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    Sin categoría

    Las corporaciones a la sombra del estado ¿o al revés?

    19 marzo, 20129 Mins Read
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    Las corporaciones a la sombra del estado ¿o al revés?

    Imagen: Bennet

    Por Eduardo M. Pérez. Lo que está en la base de la actual crisis en curso –y la que se viene-  es la independencia adquirida por las corporaciones gigantes con respecto al estado y a la sociedad que las nutrió. 

    La crisis de Grecia, las crisis de algunas economías dela UE–Irlanda, Portugal, España, Italia-, y la reciente amenaza de default de EEUU, han alimentado un creciente interés y una renovada producción de notas y reflexiones sobre los alcances de la crisis del capitalismo, del imperialismo, de las economías dependientes y las no tanto.

    Las distintas posiciones que se expresan van desde aquellas de quienes ven, en un futuro no muy lejano, la caída del imperialismo yanqui, el surgimiento de un nuevo polo de poder en China y un reordenamiento acorde a esas circunstancias de la economía mundial, hasta aquellas que aseguran que los mecanismos de absorción de las crisis –en las cuales los capitalistas son expertos- funcionarán una vez más para que los cambios mantengan la premisa de que “todo siga igual”.

    En el medio, un sinnúmero de posiciones intermedias, matizadas con elementos de una u otra de las visiones.

    Los autores más citados en estos papers son Lenín fundamentalmente, por el imprescindible “El imperialismo, fase superior…”; Gramci, por el concepto de hegemonía; y Immanuel Wallerstein, por su concepción del sistema-mundo.

    Llama la atención la falta de registro que se hace de Paul Baran y Paul Sweezy. En su trabajo de 1969 “El Capital Monopolista” desguazan –con mucho acierto- la mecánica de funcionamiento y de relaciones de la corporación gigante, su relación con el estado nativo y con otros estados y la compleja trama de dependencias y liderazgos destinadas a garantizar la pervivencia del sistema en su conjunto.

    Los elementos en juego en la actual crisis hacen pensar que se está dando una situación prevista por ambos Paules: las corporaciones han tomado demasiada independencia sobre el estado nacional que les da cobijo –sobre todo en el marco legal y de legitimación, y en la protección militar de los intereses de las empresas-. Han tomado “vuelo propio”. Son las dueñas del Estado, en una forma distinta a la que hemos conocido desde siempre, porque esta vez se hace sin mediaciones, y sin la amenaza que podría significar la existencia de una potencia rival. De allí que toda la planificación del Pentágono esté centrada, principalmente, en los “conflictos de baja intensidad”.

    Dicho de otra manera: hoy en EEUU no se fabrica una camiseta ni un calzoncillo, ni un oso de peluche. Tampoco herramientas de mano ni máquinas herramientas. Detroit está devastado: perdió un tercio de su población, que migró hacia los estados del sur en busca de trabajo. Todo se fabrica en China, o en un enclave asiático. Y lo fabrican empresas americanas, radicadas allí, o asociadas al Estado o a algún grupo local.

     

    El armado del gigante

    En 1932 F. D. Roosevelt  prohibe la tenencia de oro por parte de los ciudadanos: era delito, punible con prisión. A todos los que entregan su oro, les paga 20,67 dólares cada onza. En 1934, fija el precio del oro en U$ 35 la onza. En consecuencia: los particulares pierden 41 % de su capital, confiscados por el Estado. También ése es el precio del oro que consagran los acuerdos de Bretón Woods, hacia el final de la guerra. Por ese acuerdo, el dólar queda como moneda de intercambio en las transacciones internacionales. Con U$ 35, cualquiera iba a la ReservaFederal, y debían darle 28,35 gramosde oro. El presidente francés Charles de Gaulle amenaza, en 1971, convertir sus reservas de dólares en oro: Nixon declara la inconvertibilidad del dólar, que se transforma así en una moneda fiduciaria, respaldada por la fe.

    Pero aquel era un país de alta productividad, donde el Estado protegía los negocios de sus empresas y les daba protección jurídica, militar y comercial. Como contrapartida, las empresas mantenían con el estado fuertes lazos corporativos, y si alguna de ellas debía ceder en sus posiciones, lo hacía. Como sucedió con la compañía Estandard Oil, en la primer década del siglo XX, cuando por aplicación de las Ley Sherman anti-trust fue desguazada en varias empresas, y más recientemente la poderosa ITT (Internacional Telephone and Telegraph). La historia del crecimiento imperial de los EEUU en el siglo pasado es la historia de sus mega empresas, de los pactos escritos y no escritos entre ellas y el estado protector para regular su crecimiento, su mercado y su competitividad. Negociar, por ejemplo, qué parte del mercado correspondía a cada una de ellas y evitar crecer a expensas de sus ‘competidores’: sólo estaba permitido ocupar nichos nuevos del mercado, o aumentar la productividad mediante la innovación tecnológica, que es aumentar la plusvalía.

    Hacia 1973 un peligro acechaba a las empresas norteamericanas: Japón y Europa habían logrado una inquietante y creciente penetración en el mercado yanqui. El 25 % de los  automóviles vendidos en Estados Unidos, por ejemplo, era de origen europeo o japonés, lo que no es poco. Y no sólo eso: electrónicos, relojes, cámaras fotográficas, herramientas de mano.

    Entonces vino el embargo dela Organizaciónde Países Exportadores de Petróleo (OPEP) a los países que habían apoyado a Israel en la guerra del Yom Kipur. En poco tiempo el petróleo duplicó su precio. ¿Quiénes fueron los principales perjudicados por la medida? Aquellos países que no tenían una gota de petróleo en su territorio: Japón, Alemania, Francia, Italia. ¿Quiénes la impulsaron? Arabia Saudita y el Irán del Sha, que en política internacional siempre fueron dóciles intérpretes de los deseos de Washington. En aquella época, EEUU producía más del 50 % del petróleo que consumía. Por añadidura, con ese precio del barril, comenzaron a ser rentables yacimientos que hasta ese entonces no se explotaban. Inglaterra –cola del león americano en Europa- se lanzó sobre el Mar del Norte, Estados Unidos construyó el oleoducto a Alaska, y Canadá comenzó a explotar los ingentes recursos de las arenas bituminosas de Athabashka (arenas impregnadas de petróleo).

    Desde ese entonces, Japón no se recuperó, no pudo volver a las altas tasas de crecimiento previas.

    Sin embargo, en los textos de economía y economía política que aparecieron posteriormente a este episodio, marxistas y no marxistas, se presenta al embargo petrolero como una acción autónoma de la OPEP, sin hacer el balance de a quién convino y a quién no. Y ello –parece– se debe al olvido de la línea de análisis a la que llegaron Baran y Sweezy: el crecimiento de las tensiones al interior del imperio, entre las empresas capitalistas y el estado que las protege.

    Más aún a partir del derrumbe dela URSS, porque como consecuencia de la desaparición  del estado rival, se debilitaron también las relaciones de las corporaciones con el Estado Matriz , y a consecuencia de ello cobran un nivel de independencia como nunca habían tenido, y apuestan su crecimiento al incremento de los gastos improductivos, los gastos bélicos.

    Quedaron con el dominio de la tecnología, porque eso no lo ceden: por ejemplo, Intel desarrolla el procesador de cuatro núcleos, y la máquina que los fabrica, y lo instala en China, donde va a encontrar obreros minuciosos en la calidad de su trabajo… y muy baratos.

    También se quedaron –y hay que reconocerlo, no es casual- con la fabricación de armas, de “fierros”. Eso tampoco se cede. General Atomics fabrica en sus plantas estadounidenses los “Predator” (aviones sin tripulación). Unos días después, este avión vuela sobre una aldea afgana, conducido vía satélite por un piloto que puede estar en una oficina en el Pentágono. Reconoce un objetivo, pide autorización, y le suelta un par de misiles, los Hellfire, fabricados por la LoockedMartinen Maryland, a un costo de U$ 86.000 cada uno. Terminada su jornada de trabajo, cede el mando del avión a otro piloto y se va a su casa. En una 4 x 4 fabricada en Corea.

     

    En Dios ¿confío?

    ¿Cómo se paga todo eso? Con buenos dólares estadounidenses con la foto de Washington y una leyenda que dice “En Dios confío”. Empresas americanas fabrican en China los bienes de uso cotidiano que se consumen en todo el mundo. Mientras en su país crece la desocupación y la caída de la calidad de vida.

    “En Dios confiando, y con el mazo dando” diríamos por aquí. Por eso consumen más en defensa que todo el resto del mundo. Curiosa paradoja: ahora que no tienen enfrente un enemigo consolidado, con sus cañones apuntando, sino más bien una enorme cantidad de enemigos pequeños, tienen el aparato bélico más sofisticado y poderoso del planeta. Y la maquinita de imprimir dólares, que serán aceptados por todo el mundo como si fueran buenos. Pero ¿eso es así? Parece que no.

    China está convirtiendo, lo más rápido que puede, la inmensa montaña de Bonos del Tesoro que tiene (Más de U$ 1 billón, un millón de millones) en activos en otros países, principalmente Africa: minas de metales raros y estratégicos, campos de petróleo; campos en Brasil y en Argentina. Todos saben que el rey está desnudo, pero no conviene romper (por ahora) el sortilegio, porque de lo contrario esa fortuna sería solamente “papel mojado”.

    Y los europeos siguen en su esfuerzo por consolidar una moneda propia, que contra todos los vaticinios, a once años de su creación, ya representa el 25 % del encaje de los principales bancos. Más allá de las dificultades para equilibrar la productividad  alemana o francesa con la de Grecia o Irlanda, desacoplar en la mayor medida posible la economía europea del dólar,  es el objetivo.

    También enla Uniónde Naciones Suramericanas (UNASUR) cobra fuerza la idea de crear una moneda –y un banco- para los intercambios en la región.

    ¡Qué bien les vendría a los gringos una buena guerra! Pero no es el caso porque hoy, el enemigo está en casa.

    Es el desafío de Obama: tiene que convencer al resto del mundo que el dólar (y la economía norteamericana) no caerá, y tiene que convencer a su frente interno que hay algunas modificaciones que hay que hacer, aunque impliquen sacrificios, tales como, por ejemplo, pagar impuestos; revertir la injusta distribución de la renta; disminuir el déficit fiscal no solamente por la vía del recorte de gastos, sino por un aumento de la contribución, sobre todo, de los grandes capitales.

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