Por Jesús Antonio Reyes. El panorama que se abre en el país para el segundo mandato de Juan Manuel Santos. Las continuidades y distanciamientos con el uribismo y el rol que jugará el conflicto social. ¿Con Santos ganó la paz?
La pregunta real, sin entrar todavía en las paradojas y en las reparaciones de conciencia de que no se votaba por Juan Manuel Santos sino contra Álvaro Uribe, ahora es: ¿con Santos ganó la paz?
Los discursos previos a la segunda vuelta electoral tenían dos vertientes. La primera convocaba a la pacificación del país, a la negociación de la convivencia democrática. Sus representantes, Santos, los partidos de la Unidad Nacional y la “izquierda democrática”. Del otro polo, se encontraban las vociferaciones de la guerra, el llamado a una cruzada nacional contra el “comunismo ateo”, una lucha contra los “terroristas” y el “castro-chavismo”, concepto dentro del cual podría encajar fácilmente cualquier disidente de las posiciones del uribista partido Centro Democrático.
Lo más importante del análisis actual debe recaer en que la paz en Colombia aún no se ha firmado, como bien lo destaca la principal condición de los Diálogos de Paz: nada está acordado hasta que todo esté acordado.
De los cinco puntos de la agenda con las FARC-EP, tres han sido discutidos (tierras y problema agrario, participación política y sustitución de cultivos ilícitos) llegando a algunos acuerdos. En el cuarto punto, las FARC reconocen a sus víctimas. Pero ellas mismas son víctimas de un conflicto que desde el vespertino siglo XX ha despojado a cientos de miles de campesinos que han ampliado las bases sociales y políticas de las guerrillas y de algunos actores armados.
La paz en Colombia hasta el momento es un proceso al cual se quiere llegar. El camino actual es el de las negociaciones para instaurar un proceso de reconciliación nacional en el cual todos tengan cabida. Los reparos no cesan, la paz no es el silencio de los fusiles y los conceptos tales como justicia social, reparación e igualdad no son más que conceptos de utilería política en campaña o para la canalización institucional de las demandas populares.
Con el triunfo de Santos, lo que se ha impugnado es la continuidad del conflicto social y político, que no es necesariamente armado y tiene unas causas y unas consecuencias tan profundamente arraigadas en el despojo, en el asesinato, en la desaparición forzada, en la tortura, en el secuestro, etc. Así, las causas del conflicto armado no están donde el uribismo las ha colocado, en los “terroristas”, sino que los “terroristas” son consecuencia de la desigualdad estructural que se ha vivido a través de la historia colombiana.
La derrota de Oscar Iván Zuluaga, el candidato de Uribe, implica al mismo tiempo que la guerra debe terminar porque el pueblo no quiere más guerra. Ese enemigo interno, ese “terrorista” que Uribe había implantado en el sentido común, en el discurso común, se ha convertido en su propia derrota.
Lo que está en juego
En la segunda vuelta, Sanos obtuvo 7.816.986 votos y Zuluaga, 6.905.001. Pero no es un dato menor que la abstención fue mayor al 50%: de un padrón de 32.795.962 colombianos, no votaron 17.001.022. Muchos pueden ser los motivos, que redundan desde la incredulidad en el sistema electoral, como en la incredulidad hacia la misma democracia, o la inconformidad con los candidatos que se presentaron a elecciones.
Lo que está en juego en el país no es la paz, pues la paz, tanto para Santos como para Zuluaga, es una pax romana, una paz por sometimiento que no ha dado los resultados suficientes durante las negociaciones de paz que históricamente se han llevado a cabo en Colombia (1954, proceso de pacificación del general Gustavo Rojas Pinilla; 1957, Frente nacional; 1984, proceso de negociaciones de la Uribe, Meta; 1991, proceso de negociaciones en Tlaxcala, México; 1998, proceso de negociaciones en San Vicente del Caguan, Caquetá; 2012, proceso de negociaciones en Noruega y La Habana).
Lo que está en juego es la transformación de las condiciones sociales, económicas y políticas que dieron origen al conflicto armado. Y ¿cuáles son esas condiciones?, ¿cuáles de esas condiciones se profundizaron bajo el gobierno de Uribe?, ¿cuáles tuvieron continuidad con el gobierno de Santos?, ¿cuáles transformaciones se hacen necesarias para modificar esas condiciones?
Algunas de esas condiciones que han coadyuvado no sólo a que haya un conflicto armado sino a que este conflicto se mantenga son:
-La desigualdad en la concentración de la propiedad, tenencia y distribución de la tierra, distribución de la riqueza y modos de apropiación de la tierra. En pocas palabras, una necesaria reforma agraria.
-La necesidad de saber la verdad acerca de las víctimas y crear una comisión de la verdad para que los responsables de la violencia tengan sus consecuencias jurídicas.
-Se hace necesario replantear la participación política dentro del gobierno. Hoy, un porcentaje no muy alto de colombianos critica la posible aparición de “Timochenko” -comandante y jefe de las FARC-EP- en el Congreso y su participación en política. Sin embargo, ¿cuántos expresaron el desacuerdo cuando Salvatore Mancuso, líder de los paramilitares, visitó el Congreso y fue aplaudido?
En un proceso de reconciliación nacional es necesario revisitar los espacios olvidados de la memoria y retribuirla con los sucesos que han nutrido el acontecer político del país. También, recordar que más de 3.000 militantes de la Unión Patriótica fueron torturados o desaparecidos en los ´80, y que la participación política en Colombia es cuestión de no tocar las estructuras que al gobierno le convienen. Sobrevivir a este punto es permitir que tanto las FARC-EP, el ELN y los movimientos sociales y políticos de diferente índole tengan cabida en este proyecto nacional.
Los Tratados de Libre Comercio (TLC), la desigualdad imperante y la brecha existente entre ricos y pobres, los vacíos de las leyes de educación y la salud como negocio, tienen que ser replanteadas dentro de un modelo de constituyente popular por una nueva Colombia.
Algunos expresan que la victoria de Santos es el triunfo del referéndum por la paz que será necesario realizar al terminar el proceso de negociaciones en La Habana, donde se dará validez a los acuerdos por medio del voto popular. Sin embargo, la paz aún no está firmada, el proceso de negociaciones no es la paz, es apenas el crepúsculo de la turbia noche de violencia que sacude al país hace tanto tiempo.
Esperemos, como el reto más grande que se tiene en cuanto a la paz y en cuanto a la constitución de un proceso democrático, que se esclarezca la verdad del accionar del paramilitarismo como aparato de Estado que institucionalmente fue fortalecido y coadyuvo al recrudecimiento de la violencia legitimado por el mismo Uribe en los últimos 30 años.
Así como el uribismo implantó ciertas políticas que ampliaron las problemáticas nacionales, Santos les dio continuidad y prevalencia. Santos no representa la paz, pero puede ser un medio eficaz para dirigirnos hacia una constituyente nacional por la paz.
Y lo más importante: recordar que las transformaciones necesarias para alcanzar la paz no son sólo reformas precarias a la estructura vigente. Se necesita la transformación total de la estructura y no arreglos sincopados que sigan dejando al pueblo en los intersticios de nación o república democrática, como suelen llamar a Colombia.