La victoria de Mauricio Macri, en el ballotage del 2015, no solo representó un giro en la política argentina tras 12 años de gobiernos kirchneristas, sino que para muches representó un quiebre en la correlación de fuerzas a nivel regional, hasta entonces con relativo predominio de gobiernos progresistas, pese a que a esas alturas ya se habían concretado los golpes de Estado en Honduras y Paraguay. Con la llegada de Cambiemos, además, las fronteras se abrieron para la llegada de capitales financieros y se liberaron para las importaciones y exportaciones, pero se volvieron más restrictivas para la libre circulación de las personas. Desde los primeros días de su gobierno, Macri hizo de la idea de “volver al mundo” parte de su slogan, una consigna que mantendría hasta el final de su mandato.
Por Iván Barrera y César Saravia / Foto David Fernandez
El supermercado del mundo
Una de las promesas más repetidas durante la campaña electoral y los primeros meses de mandato del gobierno cambiemita fue la de “volver al mundo”. Una frase sin dudas muy bonita pero cuyo contenido y plan de acción resultó una gran incógnita en los ocho semestres de Mauricio Macri al frente del país.
La primera gran medida del flamante gobierno para dar señales de inserción en el mundo fue matar a uno de los grandes cucos del kirchnerismo: pagarle a los fondos buitre. Aun antes de asumir, Mauricio dio a entender que en la negociación su postura sería implacable “ahora hay que ir, sentarse en el tribunal de Griesa y lo que él termine diciendo, hay que hacerlo” había anticipado. Promesa cumplida: luego de 15 años de negociación con los fondos buitre que se aprovecharon de la peor crisis financiera de la República Argentina, se les pagó los USD 12.500 millones a Paul Singer y compañía. Allá por abril de 2016 el entonces ministro Alfonso Prat Gay celebraba esta implacable victoria y pronosticaba un futuro de soberanía económica y financiera “Chau Default. Arranca una nueva etapa. Los argentinos, listos para emprender y crecer” escribía en su twitter el optimista ministro de Hacienda.
De la mano con la soberanía económica en materia de deuda externa, el gobierno también se animó a abrir las puertas de par de par a los mercados internacionales. Luego de una primera devaluación del 30% de la moneda, se anunció con mucha algarabía el fin del cepo cambiario y la eliminación de toda restricción a la entrada y salida de capitales.
Tras un holgado festejo, que pretendía demostrar que era fácil eliminar las restricciones cambiarias en Argentina de una vez y para siempre, el gobierno fue hacia otra gran promesa de campaña: “ser el supermercado del mundo, agregarle valor a las valiosas materias primas que producimos”. ¿Y qué mejor manera de ser el supermercado del mundo que eliminando toda protección al mercado local? Durante los primeros meses de 2016 se procedió a la apertura irrestricta a las importaciones, la baja de las retenciones al agro y a la minerìa y la eliminación de cuotas de importación.
El resultado tal vez no fue el esperado, al menos en cuanto a la definición más convencional de supermercado: en 4 años las exportaciones cayeron màs del 15% respecto a perìodos anteriores, la industria cayó consecutivamente mes a mes, acumulando una caída del 17% durante el periodo macrista y, a pesar de las consecutivas devaluaciones, la balanza comercial permaneció siendo deficitaria en cada año.
El Grupo de Lima y la agresión contra Venezuela
Durante los primeros meses de su mandato, un todavía solitario Mauricio Macri trató de asumir su rol como punta de lanza contra Venezuela. Fue durante la XLIX Cumbre del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), realizada en Paraguay en 2015, en que Macri exigió la liberación de los detenidos durante las guarimbas en 2014. La respuesta de Delcy Rodríguez, entonces canciller de Venezuela, fue contundente al señalar el carácter injerencista de Macri, mostrando evidencia fotográfica de las acciones violentas realizadas por grupos opositores en una defensa magistral de la revolución bolivariana. El debut internacional de Cambiemos, acabaría con un Mauricio de rostro serio y nervioso susurrando con sus acompañantes.
En los meses posteriores, el gobierno argentino moderó su posición y evitaría chocar con Caracas. Por ejemplo, no tomando postura abiertamente a favor del uso de la carta democrática contra Venezuela en la OEA, que ya para ese entonces agitaba Luis Almagro. La correlación poco favorable en Mercosur, llevó a Macri a coquetear con los países de la Alianza del Pacífico, impulsada por los gobiernos de México, Colombia, Perú y Chile, en donde se mantuvo una continuidad de gobiernos neoliberales, en contraposición al “ciclo progresista” que vivieron otros países.
Fue en el contexto de los acercamientos con la Alianza del Pacífico en que Macri encontró en Peña Nieto un primer aliado para una articulación conservadora en la región. La visita del ex presidente mexicano en 2016, no obstante, tuvo como protagonista la movilización social en Argentina, en reclamo justicia y aparición con vida de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, desaparecidos por el Estado en septiembre de 2014. Los señalamientos contra violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo por el Estado mexicano representaron un obstáculo para el gobierno argentino de construir una alianza creíble para atraer a otros gobiernos.
También en 2016, Macri había logrado que Obama visitara Argentina, en un mensaje que anticipaba el alineamiento incondicional a la agenda de Washington. Pero no sería hasta el Golpe de Estado contra Dilma Rousseff, en Brasil, y la llegada de Temer como presidente golpista, en que el gobierno encontraría una correlación favorable para impulsar una agenda conservadora en la región desde su política internacional, con el “gigante del Sur” como aliado. Cabe recordar que Argentina fue uno de los primeros países en reconocer a Temer como presidente en funciones de Brasil.
El impulso que la llegada de Temer daría a la derecha regional encontraría otro aliciente en el triunfo y posterior cambio de Lenin Moreno en Ecuador. Moreno llegaba a la presidencia como promesa de continuidad de las políticas impulsadas por Rafael Correa, pero acabó por dar un giro de 180 grados, que lo llevó a alinearse con el bloque de gobiernos de derecha que conforman el Grupo del Lima. Esta instancia multilateral surgió el 8 de agosto del 2017, y fue creada por 14 países con la intención de “buscar una solución pacífica para Venezuela”, en donde sostenían como primera demanda la liberación de quienes ellos consideran presos políticos y la convocatoria a nuevas elecciones.
El Grupo de Lima aparecía así como un frente regional contra el chavismo, pese a que dentro de su composición no había del todo heterogeneidad respecto al nivel de agresividad. Con el tiempo, presidentes como Piñera de Chile, Lenin Moreno de Ecuador, Duque de Colombia, y, cómo faltar, Mauricio Macri en Argentina, tomarían el protagonismo a la hora de “ir al frente” contra Maduro y la revolución bolivariana.
A partir de ese momento, Macri adoptaría y seguiría al pie de la letra las indicaciones que desde la OEA se orquestaba. El desconocimiento de las elecciones de mayo del 2018, que dieron el triunfo para un nuevo periodo a Nicolás Maduro, el reconocimiento del presidente autoproclamado Juan Guaidó y de sus autoridades en Argentina. Macri, institucionalizó el discurso de crisis humanitaria frente al crecimiento de migraciones provenientes desde Venezuela, sosteniendo un doble discurso en su política migratoria. Por un lado “apertura y hospitalidad” de cara a lxs migrantes, y por el otro, restricciones a les migrantes provenientes de otros territorios latinoamericanos.
Con la reciente derrota electoral de Macri, el triunfo de López Obrador, y las movilizaciones populares en países como Ecuador, Colombia, Chile y Honduras, sumado al fracaso en su intento por derrocar al gobierno venezolano, el Grupo de Lima atraviesa una crisis de legitimidad, provocada por gobiernos más preocupados por resolver los problemas en Venezuela que los de sus propios países y sólo sostenidos por el favor de las fuerzas armadas y el apoyo de Estados Unidos.
Migraciones: Xenofobia y geopolítica
En línea con un cambio en el patrón migratorio, producto de la crisis del modelo neoliberal, y un avance de la derecha xenófoba en el mundo, Macri convirtió a la política migratoria en un instrumento para golpear en tres sentidos. El primero, a los movimientos sociales, alrededor de los cuales se organiza un importante sector de la población migrante. El segundo, como punta de lanza de una política de ajuste en que “la culpa” recae sobre él y la migrante que hace uso de los servicios públicos, y no en una política orientada a reducir derechos. El tercero, como manera de tensionar con gobiernos no afines ideológicamente, como el de Bolivia y Venezuela.
El momento más representativo de la política antimigrantes que llevó a cabo Macri fue la entrada en vigencia del decreto de necesidad de urgencia (DNU) 70/2017, con el que el gobierno reformó la Ley de migraciones 25871, vigente desde el año 2004, y que representaba uno de los instrumentos más progresistas del mundo en materia migratoria. Con este decreto, Macri y su gabinete, con Patricia Bullrich al frente, construyeron un discurso en el que migración y narcotráfico, dos fenómenos contemporáneos que tienen la centralidad como frontera, aparecían como intrínsecamente vinculados. A eso contribuyó Miguel Pichetto, quien durante estos años se convirtió en el referente de la xenofobia en el país, llegando a asegurar que “Argentina, funcionaba como un ajuste social de Bolivia y ajuste delictivo de Perú”, declaraciones que le generarían suficientes méritos para acompañar a Mauricio durante la elección presidencial.
Fue precisamente Pichetto quien impulsó una reforma de Ley para cobrar servicios de salud y de educación a extranjeros. En esto lo acompañó Gerardo Morales, gobernador de Jujuy, quien impulsó el cobro de salud para extranjeros en situación de tránsito. Esto llevó a una polémica con Bolivia, que llevaba implícita un ataque al sistema de salud que durante estos años había impulsado el gobierno de Evo Morales. Además, se cuestionó el carácter de reciprocidad, pues los medios de comunicación hegemónicos se encargaron de difundir casos de ciudadanos/as argentinxs que no habían sido atendidos en Bolivia de forma gratuita. En esta narrativa, el tema de la salud no sería un asunto de derechos, sino un “exceso de bondad de Argentina”. El manejo diferenciado entre migraciones de países limítrofes, como Paraguay, Perú y Bolivia, y por otra parte la hospitalidad y el “apoyo” mostrado a migrantes venezolanxs, muestra el uso geopolítico que la política migratoria ha tenido durante estos años. Apuntando principalmente a deteriorar la imagen de gobiernos no alineados y de construir un chivo expiatorio.
El (primer) mundo a la Argentina
Pasados dos años de apertura comercial, financiera y política al mundo, el gobierno decide invertir los factores: si Argentina no va al mundo, que el mundo venga a la Argentina. De ese modo, el nuevo supermercado del mundo abre sus puertas a dos de los grandes grupos que dividen económicamente al globo: la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el foro del Grupo de los 20 (G20).
Con la concreción de estos dos parafernalicos eventos, Macri logra un récord: recibir a dos presidentes norteamericanos en un solo mandato, y hacerlo luego de 10 años de ausencias de los máximos mandatarios del país del norte en nuestro territorio. A la visita de Obama en 2016, se le suma la del flamante Donald Trump, de quién Macri asegura ser amigo y tener una gran relación.
La OMC tuvo un paso con más pena que gloria allá por 2017. El evento que siempre promete cerrar acuerdos bilaterales de libre comercio, liberalizar el comercio de los países emergentes en aquellos productos de mayor necesidad para los países centrales y apuesta a la concentración monopólica, finalizó sin acuerdos, sin un documento final y con más rosca que acuerdos.
Pero el 2018 da revancha y luego de un afectuoso y fraternal saludo entre Macri y Trump se da inicio al G20. La farándula internacional se agolpaba en Costa Salguero: Angela Merkel, Xi Jinping, Emmanuel Macron, Vladimir Putin, Christine Lagarde y hasta los siempre queridos Sebastián Piñera y Michel Temer dicen presente. El G20 fue un éxito rotundo en política internacional y cerró con un oneroso acuerdo entre Donald Trump y Mauricio Macri para impulsar la exportación de limones hacia país del norte. Un comercio de vital importancia, no hay dudas que a partir de este acuerdo el rey de los cítricos posiciona al país un pasito más cerca de ser el supermercado del mundo.
Sin embargo, Macri no se quedó en la gloria de los limones y fue por más. A principios de su último año como mandamás anunció con bombos, platillos y hasta un mensaje del canciller envuelto en lágrimas, el acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. “Hoy nos sentamos a la mesa con los más desarrollados” celebró el ex presidente. Este acuerdo promete abrir nuevos mercados a cambio de la liberalización total del comercio internacional, así como también de las protecciones laborales y previsionales vigentes. Si bien el gobierno prometió ponerse a trabajar de inmediato, desde el viejo continente hubo respuestas no tan alegres. La primer voz disidente fue la de Emmanuel Macrón, quien se opuso rotundamente al acuerdo y a la liberalización de los productos agrícolas en una economía donde es un sector vital y debe ser protegido. A la resistencia de Macrón se le sumaron Bélgica, Polonia, Austria e Irlanda, y a la desprotección de los sectores primarios se le suma la preocupación por el medioambiente. Hoy el acuerdo entre ambos bloques regionales se encuentra más cerca de ser una linda ilusión neoliberal a un proyecto a concretarse.
El 10 de diciembre se terminan cuatro años de política internacional al servicio de los grandes poderes. Un gobierno que respondió siempre favorablemente al lobby internacional por la articulación de una latinoamérica sumisa y servil, con apoyo al golpe en Venezuela y en Bolivia, a los procesos de lawfare con especial acento en Brasil y a la política antimigratoria y criminalizadora de los flujos migratorios de Nuestra América. Una política también servil en lo económico, aceptando las condiciones de los fondos buitre, cerrando el acuerdo más grande en la historia del FMI, tomando deuda a 100 años y ofreciéndose siempre a ser parte del mundo globalizado a costas de la desprotección de la economía y de les trabajaderes.
Los primeros meses del nuevo mandato serán claves para entender el rumbo del nuevo gobierno. Con un Alberto Fernández pronunciandose a favor de Evo Morales, en contra del Golpe y con una mirada no tan hegemónica sobre la situación de Venezuela, pero con un Felipe Solá al mando de las relaciones exteriores, el mismo Solá responsable de la masacre de Avellaneda y gran defensor del rol represivo de las fuerzas armadas en conflictos internos. La política del nuevo gobierno es, entonces, una incógnita y nos coloca frente a expectativas moderadas, aunque se vislumbran algunos mensajes, todavía tibios, de cambio. Lo que está claro es que la “pesada herencia” dejada por Macri incluye una serie de compromisos internacionales a través de las cuales el nuevo gobierno deberá desarrollar su política exterior. En un contexto de polarización internacional y disputa del futuro latinoamericano, la diplomacia es un frente político clave al que hay que estar atentes.
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