Por Juanma Olarieta
A comienzos de 2004, el gobierno de José María Aznar, integrante del Trío de las Azores, se creía en la cima del mundo. Si había invadido Irak, si había atacado a Marruecos en Perejil y si había intentado derrocar a Chávez en Venezuela, una vieja colonia como Guinea Ecuatorial no se iba a quedar a la zaga.
El gobierno preparaba un golpe de Estado en África y dos barcos de guerra españoles, la fragata Canarias y el buque de apoyo Patiño, partían subrepticiamente de la base de Rota con 500 legionarios a bordo. España no había enviado allá un navío de guerra desde que la ex-colonia alcanzó la independencia en 1968.
El movimiento de ambos barcos se encontraba bajo la supervisión del comandante en jefe del mando de las fuerzas estadounidenses en Europa y Comandante Supremo de la OTAN, el general James L. Jones. Únicamente el mando conocía su destino: Guinea.
Aznar esperaba aprovechar una estancia de Obiang en Marruecos, donde recibe tratamiento contra el cáncer, para apoyar a los mercenarios, restablecer el orden si la situación se complicaba y poner a su amigo Severo Moto en el poder. La excusa para encubrir la maniobra era la de siempre: las violaciones de los derechos humanos, para lo cual el juez Baltasar Garzón tenía preparada de antemano una orden internacional de captura contra Obiang como antes había hecho con Pinochet.
La expedición española ponía en peligro el delicado equilibrio petrolífero en el Golfo de Guinea. La filtración de la noticia en Sudáfrica se hizo llegar a la prensa española y, avisada por Francia, Camerún formuló una protesta diplomática que, a las pocas horas, obligó a los buques españoles a atracar en Canarias.
El gobierno de Aznar, que había mantenido en secreto el operativo, comunica entonces que no se trataba de una misión de guerra sino de cooperación para la entrega de material militar destinado a ayudar a Obiang en el conflicto fronterizo entre su país y el vecino Gabón. El portavoz del gobierno agrega que se había decidido anular la decisión a causa del malentendido ocasionado por las informaciones de la prensa y que creía oportuno posponerla hasta después de las elecciones previstas en Guinea Ecuatorial para el mes de abril.
Cambio de planes. El golpe de Estado debía producirse sin un desembarco de tropas españolas.
El 7 de marzo de 2004 España está en plena campaña electoral, tan aburrida como todas las anteriores. Faltan pocos días para las elecciones y para las bombas del 11-M en Atocha.
Muy lejos de allí, en el aeropuerto de Harare (Zimbabwe), la policía registra un Boeing 727 militarizado y detiene a un grupo de 74 mercenarios, la mayoría de ellos antiguos miembros de las fuerzas especiales sudafricanas de la época del apartheid. El avión de carga estaba matriculado en Estados Unidos y había partido ilegalmente de Sudáfrica. El grupo hacía escala en Harare para embarcar armas y esperaba unirse a otro comando mercenario en Malabo para derrocar al régimen de Obiang.
Al frente de la expedición estaba Simon Mann, un mercenario de las SAS (fuerzas especiales británicas), formado en el colegio Eton de la realeza británica, hijo de un importante empresario de la industria cervecera de aquel país y millonario tras participar en oscuras operaciones de tráfico de armas y diamantes en Sierra Leona durante la guerra civil que asoló el país africano.
Otro fracaso más de los imperialistas españoles (pero no sólo de ellos).
La detención de los mercenarios en Zimbawe paralizó el golpe. Inmediatamente después fue detenido en Malabo Nick DuToit, un traficante de armas y diamantes sudafricano de 48 años que, al frente de otro comando de 18 pistoleros (seis de ellos armenios), esperaba a los mercenarios y las armas de Zimbawe para instalar a Severo Moto, que -a su vez- esperaba en Malí la toma del palacio presidencial para hacerse cargo de la situación.
El CNI, servicio secreto español, había persuadido al jefe de la policía y del Ejército de Guinea Ecuatorial para que no opusieran resistencia y cooperaran con los golpistas, a cambio de cargos ministeriales en el nuevo gobierno, según dijo el ministro del Interior de Zimbawe, Kembo Mohadi, en rueda de prensa.
Tras el fracaso, el diario madrileño El País asegura el 11 de marzo de 2004 que Nick DuToit ha muerto bajo la tortura. Es mentira; eso es lo que les hubiera gustado a los imperialistas españoles: que tuviera la boca cerrada, pero no es así. El ministro ecuatoguineano de Exteriores, Pastor Michá, convoca al cuerpo diplomático acreditado en Malabo, la capital guineana, para informarles de la intentona.
En la reunión estaba DuToit delante de la televisión ecuatoguineana. Allí mismo DuToit afirma que su objetivo era secuestrar al presidente Obiang y traerlo a España para remplazarlo por Severo Moto. El jefe de los mercenarios detenidos en Malabo confiesa ante los diplomaticos y las cámaras de la televisión, que el golpe había sido inspirado por Severo Moto y que Ely Khalil, un empresario libanés afincado en Londres, era quien lo había financiado.
A través de la empresa Asian Trading Group, Khalil pagó diez millones de dólares a Mann para prepararlo todo. En noviembre de 2003 la sociedad Logo Logistic (con sede en las Islas Vírgenes) propiedad de Mann, percibió cinco millones de dálares de Asian Trading Group por supuestas inversiones en actividades mineras, de pesca y por proyectos “de seguridad” en África occidental.
Por su parte, el 1 de diciembre Mann firmó un acuerdo con DuToit para proyectos no especificados que ascedieron a dos millones de dólares. En enero, DuToit se entrevistó con Mann en Johannesburgo en presence del director de Logo Logistic, Charles Burrows.
Desde su primer interrogatorio en Harare, Simon Mann había acusado también a Ely Khalil, un intermediario del petróleo y gas africano, asesor de varios presidentes del continente como Nigeria, Angola, Congo-Brazaville, Senegal o Chad. En los mercados internacionales Ely Khalil es conocido por trabajar con los excedentes de petróleo mundial no controlados, o sea, con la diferencia entre el petróleo que los países productores declaran oficialmente y el que realmente obtienen. Los tribunales franceses le investigaron por el escándalo Elf Aquitanie como intermediario del dirigente de Níger Abacha en la entrega de comisiones encubiertas por los contratos petroleros. En 2002 fue también detenido en el Hotel Bristol de París por otro turbio asunto de comisiones fraudulentas en Venezuela.
Khalil es también muy amigo de lord Jeffrey Archer, que depositó 74.000 libras esterlinas en la cuenta de Mann cuatro días antes de la detención de este último en Zimbabwe. Escritor de éxito, el aristócrata Archer no negó haber efectuado la transacción pero se excusó diciendo que no estaba al corriente de los planes de sus socios.