Por Sebastián Quiroga
El pasado domingo, en Colombia en general y en Bogotá en particular la derecha se impuso de manera aplastante. Así, el ciclo de cambio que hace más de una década parecía abrirse en la región, hoy parece cerrarse y tiene su correlato en la capital colombiana.
Desde el 1º de enero de 2004, Bogotá fue gobernada por sectores alternativos a la politiquería tradicional que dirigió el país desde los inicios de la República. Fueron tres períodos a cargo del Polo Democrático Alternativo (PDA) y el Movimiento Progresistas, que terminarán el último día de este año.
Con algo más de 900 mil votos, triunfó Enrique Peñalosa, nacido en Washington, alcalde de Bogotá entre 1998 y 2000 y representante de la clase política más espuria, patética y antipopular. Con un discurso de “independencia” y con la consigna de “recuperar Bogotá”, ganó unas elecciones luego de cinco intentos fallidos. El segundo lugar lo ocupó Rafael Pardo, con casi 800 mil votos, miembro del Partido Liberal y representante de una centro-derecha decimonónica, vinculada a la creación de las autodefensas y cooperativas de seguridad, sustento legar del paramilitarismo en Colombia.
Estos casi dos millones de votos (sumados a los 300 mil de Francisco Santos, candidato explícito del paramilitarismo y de Álvaro Uribe) no acompañaron a la izquierda como lo habían hecho las tres elecciones pasadas. Clara López, candidata del PDA, quedó en tercer lugar con casi medio millón de votos y sufrió una inesperada derrota electoral. En un preocupante contexto de abstención, donde la mitad de la población bogotana no asistió a las urnas, se ratifica una vez más el descreimiento de un sector muy importante de la sociedad respecto de los ejercicios políticos electorales.
Se cierran así doce años de gobiernos que recibieron diferentes calificativos: progresistas, de izquierda o alternativos. Doce años en los cuales la oposición al gobierno nacional llevó los rumbos de la capital del país, manejando el segundo cargo más importante por su peso en la política nacional, el número de recursos y la cantidad de población bajo su gobierno (alrededor de ocho millones de personas, casi el 20% de la población nacional).
Una derrota para la izquierda que debe ser evaluada y valorada de manera juiciosa. Aquí algunas de las lecciones y retos que dejan esta jornada electoral para los sectores democráticos y revolucionarios en relación a la nueva etapa que se abre.
¿Qué paso con la opinión crítica e ilustrada de la ciudadanía bogotana?
Previo a la elección, el escritor uruguayo Raúl Zibechi confiaba que la opinión crítica e ilustrada de Bogotá iba a mantener a la izquierda en el gobierno. Este era un consenso aparente, sobre el cual se explicaban los triunfos de la izquierda en Bogotá, a pesar de los constantes ataques contra sus partidos, ideas y personalidades. No obstante, parece que esta opinión, esta vez no operó… ¿desapareció?, ¿cambió de perspectivas y preferencias?
Respuestas puede haber varias y de diferente tipo, pero hay una que es central: no hay opinión crítica que tolere un ataque mediático tan grande, tan intenso y tan mal intencionado, como el que ha sufrido la izquierda en Bogotá los últimos 12 años. Más allá de la evaluación real de los errores, que no es una discusión menor, es cierto que los medios masivos atacaban día a día, sin tregua y sin pausa, a las administraciones alternativas. Teniendo claro el monopolio de los medios de comunicación por parte de las familias Santo Do-mingo y Sarmiento Ángulo, no es difícil concluir que el empeño de convencer a la opinión pública bogotana de la perversidad de la izquierda logró su cometido.
Si de malos gobiernos se tratara, hace rato la clase política colombiana debería estar exiliada por vendepatrias y entreguista, por enriquecerse a costa del pueblo y por nunca construir un país serio para los más de 40 millones de personas que habitamos este territorio en condiciones indignas.
Los errores de la izquierda cuestan más que los de la derecha
Aun así, es importante reconocer que la izquierda en Bogotá sí cometió errores. Por supuesto, no se trata de darles la razón a los derechosos constructores de opinión pública, pero en un ejercicio autocrítico es importante reconocer las dificultades.
Errores de comunicación de los logros y ganancias de los tres gobiernos, que no fueron pocos. Errores al implementar políticas equivocadas en temas cruciales para la ciudadanía. Sectarismos, peleas y disputas entre las dirigencias de los diferentes sectores, que se expresaban en distancias a la hora de aterrizar las políticas en los barrios y comunidades.
Pero si hay algo que le ha costado a la izquierda fue el escándalo de corrupción, por el cual fue destituido Samuel Moreno Rojas. Luego de los hechos que llevaron a la candidata derrotada Clara López a asumir la alcaldía de forma temporal en el año 2011, el PDA no logró recuperar su imagen de alternativa en Bogotá.
No obstante, y sin querer minimizar estos errores que muchas veces fueron deliberadamente cometidos y con altos niveles de gravedad, es importante tener en cuenta que, en un contexto reaccionario, los errores que comete la izquierda son más visibles que los que comete la derecha. Portavoces de una forma diferente de hacer política, al PDA le salió muy caro permitir la corrupción en su interior.
Aunque es muy claro que los escándalos de corrupción del Partido Liberal, Conservador, Cambio Radical, Centro Democrático y Partido de la U han sido mucho peores, mucho más graves, y mucho más extendidos en el tiempo y en el territorio nacional, es verdad que el PDA nunca debió permitir que nuevos delfines, como el agringado Samuel Moreno, tiraran por la borda este importante proyecto histórico de transformación y unidad.
Maquinarias contra construcción de poder popular en los territorios
Otro asunto importante es el alcance y extensión en los territorios populares del proyecto de transformación. La clase política tradicional, que Pacho, Pardo y Peñalosa representan, han perfeccionado por décadas los métodos clientelares y las maquinarias expertas en ganar elecciones, para legitimar un proyecto en el que sólo caben los amigos de los elegidos y sus financiadores.
La izquierda y los sectores sociales populares aún tienen la tarea de mejorar nuestra la relación e incidencia política en los territorios populares, donde las mayorías todavía cambian su voto por un regalo, una comida, una cerveza o un mercado.
No obstante, a pesar de la derrota distrital, hubo importantes ejercicios, algunos victoriosos, otros no, que muestran la importancia de articular la construcción de poder popular en los territorios, si se quiere de forma prefigurativa, y su expresión electoral. Muy importante fue el ejercicio de la Coordinadora Cívico Popular de Ciudad Bolívar, que en cabeza de Cristian Robayo, mantiene al PDA como fuerza política viva y en disputa. De igual manera, distintos sectores en varias partes de la ciudad lograron posicionar al Concejal Álvaro Argote, quien consolida su presencia en el Concejo al servicio de las necesidades de los sectores populares.
Este deberá ser también el camino a seguir en estos cuatro años, articulado la organización territorial, las movilizaciones y la preparación de nuevos ejercicios que permitan al proyecto de transformación y cambio avanzar de manera integral, en las instituciones y en las calles.
El modelo de ciudad… y ¿entonces para dónde va Bogotá?
Con todas las dificultades que hubo en estos últimos 12 años, las administraciones alternativas se concentraron en buscar mejoras para las condiciones de vida de la población bogotana, lo cual llevó a que los empresarios y los grandes capitales desataran enormes campañas de desprestigio y desinformación sobre la izquierda en la ciudad.
Por eso, lo que se perdió ayer es sobre todo la posibilidad de seguir construyendo un modelo de ciudad que priorizaba la vida y la naturaleza sobre el capital.
Pero la tarea de construir ese modelo de ciudad, para la vida digna y en defensa de los bienes naturales, no es sólo ni principalmente de los gobiernos. Cuatro años de organización territorial y sectorial, de movilizaciones barriales y distritales, de asambleas, incidencia política y de oposición al gobierno de un norteamericano que se hace pasar por colombiano, serán algunos de los ejercicios que nos esperan.
Podemos afirmar entonces que, aunque es mucho lo que se pierde, con el triunfo de este conato de político, se gana la posibilidad de volver a mirarnos a los ojos, reconocer los errores mutuos, hermanarnos en la lucha y hacer de Bogotá la capital de la paz, tal como el PDA anunció en la campaña electoral.