Por Guillermo Cieza
El avasallante triunfo de la componenda radical, macrista, massista que rompió con 30 años de hegemonía del Partido Justicialista, será la noticia más destacada de la provincia de Jujuy. También habrá lugar para resaltar la muy buena elección que hizo el FIT, que se consolidó como tercera fuerza. Con resultados menos espectaculares, se han escuchado algunos ladridos en Jujuy, que merecen nuestra atención, por lo que significan hoy, pero sobre todo por lo que proyectan.
La presentación de Carlos Perro Santillán como candidato a Gobernador por la provincia de Jujuy fue un condimento particular en las recientes elecciones nacionales. Por los antecedentes combativos del dirigente que se presentaba por primera vez como candidato electoral y por la decisión de su Partido de presentarse por fuera de la alianza Frente de Izquierda de los Trabajadores (FIT), que en los últimos años se ha ido instalando como la expresión electoral de la izquierda.
La lectura de los resultados obtenidos ofrece un aceptable 3,25% en la Capital provincial y una magra elección en el interior, que baja el promedio provincial a un 1,83%. Estos resultados permiten identificar a la experiencia como incipiente y pequeña, pero pensada desde su proyección se la puede valorar como un comienzo interesante. Intentaré explicar esta calificación.
Sin tiempo, ni plata
El Partido de la Dignidad del Pueblo en Jujuy es una herramienta electoral que se armó hace menos de tres meses, se legalizó al filo de los términos exigidos por la ley, desarrolló su campaña sin recursos financieros (apenas alcanzó para hacer las boletas) y fue ninguneado por los medios masivos de la provincia.
Su mayor capital electoral era la candidatura de un dirigente popular de 30 años de militancia, con muy buen nivel de reconocimiento masivo. Su peor debilidad era que buena parte de sus comprovincianos ni siquiera sabía que se presentaba a elecciones.
A una semana de la elección, la participación del Partido de la Dignidad y la candidatura de Santillán ni siquiera aparecían en las encuestas. La encuestadora ARESCO, que hizo público sus resultados, ubicaba al Partido de la Dignidad en el rubro “Otros”, donde distintas expresiones compartían un 2,6 % de intención de votos.
Hace 15 años el querido compañero Norman Briski me decía que para montar una iniciativa, por ejemplo una obra de teatro, se necesita tiempo o plata. Y que los que no tienen plata, no pueden prescindir del tiempo.
La disparidad de los resultados entre la capital y el interior pueden explicarse en alguna medida porque el abnegado trabajo militante, recorriendo barrios a pie, permitió en algunas zonas revertir la decisión oficial y mediática de ser reducidos a la inexistencia.
Un perfil prometedor
La disputa de espacios institucionales por vía electoral ha generado prolongados debates en el seno de la izquierda independiente, popular o por venir que, reclamándose heredera de la rebelión popular de 2001, ha puesto su principal énfasis en el desarrollo de la organización popular desde las bases.
La gran preocupación ha sido que la presentación electoral no desnaturalice la identidad de los movimientos populares. Que la vocación por acceder a espacios institucionales no los haga caer en la tentación de intentar seducir a las masas de votantes mimetizándose con los partidos tradicionales, pasteurizando los contenidos originales, rebajando la radicalidad de las propuestas.
El Partido de la Dignidad no cayó en esa trampa, poniendo en el centro de su mensaje político la crítica a la democracia representativa y la propuesta de promover el protagonismo popular. Este posicionamiento político no era puramente discursivo sino que estaba sustentado en una carnadura popular, combativa y plebeya. Esta carnadura se expresaba en las candidaturas (obreros municipales, militantes populares, jóvenes dirigentes de comunidades originarias, artistas populares), en el colorido de sus banderas, en las formas de presentarse (caminatas, acto de cierres, marchas) y en la radicalidad de sus discursos y consignas.
No bajar ese perfil tenía costos electorales inmediatos, porque la campaña se desarrolló en una sociedad hastiada de la prepotencia y las prácticas abusivas de la organización Tupac Amaru, liderada por Milagros Salas, que también apela a un imaginario popular y combativo para imponer una política funcional a las propuestas neodesarrollistas.
El Partido de la Dignidad asumió el desafío de presentarse electoralmente haciéndose cargo de su identidad, y esa coherencia debe ser valorada, porque genera confianza en su proyección futura. Lo de pequeño es apenas anecdótico para quien tiene vocación de crecimiento. Cuando en cambio está presente el gen del enanismo, es la certificación de un destino.
Una apuesta de unidad
El Partido de la Dignidad del Pueblo tiene como antecedente la confluencia del Movimiento La Dignidad y la organización Tupac Katari, y expresa un frente de fuerzas populares y sindicales que desde hace tiempo han venido trabajando conjuntamente. Este frente aglutina a dirigentes del combativo sindicato de los trabajadores municipales (SEOM), la Agrupación Avelino Bazan, El Frente Popular Darío Santillán (CN), grupos locales de comunicación (Radio rebelde), culturales y de derechos humanos y comunidades originarias.
Esa unidad alentada por la convicción de que “la unidad nos mejora”, permitió sostener este paso de disputa institucional y resistir las presiones corporativas. Sobre esto último nos comentaban de una generosa oferta del oficialismo de proyectos y cooperativas si se bajaban de la disputa electoral, en un momento en que el escenario electoral provincial se presentaba como muy reñido.
El referente de unidad construido en torno a esta experiencia es un buen ejemplo de que aquellos pasos que se hacen dificultosos cuando participan exclusivamente militantes y se discuten documentos, son mucho más transitables cuando se comparten iniciativas concretas y hay pueblo que empuja.