Por Pablo Tano. Colombia, la Selección liderada por “El Pibe” Valderrama; la que en la década de 1990 supo dejar perplejos a propios y extraños con una propuesta lírica, vistosa, efectiva y alegre. Un cóctel ideal y envidiable que parecía encaminarse a escribir una de las páginas más gloriosas del fútbol sudamericano. Pero ese ciclo se derrumbó de la manera más cruel y violenta.
Y aquella ilusión, que se consolidó una tarde de 1993, en el estadio Monumental de River, dejando en ridículo por 5 a 0 a la Argentina, paralizó, no sólo al pueblo cafetero luego del Mundial de Estados Unidos 1994, sino a todo el mundo.
El caballero del fútbol
Colombia, esa nación paradisíaca castigada por la guerrilla y el narcotráfico desde tiempos inmemoriales, abrió sus ojos morenos una mañana temprano y despertó con el inmenso dolor de ya no ser. Estados Unidos eliminaba en la fase de grupos al gran equipo de Oscar Córdoba, Leonel Álvarez, Freddy Rincón, Adolfo Valencia, Faustino Asprilla y compañía. Y el blanco de todos los pesares fue el defensor Andrés Escobar, quien cometió el pecado de convertir un autogol.
Los suspiros de admiración durante las Eliminatorias fueron reemplazados por las críticas desmedidas y el descontento popular. Y por ello, el defensor de la Selección Colombia Andrés Escobar, de 27 años, fue la primera víctima de un estado de ira emocional. El 2 de julio, a sólo diez días de la temprana eliminación, el central se vio involucrado en una discusión callejera en una discoteca de Medellín. Los reproches hacia el jugador fueron cada vez más elevados hasta romper con la caballerosidad del ex zaguero de Atlético Nacional, quien les devolvió los insultos y se retiró del lugar. Los empresarios Pedro y David Gallón Henao, vinculados al narcotráfico y a grupos paramilitares, enviaron a su guardaespaldas, Humberto Muñoz Castro, quien en el estacionamiento disparó seis cobardes balazos contra la espalda de Escobar.
El carisma como esencia
El ex delantero Alberio Usuriaga, de 37 años, con pasado en Independiente, General Paz Juniors y All Boys -todos clubes de la Argentina-, fue acribillado de 12 balazos en la vereda de un bar frente a su casa, en el humilde barrio 12 de Octubre, en Cali, el 12 de febrero de 2004.
A pesar de su fama y riqueza, El Palomo nunca quiso abandonar su barrio natal. En la semana previa a la muerte del excéntrico futbolista, versiones policiales indicaron que Usuriaga se había enterado que unos pandilleros iban a matar a unas personas.
Usu, el Negro carismático con el que todos los hinchas querían tomarse una foto, o que les firmara un autógrafo, y con quien, el que escribe estas líneas, tuviera la oportunidad de entrevistarlo cuando jugaba en General Paz Juniors, de Córdoba, club con el que logró ascender a la Primera B Nacional en 2000. “Estoy muy feliz, contento, pero yo quiero volver a jugar en un club de Primera”, enfatizaba a la salida del cine, siempre con su tono cansino y respetuoso.
El exitoso y dilatado vuelo del Palomo se precipitó cuando un menor de edad, a bordo de una moto, se bajó mientras él jugaba a las cartas con amigos. Desenfundó dos pistolas y lo fulminó.
Quienes lo conocieron bien a Alberio, campeón de América con Atlético Nacional en 1989, y en 1990 y 1992, se erigió como figura para dos nuevas vueltas olímpicas con América de Cali; cuentan que en los últimos años venía coqueteando, sino era con la muerte, con actos de indisciplina reiterados. Casos que tomaron conocimiento público como el doping en la Argentina, su detención por comprar una moto robada, la agresión a un policía, un auto sin patente que ingresó a su país, describían su problemática existencia.
Idolatrado no sólo en su país sino también en la Argentina, y más aún en los Diablos Rojos de Avellaneda, cuando fue una de las piezas clave para consagrarse en el torneo Clausura 1994 y la Supercopa del mismo año y del siguiente. Sí hasta el expresidente de la Argentina, Carlos Menem, pidió una fotografía con él cuando el plantel de Independiente visitó la Casa Rosada luego de los éxitos deportivos. “Voy a tomarme una foto con Palomo” y éste, rompiendo todo protocolo, contestó: “Voy a tomarme una foto con Carlos Patillas Menem”.
El último ‘Show’
El fútbol colombiano llora, una vez más, a un hombre que dejó sellado un estilo y fue sinónimo de honestidad, profesionalismo y humildad. El gigante arquero Miguel Ángel Calero, con cara de rudo, pero con un carisma único, murió a los 41 años a causa de una trombosis el pasado 4 de diciembre, justo a un año de su retiro. No sólo en su país, sino también en México, donde se desempeñaba como entrenador de arqueros del Pachuca, se va a extrañar su presencia.
El “Show”, apodo con el que se lo conocía en Colombia, se convirtió en uno de los futbolistas más importantes de la historia de su patria. Ganó 14 títulos en 21 años de carrera, incluido la Copa América 2001. Junto a Óscar Córdoba y Farid Mondragón integraron una trilogía que se destacó durante la década del ‘90 en las distintas selecciones nacionales.
Desembarcó en Sporting de Barranquilla, en 1990, pero sus primeros logros llegaron en el Deportivo Cali, seis años más tarde, donde conquistó su primer título profesional. Después pasó a Nacional, donde también festejó, antes de ser transferido por una cifra récord de 1,3 millones de dólares al Pachuca, de México. Con su aporte, la entidad tuza, tradicional pero con escasos títulos deportivos, resurgió. En el estadio Hidalgo, donde celebró 10 campeonatos, ofrecieron una misa en su honor antes de que fuera cremado.
Colombia, la bella y estética Colombia, derrama una lágrima más sobre su mejilla caribeña porque uno de sus hijos predilectos acaba de dejar otro espacio vacío. Pero las trágicas y sentidas pérdidas que enlutaron al futbol cafetero, hoy pueden vislumbrar un haz de luz de esperanza que se enciende con una fresca generación de futbolistas de jerarquía, que está capacitada para volver a enamorar al pueblo.