Por Marcelo Yaquet. El momento político actual abre un debate sobre la continuidad y las rupturas que el kirchnerismo introdujo en la escena de nuestro país. La unidad de las fuerzas populares y las posibilidades de encontrar puntos de avance.
En la década de 1990, el movimiento popular que resistía al modelo neoliberal planteaba que más allá de los partidos existentes (PJ – UCR y alianzas de por medio) se constataba una sola estructura partidaria: el Gran Partido del Ajuste.
El 24 de marzo de 1976 la dictadura cívico- militar genocida sentó las bases para el despliegue del modelo neoliberal en nuestro país a través de tres grandes ejes: en primer lugar, una política de disciplinamiento del movimiento popular argentino a través de la represión, muerte, desaparición física, tortura y asesinatos de miles de compañeros; en segundo, el avasallamiento de los derechos y conquistas laborales de la clase trabajadora; y en tercero, la transformación de la estructura productiva de nuestra sociedad, provocando la desindustrialización y fomentando la concentración y extranjerización de la economía, y con ello, la acumulación de poder por parte de unas pocas corporaciones monopólicas.
A partir de 1983, el Gran Partido del Ajuste, conducido por esas corporaciones, profundizó los lineamientos de la política antinacional y antiobrera de la sangrienta dictadura militar: privatizaciones, más apertura económica, más desregulación, más desindustrialización y una gran desocupación, subocupación y trabajo en negro, que actúo de disciplinadora para las y los trabajadores argentinos.
El 19 y 20 de diciembre de 2001 Argentina indignada se expresó en forma insurreccional, desde sus mismas entrañas para sentenciar algo que la clase trabajadora y el movimiento popular en su conjunto no estaban dispuestos a seguir soportando. Se manifestó contra un modelo político, económico y cultural que multiplicaba el hambre, la miseria, la desocupación y la muerte, excluyendo y superexplotando a la gran mayoría de la población.
Desde este mismo infierno y con una Argentina embroncada, el 25 de mayo de 2003, surgió el kirchnerismo. Un ciclo que todavía no concluyó y que manifiesta una década con continuidades y rupturas en relación al modelo implantado por la dictadura y el Partido del Ajuste. La muerte inesperada de Néstor Kirchner y la imposibilidad legal de la reelección de CFK impide la continuidad del núcleo duro del kirchnerismo, de cara a las elecciones presidenciales del 2015.
Si a quien escribe le propusieran una pregunta con opciones múltiples, en relación a quién elegiría como presidente entre los presidenciales actuales (Daniel Scioli – Sergio Massa – Juan Manuel Urtubey – Hermes Binner – Mauricio Macri) no marcaría ningún casillero. Y señalaría que si los sectores nacionales y populares, el peronismo no domesticado, la izquierda independiente, la izquierda nacional, el progresismo, y los revolucionarios no rompen la encerrona presidencial del 2015 vamos directamente hacia el Gran Partido de la Gobernabilidad, donde va a haber ruptura de las rupturas y afianzamiento de las continuidades.
Lo señalado no implica debatir la coyuntura desde una visión meramente electoralista, sino debatir las tareas de hoy, parados en las contradicciones fundamentales y principales de la etapa actual, sin perder de vista el plano electoral del año que viene.
Una de las grandes figuras revolucionarias de nuestra historia, John William Cooke, en su exposición en el Congreso de la Liberación en 1959 expresaba: “La tarea requiere una movilización popular muy vasta, una gran política de masas orientada por un programa que sea, al mismo tiempo, inflexible en el mantenimiento de ciertos principios fundamentales y suficientemente amplios como para superar los particularismos ideológicos de sectores que coinciden en el propósito común”.
La crisis de 2001 no pudo entroncarse con una salida revolucionaria porque esta no existía como fuerza organizada. Era la rebeldía del pueblo sin su estado mayor revolucionario. Las fuerzas populares deben encontrar hoy un “propósito en común”, sin importar de qué lado los ubiquen las mentes liberales de izquierdas y derechas. Un propósito en común que permita, entre matices, avanzar en construir escenarios de masas desde las luchas reivindicativas, gremiales y políticas. Un propósito en común que dé cuenta de que el camino de la revolución es posible.