Por Francisco Longa / @queseabisma
El afianzamiento con los gobiernos de Santos en Colombia y de Rajoy en España son dos caras de una misma moneda para el gobierno de Mauricio Macri: la del giro a la derecha en materia de política exterior. Venezuela definiría el tablero.
El diez de junio pasado ocurrió un suceso de alto impacto en cuanto a la política exterior de nuestro país: la Alianza del Pacífico aceptó el ingreso de Argentina como país ‘observador’. Esta Alianza está conformada por México, Chile, Perú y Colombia, y se ha constituido en los últimos años como la contracara del Mercosur, en la medida que las y los presidentes de dichos países han tenido una ostensible simpatía hacia el libre mercado y hacia la política de los Estados Unidos.
Aunque la Argentina siquiera cuenta con salida al Océano Pacífico, las articulaciones regionales muchas veces no se detienen en dichos detalles al momento de acrecentar su poder. Por caso, tampoco Turquía tiene salida al Océano Atlántico, aunque ello no ha impedido que acompañe la política exterior de Estados Unidos, sumándose a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Como fuera, hoy son casi cuarenta los países que se mantienen como ‘observadores’ en la Alianza del Pacífico, ahora con Argentina incluida.
Precisamente para pavimentar el camino de nuestro país hacia ‘el Pacífico’, Mauricio Macri emprendió una apretada agenda política en materia de relaciones internacionales, que lo llevó a visitar a su par colombiano Juan Manuel Santos. Si bien Santos destacó la buena relación que tuvo con Cristina Kirchner, enfatizó en declaraciones al diario Perfil, que “con Macri nos parecemos mucho más en nuestras visiones de qué hacer con la economía, con la democracia”. Tras las buenas migas construidas, el primer mandatario del país cafetero no dudó en afirmar que Colombia sería la ‘puerta’ de Argentina al Pacífico.
Una puerta hacia Barajas
La segunda puerta que el gobierno de Mauricio Macri viene priorizando en materia de política exterior conduce al viejo continente. Es sabido que existe buena sintonía entre el PRO y el Partido Popular (PP) de España casi desde la conformación de la fuerza política de Macri; pero, ahora en el gobierno, los gestos de acercamiento han ido en aumento.
El primer hito fue la visita de Prat-Gay a la tierra de Cervantes, quien insólitamente pidió perdón a los empresarios españoles por el “trato recibido” durante los gobiernos anteriores. Hasta la propia Elisa Carrió, perteneciente a Cambiemos, cuestionó esta actitud y denunció el accionar vaciador de muchos empresarios europeos al frente de empresas en nuestro país.
Más recientemente Macri le deseó a Mariano Rajoy, candidato del PP, ‘éxitos’ para las jornadas electorales del pasado domingo. Al cierre de esta nota los boca de urna de las elecciones en España consignaban al PP como principal fuerza política, aunque con la posibilidad de quedar en minoría si otras fuerzas de izquierda y centro izquierda conformaran alianzas entre sí. A esto se le debe sumar el triunfo del Brexit en Gran Bretaña la semana pasada, y el ascenso de figuras de la derecha en las planas nacionales de los principales países de Europa, como el caso de Merie Le Pen en Francia, quien se mantiene primera en los sondeos para las elecciones del año próximo.
Es en este escenario que deben comprenderse las relaciones cuasi carnales que el gobierno de Cambiemos parece querer establecer con España, las cuales se piensan como la vía para la concreción de un viejo anhelo para la Unión Europea: establecer tratados de libre comercio con los países del Mercosur.
La querella por Venezuela
Una pieza clave en el tablero de la política exterior mundial para cualquier país de América Latina es hoy en día Venezuela. A la identificación que el gobierno del FpV estableció con el chavismo, el macrismo le opuso una campaña electoral plagada de críticas a Nicolás Maduro. Sin embargo, ante el pedido de la oposición venezolana hacia la Organización de Estados Americanos (OEA) para aplicar la Carta Democrática, aduciendo que en Venezuela están en juego las garantías constitucionales, el gobierno de Macri se mostró ambiguo.
La canciller Susana Malcorra declaró que apostaban al ‘diálogo’ en Venezuela, lo cual fue leído como un gesto tibio y poco comprometido con la oposición venezolana. De hecho el presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, el antichavista Henry Ramos Allup, dijo que la posición de Argentina era penosa y se quejó de que Macri no cumplió con lo que había prometido en la campaña; incluso fue más allá: “Cristina al menos no era hipócrita”, sentenció desde su cuenta de Twitter.
Rápido de reflejos, y siempre manejándose en una fina línea diplomática, días después Macri recibió al opositor venezolano Enrique Capriles en la Casa Rosada, en lo que se leyó como un gesto de recomposición con la derecha caribeña.
Amarillo tras las fronteras
En esta misma columna periódica se vienen estableciendo continuidades y rupturas entre los gobiernos kirchneristas y la política de Cambiemos. Tal vez en lo referido a la política exterior es donde mayores puntos de disonancia encontremos entre uno y otro gobierno.
Más allá de los atenuantes vistos, que la situación de Venezuela se esté discutiendo hoy en día en la OEA, con la presencia de Estados Unidos, y no en la Unasur (agrupamiento que excluye a la potencia norteamericana), es todo una muestra del cambio de época en la región. Claro que este cambio no es atribución exclusiva de la política exterior argentina, sino de todo un avance regional de gobiernos y fuerzas políticas conservadoras; en materia de política exterior entonces, Cambiemos viene haciendo –con creces- honor a su nombre.