y a nivel nacional. Y cómo se interpretan las nuevas clases medias del conurbano y de otros sectores. Qué nuevas necesidades tienen y qué elementos del discurso de la fuerza amarilla promete más que el tradicional blanquiceleste bonaerense.
A nivel municipal, las sorpresas continuaron, ya que el electorado optó en varios distritos por la renovación de candidatos: Merlo, Moreno, Hurlingham. El caso más destacable es el del histórico Raúl Othacehé, quien gobierna desde 1991 y es conocido por los aprietes, golpes y amenazas de muerte con los que impedía impunemente la alternancia democrática. También en Moreno tuvo que abandonar su candidatura Mariano West, mientras que en otros municipios el FPV no ganará “de taquito” y deberá esforzarse para no perder frente a listas opositoras.
¿Cómo queda el tablero? Un heterodoxo Frente para la Victoria (en el que las diversas marcas identitarias comienzan a visibilizarse más) estará lidiando con una oposición fuerte de derecha y centro-derecha, que también disputa votos por el centro. Mientras que el massismo hace un hincapié profundo en la mano dura a través de latiguillos como la comparación de los sueldos de los jubilados con la de los presos, el PRO reprograma un Macri más amigo de las políticas progresistas que tuvo el FPV (y que no apoyó), de las estatizaciones (a las que se opuso rotundamente) y de los programas sociales (que el vetó u objetó). En el caso del FPV, Scioli encarna un candidato moderado y ambiguo, que destaca permanentemente que habrá que cambiar cosas, mantener otras y profundizar otras, aunque nunca precisa con exactitud cuáles. De lejos, y a bastante distancia de los tres candidatos, el FIT se consolida como minoría y asegura un número de bancas cuyo valor lo apreciaremos a la hora de las votaciones en las cámaras, cuya composición promete ser más heterogénea de lo previsto.
Este panorama deja ver que hay un voto de centro-izquierda que se ha repartido probablemente entre la joven promesa de Nicolás Del Caño y la fidelidad al FPV, con la esperanza de que Scioli no sciolice demasiado al kirchnerismo. Pero también parte de ese voto fue virando hacia tendencias de derecha que representan mejor a una clase media que piensa más en su bienestar económico y en acceso libre a dólares (para consolidar sus ahorros luego de años de ascenso económico, y para efectuar la ansiada inversión en propiedades que el actual modelo no le permite concretar fácilmente) que en la industrialización del país o en el sostén de las clases populares, o en ambos. Tal vez eso explique las razones externas que llevaron a fuerzas como progresistas a un escalafón tan bajo, incluso por debajo del FIT. Entre las causas internas, debería revisarse su creciente e imparable fragmentación, que culminó en absurdos como el de Binner, presentándose solo con lista de Diputados y Senadores, y perdiendo en la soledad más llamativa.
¿Cómo se puede interpretar que los tres candidatos presidenciales más referenciados tengan retóricas similares y mayor diferenciación por sus partidos y colores que por el contenido de sus campañas? ¿Lograrán decir algo más en estos meses restantes? ¿Scioli buscará desmarcarse del seissieteochismo del que tuvo que vestirse para conquistar al núcleo duro kirchnerista? ¿Macri buscará diferenciarse de Scioli en algo más que en el estilo? ¿Massa se despegará de Macri apelando a un discurso digno del Tea Party? Mientras el antikirchnerismo no descubra que los votos de Macri y Massa juntos pueden vencer al candidato de Cristina, la victoria de Scioli parece estar asegurada.
Mientras tanto, las plataformas electorales quedan en un difuso segundo plano, y la imagen construye política voto a voto.