Estados Unidos se debate entre la violencia racial y armada, y movimientos sociales que crecen empujados por la fuerza que le otorgan las mujeres centradas en los derechos humanos. En un año de elecciones, la elección de una candidata a vicepresidenta parece oponerse a la política de mano dura de Trump.
Por M. Fernanda Astiz* y Paola Fajardo-Heyward** (Desde Estados Unidos)
Estados Unidos celebró el mes pasado los 100 años de la enmienda constitucional número diecinueve que, en agosto de 1920, extendió el derecho al voto a las mujeres. Dicho logro fue el resultado de un movimiento social liderado fundamentalmente por mujeres blancas, de clase media y abolicionistas, que reafirmaba los principios de la convención realizada en 1848 en Seneca Falls, Nueva York. Esta convención, la primera de su tipo realizada en Estados Unidos, formalizaba una larga y ardua lucha por las mejoras de las condiciones sociales y políticas de las mujeres en este país, entre ellas el derecho a la igualdad entre hombres y mujeres.
Es importante destacar la diversidad de mujeres que formaron parte del movimiento sufragista, representado también por mujeres trabajadoras, de color, inmigrantes, de los pueblos originarios y del colectivo que hoy conocemos como LGBTQ+. Debido a las normativas segregacionistas conocidas como leyes Jim Crow vigentes en el sur de Estados Unidos, para muchas de esas mujeres la lucha por alcanzar el sufragio fue aún más larga. Sin duda, las demandas y los logros de todas esas mujeres a lo largo de los años posibilitaron el desarrollo de los movimientos feministas contemporáneos.
Paradójicamente, este verano de celebración femenina en Estados Unidos, parcialmente paralizado por el COVID-19, y marcado por los reclamos de las minorías a raíz del asesinato de George Floyd en manos de la policía de Mineápolis, ha sido también testigo de otro movimiento encabezado nuevamente por mujeres en defensa de los derechos humanos. En este caso las protagonistas son madres, primordialmente blancas y de clase media como en el pasado, agrupadas en el colectivo Wall of Moms (Pared de Madres). Este movimiento, con epicentro en Portland, se constituye en apoyo al ya conocido Black Lives Matter (Las Vidas de las Personas Negras Importan). Ambos movimientos, con origen en las redes sociales, se manifiestan en contra del racismo y en defensa de los derechos de la juventud negra abatida injustamente por la violencia policial. Se debe destacar que, según los comentarios de las mismas protagonistas, fueron madres negras quienes iniciaron dichas protestas en Portland varios meses atrás, pero sus reclamos no adquirieron notoriedad hasta tanto no fueron acompañados por Wall of Moms, lo que da cuenta de cuán enraizadas están aún las injusticias y el racismo estructural en la sociedad estadounidense.
Wall of Moms continúa la tradición de otros movimientos sociales, tanto nativos como extranjeros, liderados por mujeres y madres (devenidas en activistas) contra la violencia ejercida desde el Estado y/o en búsqueda de soluciones a determinadas coyunturas locales. Como ha mencionado la politóloga Cynthia Stavrianos, en muchos casos, las aspiraciones y los reclamos de dichos movimientos no se encuadran dentro de las demandas de los movimientos feministas como #MeToo y #NiUnaMenos, iniciados en Estados Unidos y Argentina respectivamente, aunque sí se nutren de ellos. Estas diferencias, que se remontan al inicio de las luchas femeninas, han persistido a lo largo de los años.
Entre los casos estadounidenses más recientes que han obtenido atención mediática se encuentra Mothers/Men Against Senseless Killings, (Madres y Hombres en contra de las Muertes sin Sentido). Esta organización comunitaria que nació en Chicago , fundada por madres negras, focaliza sus esfuerzos en la prevención de la violencia armada, la lucha contra el hambre y la precariedad habitacional. Mothers of the Movement (Madres del Movimiento) es un grupo de mujeres negras cuyos hijos/as han sido víctimas de enfrentamientos con la policía o de la inseguridad. Estas madres recorren el país contando sus historias y proponiendo cambios legislativos para acabar con la brutalidad policial y la violencia armada. Algunas de ellas participaron de la convención del Partido Demócrata de 2016 en apoyo a la candidatura presidencial de Hillary Rodham Clinton. Asimismo, otro grupo de madres, Moms Demand Action (Las Mamás Demandan Acción), con reivindicaciones similares a las del resto de estos grupos pero con una cobertura más amplia ya que cuenta con miembros en todos los estados, se hicieron presentes en la convención de ese partido realizada hace algunos días.
En América Latina, los esfuerzos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo de Argentina son de amplio conocimiento. Dichas madres y abuelas marcharon incansablemente en reclamo por la desaparición de sus hijos/as y nietos/as durante la última dictadura militar. En Colombia, los movimientos Madres de la Candelaria y Madres de Soacha (también conocidas como Madres de Falsos Positivos) son ejemplos recientes del activismo contra el uso sistemático de ejecuciones extrajudiciales por parte del Estado colombiano. Ambos movimientos buscan no solo el reconocimiento de la desaparición y asesinato de sus hijos/as, sino también la investigación y la judicialización de estos crímenes. Si bien estos movimientos son plurales, en ocasiones también se han plegado a ciertos reclamos y luchas partidarias, ya sea con las izquierdas y algunos “peronismos” en Argentina, o con el partido de izquierda Colombia Humana en Colombia.
El politólogo estadounidense Sidney Tarrow, uno de los autores que ha investigado el contexto político en el que transitan los movimientos sociales, sostiene que lo que une a las propuestas sociales de este tipo es el desafío colectivo, es la solidaridad y un proyecto en común. En este caso, las madres, hayan perdido hijos/as o no, se unen como grupo autónomo para influenciar los procesos políticos en torno a desafíos compartidos, y sobre la base de la valoración social que les otorga la maternidad y la tarea del cuidado en contextos sociales en los que aún se espera que las mujeres cumplan con dicho mandato social. La legitimidad que les brinda ese rol y tarea social les permite irrumpir en los espacios públicos y presionar a los actores políticos. La identidad de madres empodera a estas ciudadanas ya que les otorga credibilidad, así como cierta protección durante los enfrentamientos contra las fuerzas de seguridad. Dados los niveles de simpatía y apoyo que los movimientos de madres/mujeres adquieren, el uso de la violencia por parte del Estado es políticamente contraproducente, pues puede incrementar su oposición. En contraposición, para muchas de las sufragistas y las feministas de la primera era, ser solteras o decidir no tener hijos/as, las empoderaba.
En términos generales, los arriba descriptos son movimientos que se declaran apartidarios (aunque no por ello apolíticos), de madres ciudadanas cuyas demandas están basadas en experiencias vividas que van más allá de lo individual y que están profundamente comprometidas con el futuro y bienestar de sus comunidades. Como dijo una de las madres de Portland: “Ver a las madres solidarizarse es lo que le llega a la gente, porque ellos saben que tenemos niños en casa. [Nuestros reclamos] intentan proteger a todos los niños como si fueran nuestros”. Y, a diferencia de las estructuras políticas formales, estos movimientos de características organizativas informales y plurales permiten un espacio más amplio de oportunidad de participación para las mujeres, además de la posibilidad de integrar en su lucha una amplia variedad de reclamos intersectoriales: económicos, políticos, raciales y de género.
En Estados Unidos, las recientes políticas sexistas y de exclusión de derechos femeninos (entre ellas las que atentan contra los beneficios por embarazo, aborto, y cuidados maternales, entre otras) han generado altos niveles de insatisfacción entre las mujeres. Esto explica los crecientes niveles de participación de ellas en las protestas sociales y en los partidos políticos. Estos cambios explican, en parte, por qué en medio de la actual campaña presidencial se hizo imperativo para el candidato demócrata, el exvicepresidente Joe Biden, elegir a una mujer como la senadora Kamala Harris, negra, hija de inmigrantes y con un ideario político un poco más progresista que el de Biden, y quien recientemente se hiciera presente en algunas de las marchas y apoyara los reclamos y las reivindicaciones de los movimientos descriptos más arriba, para la vicepresidencia.
Si bien la selección de Harris es un avance para la representación femenina, es el resultado de un juego estratégico que busca aglutinar varias facciones al interior del Partido Demócrata. Por un lado, la elección de Harris busca incrementar el apoyo político de las mujeres, de la comunidad negra y del ala más progresista del partido sin arriesgar el apoyo de la base partidaria tradicional que sigue siendo más centrista. Una parte importante de esa base partidaria la constituyen grupos de personas de negras, compuestos de muchas mujeres, que fueron claves para la victoria del exvicepresidente Biden sobre el senador progresista Berni Sanders durante las primarias en los estados sureños. Por el otro, la selección de la candidata a vicepresidenta es también una forma de asegurar que los ataques del presidente Donald Trump a ella y a la fórmula Biden-Harris sean interpretados por la opinión pública como un ataque a la mujer y una continuación de las políticas discriminatorias no solo contra ellas, sino contra otros grupos minoritarios.
El futuro de dichos movimientos de madres/mujeres es incierto y no sabemos en este momento su perduración en el tiempo. Lo que sí es palpable es su impacto inmediato. Han tenido un papel clave en un momento crítico de transición política y para las instituciones democráticas estadounidenses. En el Partido Demócrata han encontrado un aliado. Resta esperar y evaluar si sus demandas se transformarán en posibles cambios institucionales en la estructura del Estado. Lo lograron las sufragistas y las mujeres desencantadas con la inequidad, ¿por qué no estas madres?
* Profesora en Canisius College, Búfalo N.Y. Se especializa en política social comparada. Ha publicado numerosos artículos en inglés y español y co-editado el libro The Global and the Local: Diverse Perspectives in Comparative Education [Lo Global y lo Local: Perspectivas Diversas en Educación Comparada]. También ha contribuido para el Buffalo News y otros medios masivos de información.
** Profesora Asociada en Ciencia Política en Canisius College. Dirige el Programa de Relaciones Internacionales. Su interés académico y publicaciones se centran en los derechos humanos en América Latina.