Por Diana Cabrera. Iniciamos un camino exploratorio acerca de la situación de las mujeres en distintos países de América. En esta oportunidad, poniendo el ojo en el gran país americano, Brasil, nos contactamos con Maria Orlanda Pinassi y Claudia Mazzei Nogueira: intelectuales críticas, docentes y militantes de izquierda cercanas al Movimiento Sin Tierra (MST ).
María Orlanda comentó, en diálogo con Marcha, que comenzó a interesarse por las acciones de las mujeres organizadas en la Vía Campesina a partir del 8 de marzo del 2006. Recordó que en aquella ocasión, como en otras posteriores, las mujeres protagonizaron acciones “osadas que evidenciaban un grado mayor de conciencia de clase en las formas de enfrentamiento contra el capital”. Se refiere a las denuncias y escraches contra empresas transnacionales como a Aracruz (actualmente Fibria), Monsanto, Bünge, Stora Enzo o Vale. Estas acciones fueron llevadas adelante por mujeres trabajadoras, yendo más alla de la lucha por sus derechos. Se trataba de hechos que partían de causas feministas y las trascendían en gran medida.
A su vez, considera que las mujeres de la Vía Campesina también van provocando un serio malestar al interior de los movimientos en la medida en que denuncian las relaciones patriarcales existentes en todas partes.
Para Orlanda, estas mujeres luchan por la emancipación del género humano, contra toda y cualquier forma de dominación proveniente de la propiedad privada. Esas mujeres trabajadoras enfrentan en su cotidianeidad todo un orden de problemas, desde los más inmediatos y específicos en su condición femenina hasta los problemas más degradantes y humillantes que el neoliberalismo impone a la clase como un todo.
Pinassi postula que es la condición femenina la responsable por la formación de una astuta conciencia de clase que las mujeres pueden desarrollar, una conciencia que evidencie los límites del sistema de reproducción social del capital. Por eso la lucha por la conquista de los derechos es más necesaria que nunca, por eso queda “cada vez más claro que la verdadera emancipación femenina solo puede efectivizarse mediante la emancipación del género humano, en un mundo radicalmente transformado.”
Las mujeres brasileras y el (doble) trabajo
Partiendo del dato que afirma que las mujeres en Brasil representan el 51,3% de la población total y que éstas ocupan cada vez más funciones laborales en todos los sectores del mercado de trabajo, se agrega también la presencia de 11 mujeres en puestos de ministras del Estado y de Dilma Rouseff como primer mandataria. Esta situación, que puede ser leída como favorable desde el punto de vista laboral, se desdice cuando reparamos en la información del Anuario de las mujeres brasileñas 2011 donde un 58,8% de las mujeres con más de 16 años estarían trabajando, mientras que para los hombres en la misma franja etaria el porcentaje sube a un 81,5%,. La diferencia se debe a la precaria infraestructura ofrecida a las mujeres trabajadoras en cuanto a, por ejemplo, la no existencia de guarderías que les permitan delegar el cuidado de sus hijos durante gran parte del día. Aquí visualizamos un fenómeno común para muchas mujeres que liga la cuestión de la inserción laboral a la fecundidad.
Esto se agrava teniendo en cuenta que la participación de las mujeres en el mercado de trabajo se da con una remuneración menor. Por ejemplo, en los cargos con un nivel de educación superior completo ellas reciben un 63,5% del salario de los hombres.
Por otro lado, resulta gráfico ver que si bien aumenta la presencia femenina en el mercado de trabajo, esto es en aquellos sectores relacionados con la educación, la salud o con servicios sociales como alimentación u otros servicios domésticos, sector este último que ocupa a cerca de 7 millones de mujeres.
Se trata de un cuadro contradictorio, porque al mismo tiempo que las mujeres asumen más funciones activas fuera del ambiente doméstico, no dejan de cuidarlo fuera o dentro del hogar. Acerca de este punto, Claudia Mazzei afirma que cuando el trabajo productivo es realizado en el espacio doméstico, el capital explota a la mujer apropiándose de su fuerza de trabajo y, con mayor intensidad, de sus “atributos” desarrollados en sus actividades reproductivas. De esta forma, además de intensificarse la desigualdad de género en la relación con el trabajo, el capital acentúa la dimensión doble de la explotación, explotando el trabajo femenino tanto en el espacio productivo como en el espacio reproductivo.