Por Juanma Olarieta
La Guerra de Siria fue desencadenada a comienzos de 2011 por el imperialismo dentro de la campaña de la Primavera Árabe que tiene por objeto cambiar la correlación de fuerzas en Oriente Medio y el norte de África y proceder a un nuevo reparto de las esferas de influencia.
El documento oficial de la DIA (Agencia de Inteligencia del Pentágono) de 12 de agosto de 2012, desclasificado el 18 de mayo de 2015, señala que “los países occidentales, los Estados del Golfo y Turquía apoyan en Siria a las fuerzas de oposición para establecer un emirato salafista en el este de Siria, conforme a los deseos de las potencias que respaldan a la oposición para aislar al régimen sirio”.
La Guerra de Siria tiene una estrecha relación con la invasión de Irak en 2003. El gobierno de Bashar Al-Assad es uno de los pocos que se oponen a ella. Los imperialistas obligan a millones de irakíes a cruzar la frontera y establecerse en el país vecino.
Se trata de reproducir en Siria el mismo guión que en Irak, dibujar un nuevo mapa, no sólo geográfico sino también político, fragmentar Oriente Medio en territorios religiosa y nacionalmente homogéneos, crear nuevos reinos de taifas, engendrar inestabilidad y, en suma, dividir para dominar.
Es mucho peor que una estrategia de “caos controlado” porque a medida que el tiempo transcurría y el gobierno de Siria se mantenía en pie, la estrategia imperialista se convirtió en una guerra de desgaste, interminable, agotadora y cruel.
Una vez desencadenada la Primavera Árabe, en diciembre de 2011 las tropas estadounidenses se retiran de Irak. Lo mismo que en Afganistán, la retirada nunca fue completa ni duró mucho tiempo.
La elección de Siria como objetivo militar se debe a varios motivos. El primero es su estrecha alianza con Irán, la “bestia negra” del imperialismo en la región. El segundo es su guerra permanente con Israel, que desde 1981 ocupa los altos del Golán, una parte fronteriza del territorio sirio. El tercero es su oposición a la invasión de Irak, tras la cual muchos irakíes se refugiaron en Siria huyendo de la represión.
La eliminación de Saddam Hussein en Irak fortalece a Irán que, junto con Siria, es uno de los componentes más importantes del denominado “eje de la resistencia” contra el imperialismo en Oriente Medio. En los correos electrónicos de Hillary Clinton, cuando era secretaria de Estado, aparece uno escrito en diciembre de 2012, en el que asegura que, dada la “relación estratégica” entre Irán y Siria, el derrocamiento de Bashar Al-Assad sería un beneficio inmenso para Israel, que no quiere perder el monopolio nuclear.
Además de romper ese “eje de la resistencia” en Oriente Medio, la Guerra de Siria también tiene como objetivo la alianza de Bashar Al-Assad con Rusia, estrechar el cerco sur sobre Rusia, una continuación del que la OTAN intenta trabar desde el Báltico, Ucrania, Cáucaso y Asia central. La Primavera Árabe es una continuación de las “revoluciones de colores” desatadas por los imperialistas desde 1990 en los nuevos Estados surgidos de la fragmentación de la Unión Soviética.
La guerra trató de interferir en la Ruta de la Seda, meter una cuña entre Rusia y China, lo mismo que ya tiene una introducida entre Rusia y Europa.
Ha sido el mayor fracaso del imperialismo en la guerra, ya que ha fortalecido el protagonismo de Rusia, no sólo en Oriente Medio sino en el mundo entero y ha estrechado sus relaciones con Irán y con China.
Al inicio de la guerra la relación de Siria con Turquía es buena. Ambas partes habían firmado en 1999 el Acuerdo de Adana. En plena etapa de esplendor económico, el gobierno de Erdogan se había opuesto tanto a las sanciones contra Irán como al ataque contra Irak en 2003. Turquía está contra los planes del imperialismo en Oriente Medio porque sería una de sus víctimas. Por eso se opone al nuevo reparto.
Sin embargo, muy rápidamente los imperialistas presionan a Turquía para que desempeñe el papel de base logística de los salafistas. Al miso tiempo Siria permite que el PKK se convierta en Rojava en una plataforma contra los vecinos del norte.
Turquía experimenta un doble fracaso. El primero es el de la paz. La política de “cero problemas con los vecinos” fracasa. El segundo es el de la guerra, que le conduce al enfrentamiento con Rusia y un aislamiento total en la región. El realineamiento de Turquía en 2016 es otro de los grandes fracasos del imperialismo en la guerra