Por Nadia Fink / Fotos: Gustavo Pantano
Ayer, en las vísperas del día de el y la trabajadora, el recuerdo de dos niños muertos tras la explosión en un taller de costura clandestino en Flores llenó de luz tenue de vela y de silencios los lugares que solían frecuentar. En el medio, la discusión por la dignidad del trabajo.
Las fajas de clausura son el resultado de lo que viene después: de lo que no hace, de lo que no se habla. El trabajo esclavo, el trabajo en negro, el trabajo clandestino en el que se puede perder la vida como se pierde un hilo que rueda lento por debajo de la máquina de coser (lo saben, también, los obreros en los andamios sin protección, los mineros con menos proyección de vida que el resto de los mortales).
En el barrio de Flores las velas se encienden y recuerdan a esos dos niños (de 10 y 7 años) que ya no están. En la en la esquina de la casa donde murieron los chicos se organizó ayer una pequeña ceremonia . Un sacerdote leyó un mensaje del papa, se hizo una oración y luego se celebró una misa en la Parroquia Nuestra Señora de la Visitación. Ritos que tratan de explicar lo que no puede explicarse. La falta de regulación, la precariedad de un sótano tapiado, un fuego que se propaga; mientras ninguna inspección detecta lo que los vecinos dicen a viva voz.
Desde las 17.30, unas 200 personas se reunieron en la Plaza Nuestra Señora de la Asunción. Allí está la escuela Provincia de la Pampa, a la que concurrían los chicos. Sus maestras y maestros, miembros de la cooperadora, padres, madres y compañeritos de los nenes seguían un rito silencioso: los cartelitos pegados en las rejan que rodean la plaza, con mensajes recordándolos y reclamando justicia, con letra tosca, despareja, de pibes y pibas que dan sus primeros pasos en la escritura. “Yo soy Rodrigo y Rolando”, decían. Para que se escuchen los nombres. Para que se vea la problemática de tantas y tantos migrantes que llegan a trabajar por lo que sea, huyendo de una pobreza aún más segura en su propio país.
En la Plaza Nuestra Señora de la Asunción los juegos no contarán ya con las risas de Rodrigo y de Rolando. Los funcionarios que realizan habilitaciones y controles en la Ciudad de Buenos Aires seguirán levantándose a la mañana y abriéndoles las ventanas a sus hijas e hijos para que entre el sol. Aunque evitarán ver las ventanas cerradas en las casas ajenas, en los talleres marginados y clandestinos, en los pibes y pibas ajenos, en las y los trabajadores ajenos que la yugan durante muchas horas al día y verán a cambio poco dinero y más dependencia. Dormirán esa noche en su sueño de deber cumplido, bolsillo abultado y panza llena, mientras en la Ciudad siguen ocurriendo pequeños Cromañones que, indefectiblemente, le siguen sucediendo a otros y otras.