Por Mariano Féliz – @mofarg
La radicalización del neodesarrollo avanza con paso firme. Con pies de plomo, despidos y balas de goma. Atrás quedaron la democracia, la constitución y las leyes (burguesas).
Libertad para el dólar, despidos para los trabajadores. Libertad para los precios, límites para los salarios. El capital asume la gestión directa del Estado para garantizar que el pueblo no podrá poner límites a su voluntad de mando.
El gobierno de Cambiemos decidió que debía condicionar lo más posible las luchas populares. Sabiéndose débil en lo político, salió a comerse el partido golpeando primero. Las instituciones de la Constitución social liberal de la Argentina son flexibles, siempre dentro del campo del derecho del capital. La legalidad de las urnas es tomada por las fuerzas políticas de los partidos del orden como derecho a la gobernabilidad. Los ‘primeros 100 días’ son vistos como cheque en blanco.
Los ministerios se llenan de CEOs y cada cual atiende su juego. La conducción es difusa porque prima el ‘sentido común’ empresarial. No se necesita conducción unificada ni tanta verticalidad. El peronismo es un partido sin doctrina ni ideología, por ello funciona con rígida conducción. Es la única forma de garantizar cierta coherencia de acción. El kirchnerismo ha operado (y aún opera) en ese marco. El macrismo, por el contrario, parece más coherente en la práctica, apoyándose en el ‘saber hacer’ del capital y sus gestores. El pragmatismo prima, pero la coherencia viene del marco conceptual que se destila de la sociedad hegemonizada por el capital.
El macrismo llegó para imponer la radicalización del proyecto de neodesarrollo. Parte de la herencia del kirchnerismo: una sociedad mercantilizada, transnacionalizada y precarizada. En la ‘década ganada’ el gran capital consiguió consolidar su hegemonía con el acompañamiento del Estado que volvió para conformar las condiciones de la acumulación exitosa. El ‘desendeudamiento’, la inversión en infraestructura económica, la promoción del saqueo en el campo (trangénicos), la ‘montaña’ (megaminería) y las ciudades (barrios cerrados, especulación inmobiliaria, masificación del transporte y consumo individualizado y mercantil), contribuyeron a consolidar un nuevo patrón de acumulación basado en una nueva inserción en la división internacional del trabajo. Para ello, el Estado se convirtió en ‘caja de resonancia’ de la lucha de clases, instrumento para la desarticulación del conflicto y su normalización conflictiva. La naturaleza contradictoria de ambos procesos contribuyó a crear barreras crecientes, marcadamente evidentes en el tercer gobierno kirchnerista. El giro mundial provocado por la crisis en el centro aceleró la transformación de esas barreras en crecientes desequilibrios.
En la nueva era que comienza el gobierno busca primero desactivar esas barreras y construir un nuevo status quo que permita al capital recuperar su capacidad de acumulación. El gran capital hace años comenzó a desplazar en el tiempo sus contradicciones, frenando inversiones en la economía local y acelerando la salida de capitales, buscando acelerar la ‘corrección’. El ajuste heterodoxo del kirchnerismo operó como respuesta insuficiente pues fue combatido por el pueblo trabajador, neutralizando sus principales efectos. La lucha social evitó que la misma se tradujera en un mayor ajuste sobre las condiciones de vida. Sin embargo, la capacidad organizativa del pueblo no alcanzó la fuerza necesaria para poner en práctica una alternativa política.
A través del macrismo, el ajuste y radicalización del proyecto hegemónico pasa a un nivel superior, buscando más eficacia. Para ello todos los medios aparecen como válidos: DNUs, persecución ideológica y represión abierta. La democracia, la ley y la república, aún en su limitada versión burguesa, pueden ser dejadas de lado si así se juzga necesario.
El ataque contra las condiciones de reproducción social de lxs trabajadorxs se acelera por varios frentes. Avanza el ajuste externo con la devaluación, la eliminación de las restricciones al movimiento de capitales, la supresión de las retenciones y la búsqueda de nuevo endeudamiento externo. En paralelo, se acelera el ajuste fiscal. Se eliminan impuestos y subsidios al consumo (retenciones, impuestos ‘internos’, reducción prometida del impuesto al salario, subsidios al consumo de servicios públicos), se ataca el empleo público de manera virulenta e indiscriminada y se condiciona el financiamiento del gasto público por la vía del Banco Central. Se intenta marcar la cancha en la disputa salarial proponiendo el ajuste por productividad y planteando la amenaza del despido frente al reclamo ‘desmedido’. Se busca construir una nueva matriz regulatoria que promueva la inversión del gran capital en áreas estratégicas como energía, comunicaciones, minería, transporte, apoyados por el poder inversor del Estado (ej., plan Belgrano, subsidios vía Ministerio de Ciencia y Tecnología, etc.).
Si el avance es exitoso, el gobierno pretende consolidar en un solo acto una nueva modalidad de producción y apropiación del valor creado por los trabajadores. La radicalización del neodesarrollo pasa por construir un shock inversor del gran capital transnacional con base extractivista, apoyado en la redistribución del ingreso, la intensificación de la productividad y la súper explotación, y el re endeudamiento externo.
Nuevas condiciones de distribución ‘más justas para el capital’ serán el objetivo, sólo posible aplastando la resistencia social. La articulación de las luchas del pueblo serán la clave para frenar este proceso. Una articulación que se sustente en la organización de la subjetividad popular en torno a las luchas concretas como punto de partida para la disputa por el desarrollo. El enfrentamiento contra el capital (y su poder en el Estado y los partidos del orden) en las calles, los lugares de trabajo, en los barrios y el territorio, será la base del surgimiento de un nuevo ciclo de lucha. Ese nuevo comienzo podrá poner en pie el proyecto del 2001, el proyecto de radical transformación de la sociedad. Un proyecto de cambio social que se proponga destruir los límites del neodesarrollo a través de la superación dialéctica de sus presupuestos, a través de la desarticulación de su modelo productivo, político y social. Nuestra batalla será hoy por enfrentar el ajuste capitalista, el ajuste del neodesarrollo que busca su intensificación. La disputa de hoy será el punto de partida para superar el fetichismo del Estado social (y el desarrollo a través suyo) como únicas alternativas posibles. El socialismo latinoamericano, bajo la forma del buen vivir y la democracia con protagonismo popular, deberá volver al frente de batalla.